Aseguran los críticos que es una práctica demasiado fácil hablar de nuestras propias experiencias en primera persona. Sin embargo esta vez haré una excepción para comentar alguna experiencia que me ha hecho pensar de forma sincera y descarnada, por si a alguien le puede servir de «aviso a navegantes».
No es la primera vez que me busco las vacaciones navideñas para pasar una semana en un hospital. Los fríos, tan frecuentes en estas fechas, suelen hacer presa en mis pulmones deteriorados, para desencadenar una neumonía con el natural acompañamiento de antibióticos y cortisonas. Administrados los primeros remedios, no es una enfermedad que curse con graves dolores, aunque el desmadejamiento y la flojedad se hacen sentir por todo el cuerpo. Hasta aquí todo normal, pues en mi misma planta varios colegas padecían idénticas dolencias.
¿A qué tanta anécdota para glosar un hecho tan vulgar? Me explicaré. Tengo la inmensa suerte de contar con un viejo amigo médico, ya jubilado, con una fama y prestigio bien ganado, que eligió la especialidad de oncología. Más de una vez le he oído comentar su fórmula mágica para atender enfermos: para los dolores físicos opiáceos, para fortalecer el ánimo, amor.
He tenido la inmensa fortuna de sentirme muy rodeado por toda la familia: mujer e hijos han rivalizado para ofrecerme todo su cariño. A pesar de sus largos turnos de acompañamiento, he pasado muchas horas mirando el techo de mi habitación y haciendo discurrir mis consideraciones en todas direcciones.
¿Cuál ha sido el objeto fundamental de mis reflexiones? Las familias rotas. ¿Qué hubiera sido de mí sin el abrigo de tanto cariño desinteresado? Mi fantasía me llevaba a recorrer tantas situaciones como tengo a mi alrededor, que un buen día, cuando se encontraban pletóricos de facultades «vendieron la primogenitura por un plato de lentejas». ¿Cómo confortan ahora su desamparo? ¿Quién les ofrece ahora las migajas de una visita protocolaria -¡si es que llega!- en la que únicamente se pretenden cubrir las apariencias de salvar un convencionalismo social?
¿Cómo es posible tomar determinaciones en situaciones de bonanzas, sin contemplar que llegará un día en que la familia es el único refugio verdadero donde podemos fortalecernos? No se trata de situaciones extraordinarias. En la vida hay más pesares que goces, y es una falta de realismo no contar con ello.
¿Egoísmo? Todo lo contrario, en aquella habitación del hospital, tenía la inmensa fortuna de contar con que recogía lo que había sembrado.
En este mundo en el que pasamos algunos años de nuestra existencia, nada es gratis. Hay que estar a las duras y a las maduras* que también llegan. Es una tarea que dura toda la vida, en la que aunque el matrimonio no es un «mercado persa», cada uno tiene que poner algo de su parte, y entrenarse para pasar buenos y malos ratos juntos.
Insisto, he visto de todo en estos días, pero me ha llamado particularmente la atención el modo con el que cubrían las ausencias de su familia los pacientes más solitarios. Todos encontraban una disculpa para sus seres queridos. Ellos seguían queriéndoles, y ahí estaba su consuelo.
¿Mis conclusiones? No se pueden tomar decisiones precipitadas, pues lo que hoy nos parece una liberación, mañana puede ser una losa que nos aplaste. Familia, familia, familia, ahí está la solución de todos los males de la sociedad, pero de una manera especial el remedio de nuestras carencias que, antes o después, a todos nos llegan.
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