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¿Qué imagen transmitimos a nuestros hijos del trabajo?

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Soy periodista por vocación y profesión. Sigo convencida de que la mía es una preciosa tarea, absolutamente indispensable para la sociedad. Enamorada como estoy de mi profesión, hace unos años me sorprendió la rotundidad con la que una de mis hijas, entonces de unos ocho años, aseguraba que ella, bajo ningún concepto, querría ser periodista.

No es que yo esté especialmente interesada en coartar en modo alguno su libertad de elección, pero indudablemente había transmitido en mi casa una percepción de mi profesión muy diferente de la que realmente tengo.

Cuando el libro que Esther Joos, editado en español, cayó en mis manos, entendí perfectamente todo lo que había hecho mal, que no es poco. Detrás de estas páginas se esconden, sin duda, muchas horas de sincera reflexión que se añaden a los amplios conocimientos en pedagogía de la autora. Y eso se percibe claramente en que cada página nos invita a meditar sobre cómo podemos mejorar en nuestra difícil tarea de la paternidad, para así conseguir que nuestros hijos también mejoren en su vida.

La clave de esta obra, titulada con un sugerente juego de palabras –Yo juego, papá trabaja– radica en una explicación de lo que está ocurriendo en nuestro entorno: no estamos transmitiendo a las nuevas generaciones el verdadero valor del trabajo, su sentido más profundo, ontológico, el que nos mueve realmente a desempeñar nuestra tarea con la máxima entrega posible, a veces con más acierto, otras con menos.

El texto indaga en el proceso por el que hemos ido perdiendo una visión ética y positiva del trabajo como una forma de entrega a los demás. Joos relata en primera persona cómo su padre, un inmigrante alemán en Estados Unidos en la época de la Gran Depresión, les transmitió que esa pasión por el trabajo bien hecho solo se logra cuando se entiende que es una forma de devolver ‘el favor’ por la vida que hemos recibido.

Sin embargo, Joos nos alerta: en demasiadas ocasiones, en nuestras charlas informales, en nuestros comentarios ocasionales alrededor de la mesa, el trabajo parece representar para nosotros una carga difícilmente superable, el único camino posible para ganar lo suficiente para unos estándares de vida que quizá sean demasiado elevados, en exceso consumistas. Si esto es lo que escuchan nuestros hijos, ¿cómo pretendemos que amen el trabajo? Y si no aman el trabajo, ¿cómo queremos que lo hagan bien en todas esas tareas que les hemos encomendado?

El libro no nos deja en la estacada. Nos aporta unas valiosas reflexiones para cada etapa educativa sobre las formas más sencillas de lograr, con mucha perseverancia, que los hábitos positivos del trabajo calen en nuestros hijos hasta que los puedan convertir en virtud.

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