Suponer e interpretar conductas o comentarios de nuestra pareja puede llevar a malentendidos, sobre todo cuando la fantasía nos nubla el sentido común haciendo estragos en la comunicación conyugal.
Hace algunos años –todavía no se habían inventado las técnicas de comunicación– mientras leía una comedia de Benavente, me resultó muy sugerente el reproche de una mujer y la respuesta por parte de su marido. Se quejaba ella de que se olvidaba, a medida que pasaba el tiempo, la buena costumbre que antes cultivaba, de decirle cosas agradables y bonitas que tanto le gustaban.
Extrañado, el marido le quiso hacer ver que aunque le hablara de cosas banales, tenía que interpretarlas como las caricias más íntimas. “¡Al fin y al cabo, traducir es cuestión de diccionario!”, comentó. Es elemental tenerlo siempre a mano.
Ayer me vino a la cabeza esta anécdota, mientras leía un libro de autoayuda escrito por un alemán que se dedicaba a enseñar comunicación en las distintas claves que se pueden articular. Ya sea la familia, la empresa u otra circunstancia. Tengo que adelantar que no soy un fan de este tipo de libros, aunque he de reconocer que entre las muchas obviedades, siempre surge una idea aprovechable.
Planteaba el autor la siguiente escena. Un matrimonio está viendo la televisión y, en un momento determinado, él se levanta, va a la cocina, abre la nevera y pronuncia simplemente tres palabras: “No hay cerveza”. Este único dato, al ser percibido por la mujer puede prestarse a muchas interpretaciones.
El comentarista apreciaba lo menos cuatro: el marido se ha limitado a dar un dato: se han terminado las cervezas. Puede entenderse que expresa una frustración pues no ha podido satisfacer la costumbre de todos los días, de tomarse la cerveza a esa hora. Una tercera lectura puede sonar a que la mujer se olvida con frecuencia de reponer las bebidas, porque es muy desordenada. Por último, la mujer puede deducir que su marido está pensando que ya no le quiere y por ello no se preocupa de las cosas que le agradan.
El autor insiste en que las tres palabras han sido pronunciadas en tono neutro, sin poner el mínimo énfasis en una sílaba.
Resultado: el ambiente plácido con el que estaban viendo una película se ha enrarecido por la interpretación que se ha dado a la frase. Mucho se cuida el ensayista de advertir que se habría producido el mismo resultado, si hubiera sido ella la protagonista de la ‘frasecita’. Es igual que hubiera sido uno u otro, el quid está en que la imaginación se ha puesto a funcionar, sin aparente fundamento. Dicho en lenguaje literario, más positivo y más tierno, se puede recordar aquel verso de que también se puede querer con los ojos y se puede besar con la mirada.
En todo ello hay un mensaje que tiene distintos aspectos que es preciso ponderar. La fantasía hay que detenerla con grandes cucharadas de sentido común. Tirando de una hebra se puede deshacer un vestido. Es necesario limitar lo que son los datos, las intuiciones y los supuestos.
Con mayor razón cuando se tiene buena memoria y se enlazan unas palabras con otras para deducir una línea de pensamiento que tiene poco que ver con la real. “Aquel día me dijo esto y cuatro fechas después me salió por otro registro semejante… esto se está poniendo muy turbio”.
En este tema de la comunicación caben también imaginaciones fantasiosas que pueden ‘comer el coco’ a cualquiera. Recuerdo que cuando mis hijas casaderas comentaban en casa la brillantez de algunos amigos, solía apostillar que “las mujeres nos conquistan a los hombres por los ojos y nosotros a ellas por el oído”. Fijaros más bien en lo que hacen que en lo que dicen.
Puede parecer muy sesudo, pero es importantísimo manejarse siempre dentro de la realidad. Cuántos matrimonios se han ido a pique porque se empeñan en montar una batalla naval en los estrechos límites de una bañera. Al menos por ahí se empieza…
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