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Respuestas extraordinarias

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Un buen amigo, que en ese momento ya era padre de familia, me confesaba días antes de que mi esposa y yo tuviéramos nuestro primer hijo: – «Disfruta de estas últimas noches porque, en el futuro, nunca volverás a dormir de la misma manera».

Han pasado 17 años desde aquel día y lo recuerdo con frecuencia, porque aquellas palabras venían cargadas de la razón que concede la experiencia. Espero que se me entienda; no me dijo que no fuera a dormir, sino que mi forma de dormir y de estar despierto iba a variar radicalmente.

Y, ¡es cierto! En realidad, mi amigo quería explicarme que, una vez se es padre, se traspasa a los hijos un tipo de existencia que ya no volverá. Es como si se les cediera el testigo de la despreocupación que, años atrás, a su vez, se te había concedido por tus propios padres.

Aunque el poeta lo refiere a su amada, me sirvo de José Zorrilla para expresar esto mismo con dulzura en relación a los hijos:
– *»¡Duerme en calma tu siesta, dulce bien mío! ¡Duerme entretanto, que yo te velo, duerme, que yo te canto!».

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No lo digo con amargura; lo describo tal como creo que sucede. Los padres siempre estamos en vela, dando vueltas a las actitudes y preocupaciones de los hijos. Y, en la medida que ellos parece que no despiertan, que no espabilan, con más tesón les velamos, con más amor les cantamos.

En estos últimos meses, vosotros, padres, seguro que habéis velado conmigo para que vuestros hijos estudiaran con tesón para terminar el curso con éxito y así poder disfrutar del verano plenamente; igualmente, os habrá preocupado que desparramen los largos días de sol y luz de los meses de julio y agosto; por último, habréis padecido la ansiedad por el inicio de un nuevo curso y, de nuevo, ¡vuelta a empezar!

Y ante cada hito que se viene sucediendo, siempre habréis estado con el oído atento para escuchar sus silencios y con los labios dispuestos para presentarles la verdad, aún a sabiendas que, aparentemente no la escuchan.

– «¿Alguien ha deducido que estoy describiendo a muchachos mayores de 12 años?».
Pero entonces, como preguntaría Pilato: «¿Qué es la verdad?», (Jn. 18,38). No seré yo, para mis hijos, el que deje la respuesta a esta cuestión como insoluble; al contrario, he de ofrecerles respuestas «a esa pregunta que es una cuestión muy seria, en la cual se juega efectivamente el destino de la humanidad » (B XVI).

Finalmente, ya sea cuando se preparan los exámenes, ya cuando se toman vacaciones, ya cuando se retorna a las clases, se trata siempre de lo mismo: convertir lo ordinario en extraordinario. Y en eso estamos, mi esposa y yo.


Estoy convencido que, de nada sirve decirle a tu hijo que estudie, si no encuentra un sentido extraordinario al acto mismo ordinario de adquirir conocimientos. 


Poco podrán hacer nuestros hijos para combatir la pereza, si no se le explica el sentido del descanso y los motivos de los cansancios y las fatigas del hombre. Porque, así intento explicárselo a ellos, el cansancio, en su sentido más profundo, no lo provoca el trabajo; de la misma manera que el descanso no se deriva automáticamente de estar tumbado.

Más bien, ocurre lo contrario; en la medida que no se hace nada, más agotado se termina; el cansancio aparece de manera inversamente proporcional a la búsqueda del tiempo de recreo.

– «Haced deporte, ayudad en las tareas de casa, jugad con vuestros hermanos pequeños, visitad a vuestros abuelos que están solos y enfermos, leed lecturas que os hagan crecer intelectualmente… y terminaréis el día descansados».

– «Cuidad que nadie os moleste, ocuparos en leer libros insustanciales, no ayudéis en las labores de la casa, no os preocupéis de vuestros hermanos, no visitéis a vuestros familiares que estén solos* y terminaréis el día cansados».

¡Esta es la verdad! Sé que no son tiempos en que molen las afirmaciones categóricas, pero negarlo sería esconder la evidencia. Yo también puedo preguntarme cosas con mis hijos pero, fundamentalmente, les debo a ellos respuestas, respuestas extraordinarias.

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