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Cómo conseguir que los niños nos cuenten su día

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Si tuviera que sintetizar un día en el colegio de mis hijos, estoy convencida de poder hacerlo con el término más adecuado: es «el colegio de La Nada». Porque cada vez que les pregunto qué tal les ha ido, obtengo un lacónico «bien» apenas inteligible. Y si trato de concretar qué han hecho en ese día, todo se resume en un «nada» que cae de sus labios con desidia.
¡Virgen Santa! ¿De nueve a cinco, mientras yo sacaba adelante toneladas de trabajo que es imposible resumir, ellos no han hecho nada de nada? Evidentemente, mis ansias desmedidas por saber qué han hecho no nacen de que yo ponga en duda que han trabajado mucho bajo la atenta mirada de profesores extraordinarios. Lo que ocurre es que como madre me frustra un poco eso de no saber nada de nada de lo que pasa en la inmensa mayor parte del día de mis hijos.
Y es que basta hacer una cuenta de la vieja para descubrir que, si restamos las horas de sueño y de colegio, pasamos con ellos solo unas cuatro o cinco horitas diarias. Y, por desgracia, buena parte del tiempo lo dedicamos a dar órdenes como «dúchate», «haz los deberes» o «recoge tu habitación». Visto así parece horrible.
Por eso me parece tan importante la hora de la cena. Y la hora debería aproximarse más a «la hora» que a «los diez minutos». En mi caso es sencillo porque uno de mis hijos es tan lento comiendo que a veces se nos va la cosa hasta «la hora y media». Bromas aparte, un rato sentados alrededor de la mesa es el momento perfecto para llenar esos «bien» y esos «nada» de contenido sustancioso. Yo aquí aplico criterios estrictamente periodísticos a mi trabajo como madre y saco el mejor partido posible a lo que he aprendido del arte de la entrevista.
La primera premisa para que la cosa funcione es no preguntar en genérico. Si yo preguntase hoy al mismísimo presidente del Gobierno algo tan abierto como «¿Qué tal va Cataluña?», contestaría con una respuesta tan abierta como el interrogante planteado. Si le pregunto por la legislación vigente, tanto en la Carta Magna como en el reglamento del Senado, que se aplicarán en este caso, se explayará durante horas con la erudición que lo adorna y sus amplios conocimientos en la materia.
A todos nos pasa: la imprecisión nos dificulta la respuesta. A los niños más aún, porque nuestro día de trabajo se parece mucho a sí mismo en cada hora y en cada jornada, pero su clase de «mates» tiene muy poco que ver con la de «educa» y menos aún con el «segundo patio». De modo que un «¿Qué tal el cole?» merece la respuesta que nos hemos ganado a pulso: «Bien», sin más.
Aprovechamos las cenas para preguntar de una manera mucho más concisa: «¿Qué tal te habían salido los ejercicios de matemáticas que hiciste ayer?» «¿Ya ha vuelto al cole tu amiga Fulanita que estaba con fiebre?» «¿Qué canción elegisteis al final para la representación de Navidad?»
Hay más trucos. Por ejemplo, los niños son muy tímidos para hablar de ellos mismos pero no tienen complejo en hablar de los demás. Y a través de todo el cotilleo del prójimo, nos enteramos de la realidad del próximo…
Otro truco: cada hermano tiene que pensar en lo mejor y lo peor que le ha pasado en el día. Al primero le costará empezar a hablar, pero por ese fenómeno de natural competencia entre hermanos, en unos minutos tendremos a todos ansiosos por contarnos. Y de pronto, el colegio pasará de ser «nada» a serlo prácticamente todo.
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