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El futuro de nuestros mayores tras el Covid-19

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La vejez es percibida erróneamente como una etapa aislada y triste en la que los mayores son una carga para los familiares, siempre ocupados en sus vidas hiperactivas. Digo erróneamente, porque diversas investigaciones evidencian que, mientras el cuerpo aguanta, los mayores son plácidamente felices. En general, gozan de una felicidad no estridente, que con sapiencia y buen hacer saborea la cotidianidad que a los demás mortifica.

Esto no será así, no puede ser así. En estos días de tristeza confinada no puedo imaginar el desasosiego, la desazón, la tristeza e impotencia de tanto mayor. Se están poniendo sobre el tapete algunos temas con desgraciado dramatismo y sobre los que debemos reflexionar serenamente:

– La sociedad no integra al mayor en su vida social. Sólo cuando sucesos como los que nos rodean y asfixian ponen el epicentro en ellos, y sólo entonces, por un tiempo limitado, supongo, tomamos conciencia de su fragilidad y vulnerabilidad.

– La soledad es una epidemia. Hay que actuar para que las personas mayores estén siempre y en todo caso integradas en nuestra (su) sociedad, monitorizadas (sin agobiar al que no lo desea) y ayudadas por la familia y el entorno social, en justa correspondencia por lo recibido. Nuestro -por todos defendido y enaltecido a gritos- sistema de salud, la educación, lo que nos rodea… Algo les deberá, digo yo… ¿no?

– La sanidad y la gestión de la cronicidad. Es un mal que irá a peor. Hay que planificar, modelizar y plasmar en decisiones de largo alcance cómo abordaremos la vulnerabilidad y comorbilidad en el futuro.

– La gestión y evitación de la soledad de los mayores. Triste mal de nuestros días. ¿Puede haber algo peor que morir solo?

Parece necesario impulsar la tecnología para abaratar el monitoreo y garantizar el acompañamiento del mayor en su vida cotidiana y, muy especialmente, para mejorar la calidad de vida en su hogar. Como también es necesario idear un plan para equilibrar la oferta y la demanda de las residencias geriátricas. No vale demonizar alegremente y sin rigor un sector que, en general, hace las cosas muy bien con un escaso margen económico. Y, al contrario, conviene pensar y analizar: si hay un 25% de plazas vacías y a la vez se echan de menos 300.000 camas… ¿Cómo es posible? Porque hay terribles desequilibrios de mercado y las personas mayores no pueden pagar el coste.

Es urgente un plan de ayuda a las personas para estar en su casa. Y, luego, cuando sea necesario o deseado, ir a una residencia a vivir, no a morir. Las residencias se perciben como el ‘último viaje premorturio’. Se va a morir, no a vivir. La concentración del sector y la profesionalización del mismo debe cambiar esto, ya.

También es necesario impulsar el cuidado profesionalizado. Se requieren profesionales entrenados y certificados en la atención a mayores. Calidad y calidez dan el diez: no cualquiera puede dar caricias, mimos con terapias o dar química con besos, la mejor medicina.

La España vacía es una oportunidad para crear proyectos de mejora de la calidad de vida de las personas mayores, emprendiendo proyectos urbanísticos y promociones residenciales amigables y llenas de vida.

La vejez debe ser ese momento de la vida que pasa con placidez y en el que se acumulan experiencia y sabiduría. No debe entenderse como un aburrimiento solitario. Sabe uno que al final del camino no hay prisas, sino lo contrario. La edad proyecta es o debe ser el momento culminante de la vida.

Vivir es envejecer. Estamos hechos de tiempo y materia, y ambos se corrompen, se extinguen, pero hay que hacerlo con total dignidad. Esa es la obligación de la sociedad: devolver lo recibido de los mayores y garantizar su buen marchar.

Todo infortunio esconde alguna ventaja: la desgracia del COVID-19 nos hará tomar conciencia de que mimar a los mayores es una cuestión de dignidad individual y social.

Juan Carlos Alcaide.  Autor de Silver economy. Mayores de 65: El nuevo target, y experto en silver economy y envejecimiento.

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