Si nos preguntasen a cualquiera de nosotros qué mensaje tratamos de trasladar a nuestros hijos para que conformen su vida, la inmensa mayoría contestaríamos sin despeinarnos: «que sean buenos». Pero si viviéramos durante un tiempo en un «Gran Hermano» en nuestra propia casa, descubriríamos, no sin sorpresa, cuán a menudo transmitimos un mensaje muy distinto del que queremos transmitir.
Lo he pensado largo y tendido en estos días. Tuve la oportunidad de hacer una maravillosa entrevista a Tomás Melendo, que pueden leer íntegra en nuestra edición en papel. El profesor Melendo ha escrito un último libro, El encuentro de tres amores (Palabra, 2018) donde pone todo su saber filosófico y toda su experiencia como esposo, padre y abuelo, al servicio de la verdadera educación.
Nos dice, cito literal, que «a los niños tenemos que descentrarlos», que significa lograr que dejen de ser el centro, que dejen de pensar enf sí mismos. Porque si de verdad queremos que sean felices, solo alcanzarán ese camino por la vía de la bondad. Y para ser buenos se tienen que entregar a los demás con olvido de sí mismos. Tan sencillo como radical.
Hacía estos días examen de conciencia de cuándo decimos las madres que hay que ser buenos y cuándo nuestro mensaje es contrario al que supuestamente planeábamos transmitir.
Por fortuna, muchas veces lo hacemos bien. «Pregunta antes de tomarte la última galleta» o «qué tal va esa niña que lo está pasando mal».
Pero me doy cuenta de que cuando hablamos del futuro, de su vida de adultos, de su trabajo, tendemos más a decirles que miren por sí mismos que por los demás. Y eso lo hacemos, casi sin pensar, cada vez que se ponen remolones ante los libros del colegio. «Estudia, que tienes que ser algo en la vida», apostillamos, como si ‘ser algo’ dependiera de lo que se tiene o lo que se gana, como si solo cuando se tiene o se gana se pudiera ‘ser algo’ para empezar, en el mejor de los supuestos, a ser bueno…
Creo que la clave está en añadir a ese ‘ser algo’ un ‘para qué’. Porque si solo somos algo para ganar tanto dinero como los jugadores de fútbol, no somos gran cosa, pero si somos algo para poner nuestros talentos al servicio de los demás y nos convertimos en el médico que salva vidas, el maestro que amuebla cabezas o el portero que se ocupa del bien común de todos los vecinos, entonces seremos realmente mucho.
Así que cuando los veamos tontear delante de libros y cuadernos, no nos quedemos con la idea, de lectura un tanto ruin, de que tienen que ser algo en la vida. Transmitámosles la idea de que tienen que ser algo para ayudar a los demás.
Me explicaba Tomás Melendo que cuando son pequeños, basta con decirles: estudia para poder explicar lo que has aprendido a tus compañeros y hermanos y ayudarles así con sus tareas. Pero está en la naturaleza de los niños tener altas miras y se dan cuenta en seguida de que si estudian, ayudan y que cuando ayudan, además, son felices.
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