En la base de la construcción de la propia personalidad se encuentra la genética. Ante semejante herencia lo único que podemos hacer es conocerla y utilizar el sentido común y la medicina para modificarla en el caso de las enfermedades transmitidas tanto físicas como psíquicas.
Pelearse con los genes no tiene sentido. Agota. Negarlos supone llevar una vida limitada por sus consecuencias. Por encima del carácter está el temperamento. Difícilmente el sanguíneo será apático o el colérico tranquilo. Sin embargo, el carácter es educable.
La personalidad se forja, se desarrolla con una genética heredada de base, un temperamento determinado y un carácter que se educa junto con los hábitos adquiridos, las amistades, la educación recibida y todo el entorno social con la influencia que todo ello supone.
El carácter constituye una suerte de segunda naturaleza. Es el conjunto de hábitos intelectuales, afectivos, físicos y espirituales que adquirimos a lo largo de la vida. El concepto de carácter es psicológico, no moral. No somos directamente responsables de él, como no lo somos de nuestros sentimientos. Únicamente lo somos de nuestros actos.
Entre los defectos del carácter, quería hoy destacar la anhedonia, que es la incapacidad para disfrutar. Hay personas a las que les resulta más difícil que a otras ser felices. Son personas negativas, que solo ven defectos en los demás y en lo que les rodea. La desgana, el desánimo, todo el aspecto depresivo pueden producir anhedonia. Dentro de las teorías estándar de la personalidad, está relacionada con el neuroticismo (inestabilidad emocional).
No todos tenemos la misma capacidad de disfrutar. Las personas con temperamentos extravertidos son más sensibles a las recompensas. Los introvertidos, más sensibles a las señales de castigo. Suelen tener conductas de evitación de inhibición. Normalmente, un extrovertido pelea por conseguir lo que quiere hasta obtener la recompensa. Están dispuestos a soportar el esfuerzo que ese objetivo requiere.
Los introvertidos prefieren eludir el esfuerzo y la pelea aunque por ello renuncien a la recompensa.
La pasividad supone vivir siempre respondiendo a la situación, sin tomar nunca la iniciativa. Los psicólogos han estudiado los efectos que produce este carácter pasivo.
Tienen tendencia a la dependencia, a la sumisión, sufren un sesgo depresivo, pueden ‘rumiar’ las cosas sin tomar nunca decisiones. El inactivo persigue ensoñaciones. Con este rasgo está relacionada la pereza. La pereza nos impide aspirar a lo mejor.
El miedo a equivocarse, la confianza en que será otro quien decida, la pereza de postergar las decisiones y la crítica negativa de lo que ya está decidido, hacen que sean rasgos que dificulten la vida entre tú y yo.
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