¡Venga ya! ¿Cómo que para estudiar necesitan tener a su alrededor un entorno propio de director general de una multinacional? A mí todo eso de «un ambiente propicio, luz directa, a ser posible natural, un espacio tranquilo y silencioso, una mesa de, al menos 70 cm de profundidad» me suena a una mezcla de catálogo de tienda de muebles y revista de autoayuda.
No nos engañemos: lo que necesitan nuestros hijos para estudiar es tener ganas de estudiar o, en su defecto, sentir el peso de la obligación de estudiar. Si tienen cualquiera de estas dos cosas o ambas combinadas, nos va a dar igual que estudien en el mejor de los escritorios o en el palo de un gallinero. He visto estudiantes sacarse el doctorado en sus largas horas de trayecto en transporte público. Un compañero mío se sacó la carrera mientras ejercía de guardia de seguridad por la noche, de garita en garita con el libro en la mano. Y me imagino yo que a lo largo de la historia habrá no pocos genios que pusieron en marcha sus cerebros a la luz de un candil con frío de los de sabañones.
Pero de lo que hoy vengo a hablar no es tanto del espacio físico, que me parece totalmente accesorio, como de la preparación mental. La primera clave en el estudio, como en todo lo demás, es hacer hábito, porque solo el hábito hace virtud. Para conseguirlo, no hay grandes secretos sino la sencilla y constante reiteración de costumbres que acaben por anclar en el horario mental de nuestros hijos ese momento dedicado a las tareas.
¿Cuál es ese momento? Dependerá de cada casa, pero la norma es no sentir lástima por ellos. Si nos dejamos llevar por el «que descanse un poquito y luego ya se pone con la tarea», lo más probable es que cuando llegue el «luego» -siempre demasiado tarde- nos queden tan pocas ganas como poco tiempo por delante. Así que quizá es mejor plantearse un «cuanto antes te lo quites, más tiempo tendrás de jugar», que además ofrece una perspectiva realista y apetecible que funciona a modo de zanahoria.
Es verdad que sometemos a los niños y adolescentes a jornadas maratonianas que a veces ni los adultos aguantaríamos. Es verdad que esta generación viene tan cargada de actividades extraescolares que la vida no les da para más. Pero no es menos cierto que no se ha escuchado hasta el momento en ningún noticiero que niño alguno haya muerto por hacer la tarea. Así que podemos estar tranquilos.
Respecto a la segunda clave que doy es una idea que rompe con los esquemas de la tienda de muebles del principio: ¿qué tal si cada cual estudia con sus cosas pero todos en el mismo espacio? ¿Y si nos ven a nosotros estudiar también en ese rato? ¿Que qué estudiamos? Desde cómo ser mejor padres hasta un repaso de la historia para cuando nos pregunten. ¿Y si conseguimos transformar nuestra cocina, el cuarto de estar o el salón en una verdadera biblioteca? ¿Y si al sentir que varias personas se están esforzando al mismo tiempo, consiguen el ánimo que necesitan? Nosotros utilizamos este sistema y, aunque a veces se oyen demasiados «ssssshhhh» pidiendo silencio, el resultado es muy positivo.
Lo de la buena luz y todo eso está muy bien, pero con hábito y ejemplo compartido se consiguen, 100% seguro, las ganas que hacen falta.