Para romper el clima de escepticismo o de desaliento suelo salir en clave de humor: «estarás de acuerdo que no te ha tocado en una tómbola». Es el momento en que el interlocutor desgarra toda una serie de consideraciones acerca de las sorpresas que se ha llevado a lo largo del tiempo, desde el primer día que conocí a la otra parte.
Hay que darle la razón: la vida es cada día distinta. Son diferentes las circunstancias que nos rodean y que actúan sobre nuestro nimo. Es cambiante nuestra propia respuesta ante acontecimientos semejantes aunque nunca iguales. Una misma realidad puede parecer distinta según el ángulo desde el que miremos.
Vivir en presente
Vamos a intentar reflexionar un poco con serenidad. Uno de los fenómenos que más atormenta al ser humano es no vivir en el tiempo presente. Pasamos gran parte de nuestra vida añorando épocas pasadas para registrarlas en «columnas» según nuestro estado de ánimo: las que llamamos felices para envolverlas en un halo de fascinación con el envoltorio del recuerdo; y las que ansiamos que lleguen, pero se acercan despacio, o las que tememos que nos sucedan y nos paralizan de miedo.
A pesar de los años no acabamos de convencernos de que el único modo posible de actuar sobre la realidad est situado precisamente en el hoy y en el ahora. El pasado es irrepetible y el futuro imprevisible. ¿Para qué vivir de recuerdos o de ensueños? Es en el momento presente donde verdaderamente se realiza nuestra existencia y podemos poner las bases del acontecer futuro.
Con frecuencia, la mayoría de las horas que pasamos encerrados en el laberinto de nuestras añoranzas o en los devaneos del porvenir son tiempo perdido y ganas de escudarnos en disculpas para no afrontar la realidad diaria tal como es. Resulta duro, ya lo sé. Pero la vida de las personas solo encuentra la felicidad cuando estamos dispuestos a asumir los acontecimientos en su verdadera dimensión y con todo lo que pueda suponer de lacerante.
Todos cambiamos
Efectivamente, nuestro marido/mujer ha cambiado mucho. Es lo único que certifica es que está vivo.
– «Bien, bien, todo est muy bien, pero… ¿qué puedo hacer?».
En primer lugar, no buscar líneas de escape. No buscar distracciones que nos aturdan o superficialidades vaporosas para olvidar la situación. Tampoco cerrar los ojos y «seguir viviendo» sin pasar malos tragos. Y de ninguna manera rodear los acontecimientos de un coro de lamentaciones hasta convertirlo en una tragedia griega.
A continuación, tener una gran confianza en la capacidad de reacción del ser humano. Es imprevisible la capacidad de grandeza que puede desarrollar una persona aunque se encuentre en condiciones de deterioro difíciles de imaginar. No es ésta una consideración optimista del acontecer diario, es el resultado de echar un vistazo a la historia y a las biografías más próximas para llegar al convencimiento de que siempre es posible resolver problemas.
Pon amor
Toda esta potencialidad transformadora reside en una fuente de energía sin límites: el amor. El secreto está en que ese amor no es un trufado de sentimientos con vetas de cabello de ángel. Es una tarea donde hay que poner la inteligencia y hacer operativa la voluntad.
Un paso más nos llevará a analizar con valentía cuáles han sido nuestras carencias. Qué huecos o lagunas hay en nuestra relación con el otro, qué omisiones o cuántas disfuncionalidades. La mejor forma de acarrear fuerzas para templar nuestro nimo en la gran tarea que nos espera es la consistencia interior que produce haber dado personalmente los primeros pasos. Mirarnos a nosotros mismos antes de convertirnos en fiscales acusadores del otro.
Dar sin medida
Sólo preciso no perder la iniciativa en el dar. Dar siempre sin cansarse y sin esperar nada a cambio. El amor no es un mercado de moneda fácil donde siempre se pretende el regateo para alcanzar la mejor mercancía por el menor precio. Eso es en las rebajas. En el matrimonio no hay saldos.
– «¿Y si no se entera? ¿Si no se da cuenta de mis esfuerzos?».
A ti quién te ha dicho que no se entera. Esa reacción ya es un producto de la fantas¡a. Otra cosa bien distinta es que no acuse recibo, pero ya hemos dicho que no se trata de una mercancía.
Amar y sufrir
– «¿Y piensas que voy a ser feliz dando, sin recibir nada a cambio?». Eso depende de tu talla humana. Conozco gente inmensamente feliz mientras act*a de esta forma. Como no son de piedra es lógico que sufran. *Quién ha dicho que sufrimiento y felicidad son incompatibles? El final de aquel verso clásico lo recuerda: «Que no hay amante mejor que aquel que ha sufrido mucho».
Ya se entiende que no me estoy refiriendo a enfermos mentales que se revuelcan en el dolor. Hablo de personas con una textura humana muy bien trabada que no buscan el dolor pero cuando tropiezan con él saben darle un sentido positivo, un destino, una finalidad que lejos de abatirlas las madura o inyecta en su vida una fuerza arrolladora.
Todo esto sin rigideces, sin estoicismo para convertirnos a nuestros propios ojos en unos héroes de madera. No se trata de posturas dignas ni de gestos ampulosos. Me refiero a una actitud amable, flexible, despreocupada, animosa, desapercibida.
Detalles de cada día
Para ello una buena estrategia ser no plantearse saltos desproporcionados, cambios irrealizables, metas dif¡ciles de conseguir. Es en lo sencillo donde est el secreto: el beso de la llegada, la invitación que no se espera, la peluquería oportuna, la ayuda en poner la mesa.
– «Eso son tonterías», me dices.
Te contesto que tú sabes que no lo son. Otra cosa bien distinta es que «no te lo pida el cuerpo» y no te salga. Haz la prueba. ¿Has comprobado que si te pones a canturrear en el coche te mejora el humor que tenías hace diez minutos?
Había que terminar de esa forma porque nuestra conversación de hoy ha discurrido por parajes demasiado serios. A veces, en nuestra vida se tiene la misma sensación que se experimenta en Hollywood cuando te enseñan los estudios Universal. Ves las maquetas donde se han desarrollado las grandes batallas o los decorados del terremoto de San Francisco y te produce risa. ¿Ser que es verdad aquello del teatro del mundo?
Es cuestión de acercar o alejar el objetivo de la cámara.
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