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Un calendario familiar para los buenos propósitos

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Esta mañana me decía un vecino que, con el ímpetu propio de los buenos propósitos de Año Nuevo, había pasado por el gimnasio a primera hora para apuntarse de inmediato. En el gimnasio le dijeron que ya estaba apuntado. En concreto desde hace un año, un enero más atrás, cuando se hizo el mismo propósito incumplido.

Y es que si escribiéramos en un papel todas las buenas intenciones de cada enero y las revisásemos doce meses después, nos llevaríamos no pocos chascos además de obtener una imagen más realista de nuestra tenacidad. Pero no toda la culpa del incumplimiento tiene que ver con nuestra voluntad. Una buena parte se debe a que elegimos mal las batallas que tenemos que dar.

Buenos propósitos familiares

Cuando nos ponemos a planificar, nos volvemos magníficos. Los buenos propósitos tienden a la grandielocuencia. En vez de ir al gimnasio sin grandes pretensiones, nos planteamos correr la próxima maratón disponible. En vez de perder unos kilos, nos ponemos como meta el irreal cuerpo 10. Pero, como dicen en mi casa, lo mejor es enemigo de lo bueno. Los grandes propósitos no solo no se cumplen sino que además nos frustran y nos impiden conseguir los más pequeños. Por eso, la lista de buenos propósitos debería ser buena por el fin que persiga y buena también por su veracidad en las opciones de cumplimiento.

El problema del cumplimiento es que si nos guardamos los buenos propósitos para nosotros, es muy probable que acabemos por hacernos trampas al solitario y, como le ha pasado a mi vecino, descubramos dentro de un año que ya nos apuntamos al gimnasio… hace un año… Pero, ¿qué ocurriría si nos planteamos los buenos propósitos en familia? Si todos estamos implicados en los propósitos de cada cual, podría parecernos que sucumbiremos a la vigilancia extrema del prójimo próximo, pero en realidad contaremos con el apoyo del que más nos quiere.


Por eso, este año podemos plantearnos propósitos «en familia». Así, de paso, huimos de los hedonistas propósitos tradicionales que parecen centrarse solo en lo que nos concierne y demasiado en lo superfluo.


La familia es el entorno perfecto en el que podemos saber cuáles son las luchas interiores pendientes. Nuestros hijos están de sobra acostumbrados. Los tenemos fritos con la cantinela de sus etiquetas. Corregimos constantemente sus puntos débiles y les exigimos que mejoren, aunque a veces no les demos herramientas para hacerlo.

Pero, ¿qué pasa con los padres? Estamos poco acostumbrados a que nos corrijan en casa. Quizá el padre o la madre digan algo sobre la contraparte. Tal vez algún adolescente iracundo suelte un bocinazo puntual que nos llene de ira por fuera y nos suba los colores por dentro. Pero la realidad es que nos sabemos limitados y que en el reflejo que de nosotros muestran nuestros hijos vemos un buen número de defectos a corregir.

Ahí están nuestros propósitos. No todos juntos, no todos hoy, no todos, nunca sin ayuda. Hagamos la prueba: si yo me propongo, por ejemplo, que el móvil no invada los espacios de mis hijos, todos saldremos ganando. Si mis hijos me controlan, no se me olvidará el propósito y todos ganaremos aún más. Si mis hijos comprueban que lucho contra ‘la tentación en forma de smartphone’, habrán recibido el mejor ejemplo posible: ser bueno cuesta. Si no lo logro, ellos me ayudarán a retomar el camino. Si lo consigo, no será un logro individual sino una alegría compartida. Así que este año, propósitos en familia.

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