A muchos de los que habéis leído el título de este escrito, Hablemos de la muerte, os habrá llamado la atención. Tal vez, hayáis pensado que es inoportuno abordar el tema de la muerte en una plataforma on line que trata sobre la familia. Sin embargo, seguro que todos estaremos de acuerdo en que constituye tarea esencial de todo padre poner a sus hijos frente a la realidad de la vida, frente a la verdad. Y la evidencia de todo hombre testifica que es un ser que camina hacia la muerte.
Desde muy pequeños, nuestros hijos descubrirán el misterio que nos presenta la vida. Pronto experimentarán la frustración, la insatisfacción de no poder realizarse plenamente; buscarán la plenitud y encontrarán la finitud. Se dirán: «cuando haya aprobado todas las asignaturas del curso, entonces descansaré y seré feliz, me sentiré pleno»; y así en los diferentes acontecimientos que la vida vaya poniendo a su paso.
Cuando encuentren su primer trabajo, estudien, escriban un libro, se enamoren… en el fondo, estarán intentando responder al interrogante que tienen planteado en su interior: la insatisfacción que provoca no alcanzar la plenitud, la felicidad.
La lógica matemática establece que si una de las premisas, o más, es falsa, la conclusión de una proposición válida será falsa. Si nuestros hijos viven sin tener en cuenta la muerte, la solución a los problemas que plantea la vida siempre será errónea.
Sin embargo, algunos padres, de buena fe y, con ánimo de evitar sufrimientos innecesarios a sus hijos, procuran que no visiten hospitales, tanatorios o cementerios como si, por no mentarles lo inevitable, eso mismo no fuera a suceder.
Acostumbro a hablar con mis hijos de la muerte. A cada uno, acorde con su edad, claro está. Les explico que es muy importante prepararse bien para lo único seguro que va a suceder en su vida. Por supuesto, no presento el hecho de morir como algo trágico, oscuro, aterrador y sin sentido. Al contrario, dejo que sea S. Pablo quien se lo explique a mis hijos; porque él afirma que la fe es garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven. Pablo mismo les anima cuando certifica que morir es, con mucho, lo mejor, porque significa estar con Cristo; y San Francisco, resta dramatismo al tema y les invita a tratar como su propia hermana a la muerte; en fin, hasta el mismo S. Pedro les hace imaginar un cielo nuevo y una tierra nueva.
Recuerdo que a uno de mis hijos le entraba cierta angustia porque no podía imaginar cómo sería esa otra vida de la que sus padres le hablaban. Le consoló mucho cuando su madre lo comparó con el hecho de intentar explicar a un bebé no nacido cómo va a ser el mundo que todavía no conoce. Sería imposible que comprendiera lo que significa vivir sin estar dentro del agua, andar, hablar o ver el sol.
Nos sonreímos porque esta imagen nos ayudó a concluir que resulta imposible imaginar una vida distinta a la que conocemos.
En cierta ocasión, meditamos sobre lo que Benedicto XVI escribía en su encíclica spes salvi y que aprovecho ahora para terminar esta columna «Por un lado, no queremos morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por otro lado, sin embargo, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente, y tampoco la tierra ha sido creada con esta perspectiva. Entonces, ¿qué es realmente lo que queremos?».
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