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La rutina no es tan mala…

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Comenzamos un nuevo curso con la batería recargada. Cuesta, pero en realidad nuestro trabajo ordinario es lo que da estabilidad y cohesión a la vida, lo que hace que, un día tras otro, podamos levantarnos y comenzar de nuevo, con ilusión. Sobre todo, pensando en la familia.

Aunque tengamos siempre el mismo horario, cabe intentar hacer las cosas «nuevas», sabiendo ver el lado amable de las situaciones, dejándonos sorprender por tantos detalles que nos salen al encuentro. Desde un amanecer, a la cara simpática de nuestros seres queridos, el detalle de nuestro cónyuge… Se trata de descubrir esos «brillos divinos» en las situaciones más cotidianas.

Y cuando digo trabajo, me refiero no solo al trabajo remunerado, sino a cualquier actividad que conlleve una responsabilidad. Y puede ser el trabajo de estudiar, el de quien se queda cuidando a sus hijos, organizando todo y dirigiendo la familia, el de quien va a la oficina. Todos ellos pueden ser ocasión de desarrollo personal y de prestar un servicio a los demás. Muy enriquecedor, el dedicado al cuidado de la familia, aunque poco valorado en la sociedad actual.

Porque en la familia es donde aprendemos a querer. Necesitamos la experiencia de ser amados sin condiciones; pase lo que pase. Y la vida ordinaria nos permite plasmar el cariño de mil formas en el día a día de nuestra familia. Podemos esforzarnos en amar más y mejor, empezando por nuestro esposo o esposa, y siguiendo con nuestros hijos. Porque somos sus modelos. Según cómo nos queramos, qué detalles tengamos, así lo harán ellos. Nos están mirando todo el día.

Pero amar incondicionalmente significa separar la persona de su conducta. Es decir, no le vamos a querer menos porque no se haya portado correctamente, sino que le haremos notar ese detalle que no ha estado a su altura. El tratarles mejor de lo que son les estimula a mejorar. Esto es enseñar a querer.

Porque el amor es más una convicción y un compromiso que un sentimiento. Cuando el sentimento acompañe, mejor; aprovechamos su fuerza y disfrutamos. Si no, hay que poner voluntad, tener pequeños detalles de cariño para que resurja el sentimiento.


El cariño hay que «cultivarlo» como un buen jardinero. Si no se riega, poda, abona… al final se seca. Cuidar el tiempo de estar juntos. Mantener la ilusión fresca también en la vida cotidiana. 


Si pensamos primero en el otro, acertamos. El egoísmo es el peor enemigo de nuestra relación. Y nos ata con una cadena fuerte… Nos roba libertad.

Lo importante es que en nuestra familia todos sientan ese amor incondicional que nos permite valorarnos, ser acogidos, y nos hace madurar como personas. Así, pondremos los cimientos para conseguir una familia sana, alegre y feliz que valore lo importante, que sepa querer, a pesar de las dificultades. Tenemos todo un año para luchar hasta lograrlo.

Mª José Calvo. Médico de Familia. Optimistas Educando

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