Para sostener que cada matrimonio es singular no necesitaríamos muchos argumentos. Si unimos dos seres irrepetibles, parece lógico que aparezca una pareja que en nada se parece a ninguna otra.
Sin entrar en laberintos de la ciencia que nos remonten a los genes, cada uno de los miembros del matrimonio pasó la mayor parte de su vida educándose en un clima diferente. Y dentro de aquel entorno, tomó aquello que más apreciaba su temperamento. Visto de esta forma, lo asombroso es que un día deciden unir sus vidas, de la mañana a la noche, y esperamos un acoplamiento perfecto e inmediato.
Primera consecuencia: las personas como los números primos, solamente son comparables con sí mismas. De ahí que cada matrimonio sea incomparable con todos los demás. Eso, manteniéndonos solo en el plano del pensamiento lógico. Si entramos en la profundidad de los sentimientos, aparecería una nebulosa donde todo es irreconocible. ¿Quién no ha tratado una pareja que nos parecieron el paradigma del amor y un «mal día» salió cada uno por su lado?
Nos sorprendemos, nos asombramos, y nos sube cierto hormigueo por la garganta arañada por la inquietud. ¿Qué ha pasado? Sencillamente que no conocíamos la realidad. Esa ruptura no ha surgido de la noche a la mañana. Digo más, es muy posible que la causa remota haya que buscarla, mucho más atrás de que uno u otro pusieran los pies sobre la tierra. Lo alarmante de este tipo de casos es que abren la puerta a plantearse ante cualquier «trifulca» la posibilidad de buscar la solución aparentemente fácil.
Sigamos con la idea que da título a esta página. Somos distintos ayer y hoy. Cada día amanecemos de forma diferente y, desde luego, dentro de diez años ese matrimonio puede ser irreconocible. Para bien o para mal, porque en el amor no hay tiempos muertos como en el baloncesto.
Porque que el matrimonio sea para siempre no significa que sea igual, en cualquier época; es y ha de ser distinto.
Este par de ideas «perogrullescas» las he utilizado en la vida real, cuando alguien cercano ha venido en busca de una ayuda para apuntalar su matrimonio. Con bastante frecuencia le he pedido a cada uno por separado que me escribiera en un folio aquello positivo que encontraba en el otro, y sus puntos negros.
Cuando se cotejan ambas descripciones resulta sorprendente lo poco que sabe uno del otro, o lo sesgado que es su juicio, al tomar cualquier indicio por un hecho de gravedad insostenible. Las anotaciones que figuran en la lista de agravios dan risa. Ya no digamos si ponemos en cada platillo de la balanza su peso específico, su importancia o trascendencia. Inmediatamente se llega a la consecuencia de que les ocurren las mismas cosas que a la generalidad de los mortales, con la diferencia de que unos echan agua al fuego y otros, una botella de gasolina.
En un tanto por ciento muy elevado, se ha montado el hundimiento del Titanic en una bañera. Otra cosa es que la acumulación de despropósitos -aunque sean leves- haya agotado la paciencia del otro. Pero es un problema de abordar el asunto desde otro ángulo en el que puede resultar todo más accesible. De forma especial, hay que detener la fantasía para no confundir los «hechos» con las «intuiciones», los «supuestos» o los «deseos»* para concluir: «ya no me quiere». Ya hablaremos otro día de los desamores pasajeros.
Recuerdo ahora a un matrimonio con el que mantuve algunas conversaciones que, al cabo de cinco años, estaba viviendo otra luna de miel mejor que la primera. Todo esto viene a sugerir que hay que tomarse las cosas con sosiego, y las cosas más importantes en las que nos jugamos la vida, con mucha más serenidad.
Produce escalofríos observar con qué ligereza se puede romper un matrimonio, desde la base de una imaginación desbocada. Buscar la salida para «quitarse al otro de encima» ya se convierte en obsesión porque en su quimera, todo van a ser ventajas, sin detenerse un momento a prever la reacción en cadena de estragos que se pueden producir. Todo ello por no pararse a ponerse un poco de hielo en la cabeza y pasar media hora en silencio en una habitación con las luces apagadas.
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