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Volver, volver, volver… a tus brazos otra vez

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Espero que este titular no les haga pensar que voy a incoar una vetusta canción de mis años mozos. ¿La recuerdan? Se sigue cantando, y me parece dulcemente romántica, pues termina la entradilla con el sabroso sueño de «volver a tus brazos otra vez…».

Las estadísticas recogen el estado de desgana, apatía, fastidio y flojera con la que nos enfrentamos de nuevo al trabajo rutinario. Algunos se llegan a plantear -por contraposición- el anhelo con el que esperan la vuelta a la rutina, para descansar.

Algo ha pasado en estos días. ¿No se han cubierto nuestras expectativas? No es infrecuente porque nuestra fantasía había diseñado un paisaje idílico. De cualquier modo, y sin torturarse demasiado, hay que echar una vista atrás y pensar los objetivos que nos propusimos al montar los planes de las vacaciones. ¿Eran los correctos? ¿Habíamos elegido el lugar oportuno, los amigos con que nos sentimos a gusto? Sobre todo, ¿el diseño de ese descanso estaba hecho de acuerdo con las necesidades de nuestra familia? ¿O cada uno ha esgrimido su derecho a la holganza, con independencia de los intereses de los demás? Las vacaciones hay que planificarlas marcando las oportunidades y los tiempos para todo. La improvisación también se paga.

¿Nos servirá todo esto como experiencia? No se trata de echar la culpa a las circunstancias. La experiencia solo se logra cuando reflexionamos sobre los hechos y se sacan conclusiones de mejora. Muchas veces existen sucesos en nuestra vida que nos ‘resbalan’, no nos dejan ninguna referencia para el futuro. Como evaluación veraniega, sirva algo de lo dicho. Miremos al futuro.

Como no somos de plástico ni de piedra es lógico que pasemos a la vuelta unos pocos días desubicados. Frente a ese panorama no hay mejor medicina que plantearnos objetivos de futuro estimulantes… a pesar de los pesares. Lo conveniente sería concretar alguna cosa pequeña y fácil de conseguir. Que nos devolviera la ilusión por vivir ‘el día de hoy’ con un argumento sencillo ‘solo para hoy’; ya buscaremos otro para mañana. Sean años, meses o días, hay que vivir en el presente, aparcando los malos augurios que presagiamos para el porvenir, porque no sabemos si llegarán y lo más frecuente es que no se produzcan y, desde luego, si lo hacen, serán bien distintos a como nuestra imaginación los esperaba.

En este planteamiento hay una fórmula infalible: olvidarnos de nuestros desasosiegos, que nos irritan como los mosquitos en el verano, y dedicarnos a pensar qué podemos hacer para que aquel hijo o aquel otro mejoren una milésima. No van a crecer un metro cada día, pues acabarían para exhibirlos en un circo. Un poco de mejoría en tal aspecto o en el otro.

Por fin, recalo en el tema que da nombre a estas líneas: las relaciones conyugales. Las estadísticas indican que tras las vacaciones se producen el mayor número de separaciones matrimoniales. Algunos señalan que al producirse una convivencia más estrecha y mayor tiempo para dialogar, emergen los desencuentros que se han producido durante el curso, pero no se ha tenido ocasión de plantearlos al otro. Más de una vez, los lectores que se han cansado de mí me han leído ponderar la gran importancia de la comunicación, pero en esa actitud, como en cualquier otra, hay que aprender a dialogar. Digo más: hay que aplicarse a escuchar.

Ante todo hay que configurar unas circunstancias de lugar y tiempo en la que se cree un ambiente sereno. Habrá que conducir la conversación, desde un tono muy bajo del diapasón. No puede ser una catarata de agravios, aunque algunos ya huelen porque están caducados. Tendremos que empezar por temas muy pequeños e intuir las reacciones internas del otro. Ni los argumentos destructivos para convencer al otro, ni dejar de abrir una ventana por la que el otro tenga una salida airosa.


Una buena fórmula es mostrar la flexibilidad de un junco, reservando la firmeza para un par de temas en los que solo se puede ceder un milímetro.


Para degustar los entrantes de la cena, bien vendrá decirle al otro alguna de las cosas que hace bien.

¿Estoy en Babia? No. He visto más de un matrimonio que se ha arreglado con ‘varias’ conversaciones a corazón abierto, pero sabiéndolo embridar cuando se prevé una tormenta. Lo dicho: verlas venir, dejarlas pasar y saber trigonometría.   

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