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Cómo evitar que en casa solo se oigan gritos

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Escribía en el último número de la revista Hacer Familia (suscripción disponible) un tema en el que estaba especialmente interesada: ¿qué hacemos cuando nuestros hijos empiezan a salir a otras casas, invitados por sus amigos, y descubren que hay diferentes modelos de educación? ¿Cómo validamos la nuestra frente a las de los demás? En el reportaje damos pistas claras para enfrentarnos a lo que hemos llamado «la vida de los otros».

Al trabajar sobre este tema me surgía todo el rato otro de fondo, uno de enorme calado: ¿qué puede hacer que nuestros hijos prefieran la vida de los otros a la nuestra? Sencillo: que no estén a gusto. ¿Y por qué no iban a estarlo? ¿Quizá por el exceso de normas? Es poco probable, los niños esperan de sus padres que les detallen las reglas de juego y así saber a qué atenerse. Pero… ¿es realmente agradable la vida en nuestra casa?

Este tema me preocupa enormemente y lo tengo muy asociado al reiterado problema de los horarios laborales, escolares y de cena en España. Ya sea por las circunstancias, por la idiosincrasia, por el meridiano o por la ineficacia lo cierto es que la tarde que les queda a las familias en nuestro país es verdaderamente de risa.

Cómo validar la vida de otros

Entre el regreso del colegio y la merienda, no son antes de las seis cuando nuestros hijos afrontan sus deberes -debate aparte-, eso si no tienen extraescolar, en cuyo caso hay que sumár una hora más como poco. Nos hemos plantado entre ocho y nueve sin cenas ni baños, que normalmente toca hacer a la carrera si queremos cumplir con el precepto de la hora de ir a dormir por aquello de la higiene del sueño. Ni que decir tiene que meter unos minutos de lectura en alto, en bajo, en inglés y en español resulta tarea titánica. Y además, hay que mantener abiertos los canales de conversación paternofilial. Para rizar el rizo. Ya entenderán que con el ataque de estrés con el que vamos todos, grandes y chicos, con semejante abigarrado horario, nuestra casa es un lugar marcado por exclamaciones, cuando no gritos desaforados, con un permanente «venga, vamos, que no nos da tiempo». Y así, qué quieren que les diga, yo también elijo «la vida de los otros».

Pero, ¿realmente tiene solución? Desde luego no podemos intervenir a corto plazo en los elementos que no están en nuestra mano sin embargo, tenemos otros que sí están a nuestra disposición y que podemos reorganizar. Porque el orden es el armazón sobre el que nosotros podemos organizar mejor las virtudes.


Si pusiéramos empeño de nuestra parte, adelantamos las cenas, gestionamos mejor el tiempo de duchas, doblamos esfuerzos por compaginar merienda y vuelta a casa ¿podríamos dejar un tiempo disponible después de cenar?


Es un tiempo que cuenta con características únicas: todo lo demás ya está hecho, no nos quedan tareas pendientes más allá de un rato de lectura, estamos todos juntos, ya no vamos a salir de casa y tenemos tiempo disponible. Es una ocasión perfecta para las más variadas actividades: juegos de mesa, lectura en familia, manualidades, un rato de charla, preparar unas galletas juntos para desayunar.

No aspiramos a grandes logros. Habrá días en los que haya algo que hacer. Otros en los que sencillamente escuchemos, o intuyamos, un «mamá, paso, me voy literalmente con la música a otra parte». Pero como el hábito hace al monje, este rato de ocio se convertirá en costumbre, y la costumbre en recuerdo, y el recuerdo, siempre agradable, sentará las bases sobre las que nuestros hijos podrán decir: «prefiero mi vida a la de los otros, en mi casa a veces hay gritos y prisas, pero todos los días hay risas y alegría».

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