Los recién casados se dan cuenta muy pronto, de que la vida matrimonial no es un cuento de hadas. Los amantes sólo se ven en sus mejores momentos, en las películas, se van a la cama maquilladas y se levantan perfectas. En el matrimonio, nos vemos en muchos malos momentos. Vivimos inmersos en la agitación, el trabajo intenso, la vida familiar y social con sus reclamos y un nuevo modo de enfrentarse a todo ello: la vida en pareja.
Nos resulta especialmente doloroso comprobar que arrastramos los mismos defectos que teníamos al enamorarnos. Pero el amor no es ciego; nuestro marido los ve, aunque nos quiera y los sufre. Nosotras vemos los suyos y los sufrimos también. Sin embargo, no es misión de la mujer cambiar a su marido, educarle o corregirle, ni viceversa.
Todos conocemos o deberíamos conocer cuales son nuestros agujeros negros, pero resulta especialmente doloroso que sea la persona querida quien nos lo restriegue. Mirando con microscopio, somos capaces de ver rasgos, manías, costumbres molestas, defectos que nos obsesionan y no nos dejan ver la totalidad de la persona.
La mirada del amor es capaz de tener el privilegio especial de hacer brillar todo lo bueno y lo bello que hay en los demás. Las heridas son llamadas para curar, no para meter el dedo y hacer daño, los secretos no son nunca utilizables en momentos de enfado, los diferentes ritmos vitales requieren que el más rápido vaya un poco más despacio, el más enérgico atempere sus energías en favor del más débil.
La mirada del amor no es compatible con la del microscopio. Ésta es la razón por la que a las madres no gusta nada que nos cuenten los defectos de nuestros hijos y sólo nos sinceramos con quienes tenemos la certeza de que les quieren. Los buenos pedagogos comienzan enumerando sus cualidades, para que podamos aceptar sus defectos.
Los recién casados y los que ya llevamos tiempo caminando juntos, necesitamos transmitir y que se nos transmita que conseguiremos vencer. Es mentira que las personas no cambian, pero cambiar cuesta porque exige luchar contra nuestra propia voluntad. Lo que vale la pena, nunca es fácil, decía Platón.
No hay recetas en el amor, sin embargo la experiencia de quienes han ganado la guerra nos dicen que es bueno reconocer las diferencias para hacer concesiones; intentar dar gusto al otro en todo lo legítimo, viendo hasta en lo insignificante una muestra de cariño; respetar el espacio natural de intimidad que todos tenemos y que nos separa naturalmente, porque hombre y mujer tenemos diferente estructura personal y por lo tanto, damos diferente importancia a las cosas.
Si no queda más remedio que hablar de lo que no funciona o molesta, que sea en primer lugar porque le hace bien a él o a ella, y es el momento oportuno, sin herir.
Estas circunstancias se suelen dar habiendo dejado reposar el problema, lo que exige una gran capacidad de autocontrol. Comprobar que cambiando nosotros primero en algo, se consiguen resultados asombrosos. Parándose a pensar: ahora, ¿de que se trata? ¿A que debo de prestar atención? En ocasiones nos liamos neuróticamente rompiendo lo importante por arreglar una bobada. En el matrimonio las cosas que en otras circunstancias resultan irrelevantes, cobran importancia.
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