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Intentando llenar el vacío de la carencia de afecto

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«Llevo muchos años pidiéndole a mi marido que sea más cariñoso. Tengo una sensación de vacío que me hace perder pie. No dudo de que me quiera pero su inexpresividad, su dureza conmigo y las continuas discusiones han deteriorado mucho la relación». Cuando los niños son pequeños y el trabajo es muy intenso, piensas que el problema de la incomunicación afectiva radica en las circunstancias. Después, el panorama cambia.

«Han pasado los años y llevamos vidas paralelas. Cada uno a su trabajo, el tiempo de descanso es escaso y los hijos nos reclaman, los fines de semana salimos con amigos y de ese modo la relación inexistente se pone un poco menos de manifiesto. Él se queja de que no tenemos relaciones sexuales y yo no soy capaz de acercarme a un hombre que en ningún momento del día muestra un poco de ternura hacia mí».

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«Conozco hace muchos años a un compañero de trabajo con el que siempre me he llevado bien. Nos conocemos bien, han sido muchos años compartiendo proyectos. Ahora, el tipo de relación que estamos teniendo empieza a ser diferente. Soy perfectamente consciente de que me está llenando el hueco que tengo en el corazón. La dureza de las palabras de mi marido la he sustituido por la sensibilidad en el trato.La falta de conversación por constante necesidad de compartirlo todo, el aburrimiento por interés, la apatía por entusiasmo. Creo que esta relación extraconyugal me está dando la alegría que me faltaba y tengo un poco más de fuerza para soportar la crisis tan brutal en la que estamos».

Esta descripción es habitual en el inicio de una infidelidad. Nos encontramos ante una situación muy delicada y muy importante en la vida de las personas. Se ponen en juego asuntos vitales muy serios. La necesidad de cariño, atención y aprobación son tan grandes que, cuando aparecen, el corazón las absorbe con ansia, el ansia de ser amado que todos tenemos.

Esta necesidad vital se puede encontrar cubierta por otra persona cuyo lugar no es nuestro corazón sino el de su mujer y sus hijos. Se produce un proceso de enamoramiento paralelamente a otro de desamor. La situación es complicada y áspera en un lugar y tierna en otro.


Después de acompañar a muchas personas en estos procesos, me permito daros un consejo: pelead hasta la extenuación por lo vuestro. Por vuestra relación, por aquella que os llevó a enamoraros y a comprometeros, a tener hijos y cuidarlos, a envejecer pensando en su bien.


El matrimonio pasa por etapas muy complicadas en las que parece que no hay nada que hacer. Nos empeñamos en que sea el otro el que cambie, en pensar en nosotros mismos hasta convertirnos en el centro de nuestra casa y de nuestro pequeño mundo. De ese modo, todo supone infelicidad. Estamos configurados, creados para amar. Ninguna solución pasa por exigir al otro comportamientos diferentes.

La solución pasa siempre por uno mismo. Eso no significa que no debamos poner límites. Hay que intentar cuidarse, no llegar a la extenuación, hacer que los hijos colaboren de modo que todos podamos descansar. Proponer planes que de verdad nos despejen y nos lleven a disfrutar de momentos que equilibran las obligaciones y los momentos de mucha exigencia.

Eso es una cosa y otra muy diferente es poner mi ‘yo’ por encima de todo y de todos. Digo esto porque hay que tener cuidado con determinadas orientaciones psicológicas que llevan a las personas a ponerse en el centro y a exigir de los demás que les cuiden, que les hagan caso , porque han llegado al convencimiento de que se lo merecen. Todos nos lo merecemos pero en el matrimonio, ese sistema no funciona ni funcionará jamás.

Mónica De Aysa. Máster en Matrimonio y Sexualidad

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