Una madre de cuatro hijos, casada, contenta y feliz, descubre que un compañero de trabajo que se acaba de incorporar, también casado, «se muestra muy atento, solícito y con una amabilidad que sin sospechar nada, me lleva a mostrarme también simpática y ocurrente y me dejo querer».
Sigue la narración y comenta que en su trato es inevitable hablar de cuestiones serias, compartir ideas, problemas y estados de ánimo.
Llega entonces quizá el párrafo más expresivo: «No hay ninguna infidelidad física, pero estamos aguijoneados por un amor nuevo*.
En uno de sus últimos renglones concluye: «Me duele tener ese afecto hacia otra persona que no es mi marido, pero me duele también y me cuesta renunciar a ese afecto. ¿Cómo puedo salir de esta espiral?»
Ante todo, hay que reconocer que estamos ante una persona con una finura de espíritu muy notable. Con el tufo espumoso de tanta confusión y desmadre, dentro de la cultura imperante, no es fácil encontrar tanta sinceridad y tanto sentido de responsabilidad para enfrentarse al problema. Permítame el lector que el resto de esta contestación la haga de forma directa y personal a la interesada. Lo digo así, porque algunas de las consideraciones que la haré no son extrapolables.
«Déjame que te diga que, por el contexto de tu carta y algunas precisiones que me haces en ella, me atrevo a asegurarte que saldrás adelante de esta prueba. ¡Tienes todos los mimbres para lograrlo! Ten un poco más de confianza en tus propios recursos.
¿Me dejas que repasemos tu historia poniendo las cosas en su punto? Tendrás que reconocerme que te has enamorado como una colegiala, pero tu misma percibes que eso no es el amor. Como mucho, es un amor adolescente impropio de tu edad y condición. Eso que sientes lo hemos sentido todos: es muy sencillito y muy idílico. Tú le ves siempre estando muy arregladita y muy mona y él tan complaciente muestra su mayor simpatía y ocurrencia. Eso es algodón rosa. Una mujer con cuatro hijos sabe que el amor es otra cosa y ha aprendido a desvivirse por todos, y a ver y ser vista por su marido con cualquier humor y en situaciones límites. Por ahí sí que anda el amor, aunque no se «sientan» cohetes ni fuegos ratifícales..
Es evidente que el escenario sobre el que ves a ese chico y en el que estás en casa es muy distinto. Sobre ese tablado caben todas las fantasías, pero son eso… fantasías… que desaparecerían, si le escucharas gritar cansado mientras baña niños, mientras tú misma derrengada preparas la cena.
Ya te veo la cara de afirmación y tu repregunta. ¿Cómo salir del laberinto? Ante todo aceptando la realidad de que te has enamorado como una colegiala y que eso a tu edad y en tus circunstancias no se tiene de pie. Tampoco te creas un bicho raro. Lo que te ha pasado a ti le puede ocurrir a cualquiera, si no «las ve venir» y amarra el corazón. Dicen que para cerrar la puerta de esa víscera hay que echar siete cerrojos. Más, setenta.
Piensa que lo ocurrido es como si hubieras tenido un accidente de automóvil. Como eres lo suficiente mujer para decirte las cosas claras, tendrás que convenir conmigo en que el accidente ha sobrevenido por el exceso de velocidad. ¿Lo quieres más claro? No es tu corazón el que te ha fallado, eso ha venido después. Por donde se te he metido la carcoma ha sido por el gustazo de tener una persona a tus pies al que has vencido.
¿Y ahora qué? A sufrir. No te voy a engañar. La recuperación de este accidente te puede durar dos o tres años… tampoco me marco fechas, pero sufrirás mucho. Tú sabes que la cirugía duele y tú has de cortar. Es el precio que has de pagar por no asumir hasta en lo más profundo tu realidad.
¿Anestesia para la operación? Volverte a enamorar de tu marido pero de modo diferente, mirar a los ojos de los cuatro hijos que tienes en casa. Mirar hacia adelante y no hacia atrás, ni para lamentarte con remordimientos. Tú eres simplemente un ser humano con dolor de muelas en el corazón, pero que no te atenace el desánimo.
Otra advertencia, por si acaso, porque le tengo mucho miedo a los arrepentimientos: de todo esto, ni una palabra a tu marido, ni ahora ni dentro de quince años. Podría darte mil razones pero necesitaría más espacio.
Hay una obra de teatro de los hermanos Quintero que se titula Malvaloca. En un momento determinado aparece una copla que dice: Merecía esta serrana/ que la fundieran de nuevo/ como funden las campanas. Esa es tu tarea de ahora para ser inmensamente feliz aunque a veces te cueste llorar. Coger tu vida entre las manos y rediseñarla de nuevo con ese marido y esos cuatro hijos. Un proyecto que es ahora más bonito que el que pudiste plantear el primer día de tu boda. Ahora tienes todos los datos para ponerle unos buenos cimientos al edificio. Insisto, tú puedes te sobra cuajo de persona y sensibilidad de mujer para lograrlo y lo lograrás.
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