Uno observa por televisión los valses de Viena el día primero de año y siente pena por los europeos, avocados a despedirse de la Navidad a ritmo de Tchaikovsky. A nosotros aún nos quedan seis días para seguir engordando a la espera de sus majestades de Oriente, tres hombres de bien que no desesperan ante el imperialismo del tripudo de las botas (otros, ante mucho menos, hubiesen abandonado la febril tarea de llenar de juguetitos la piel de toro).
La noche de Reyes Magos tiene un encanto especial, de tensa espera infantil, de sueños anudados a la garganta, de zapatitos en el salón, de balde con agua y zanahorias para los camellos, de turrón y vino del bueno para la realeza (su apetito y el gusto por el alcohol los hace aún más cercanos) y de gritos de júbilo antes del amanacer.
Los Reyes Magos no han abandonado los belenes, aunque a sus camellos se les haya tronzado una pata, o dos, o las cuatro…, sin sucumbir a las luces parpadeantes de felicitación que no felicitan nada. Con ellos no van los anuncios eróticos de perfume, aunque maldita la gracia que le hace a Santa Claus llevar el saco cargado con esos productos. Para los Reyes el importante es el Niño Jesús, y con El, cada uno de los niños del planeta.
Durante la mañana del día seis de enero, los envoltorios, las cajas y los plásticos de los juguetres forman una montaña que roza las molduras del techo. No creo que a los santos monarcas les guste que nuestros hijos mueran de éxito en tan poquitas horas.
Son tantos los regalos con los que les sorprendemos padres, abuelos, tíos, cuñados, compañeros de oficina y hasta vecinos de escalera, que la imaginación de los niños queda en estado de shock hasta que los juguetes de más de sesenta euros se quedan, por fin, sin pilas.
Las piezas enseguida rotas, los mandos a distancia abandonados en el fondo del cajón, deberían hacernos creer de nuevo en Melchor, Gaspar y Baltasar, reyes de la ilusión y de la sensatez a la hora de regalar, pues pudiendo haber llenado la casa de Belén de inutilidades muy caras, prefirieron concretar su poder en tres buenos presentes, tres detalles de amor que el tiempo no ha borrado.
Miguel Aranguren
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