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El bienestar en la educación

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A lo largo de los años, la vida nos va planteando diferentes situaciones a las que debemos enfrentarnos y que, en numerosas ocasiones, nos llevan al límite. No obstante, es en este momento de incertidumbre cuando nuestra estructura fundamental se encuentra en la mejor posición para aprovechar nuevas oportunidades y reestructurar los recursos psicológicos.

Un episodio doloroso en la vida de alguien puede generarle malestar temporal, dudas sobre sí mismo, ansiedad, tristeza e incluso le puede llevar a replantearse su vida por completo. Sin embargo, este proceso ayuda a realizar una observación introspectiva y conocer más de cerca quiénes somos y qué queremos, conduciendo a un desarrollo más exitoso de nosotros mismos.

Los investigadores Tedeschi y Calhoun, que acuñaron el término crecimiento postraumático, señalaban ya a mediados de la década de 1990 que las variaciones internas y positivas suceden a eventos vitales graves que implican la propia supervivencia.

Ante situaciones complicadas a las que se enfrentan tanto grandes como pequeños, los padres y educadores juegan un rol fundamental: el de apoyar a los niños a transformar el trauma en una profunda fortaleza. Animarles a aceptar la incertidumbre y a estar abiertos a lo impredecible de la vida les ayudará a superar los reveses y a pasar de una posición de miedo a una llena de entusiasmo y oportunidades. Para ello es fundamental creer en su capacidad de transformación y no sobreprotegerles.

La resiliencia, como capacidad cognitiva que es, no es una cualidad innata en los seres humanos, sino que conlleva un trabajo de aprendizaje constante. De ahí la gran importancia que supone trabajarla desde una temprana edad tanto desde los centros escolares como desde el entorno familiar, a través de actividades concretas como el arte, el deporte o la gestión de las emociones.

Los juegos tienen un impacto positivo en el desarrollo de la resiliencia de los niños pues estimulan su crecimiento integral en diferentes niveles: a nivel social, motriz, afectivo y cognitivo. Pero, además de estas actividades, ¿existen otras maneras de cultivar la resiliencia y aumentar el bienestar de los alumnos?

El establecimiento de relaciones personales fuertes se presenta como uno de los elementos más significativos en el aprendizaje y desarrollo de la resiliencia por parte de los niños.

Es fundamental que éstos construyan una red familiar y de amistad en la que se sientan aceptados, amparados y libres de mostrar sus sentimientos y preocupaciones. Por otra parte, es esencial inculcarles desde que son pequeños cualidades como la empatía y la ayuda a los demás. Esto les permitirá sentirse valorados y tener confianza en sí mismos. Por ello es muy importante favorecer su autoconocimiento y ayudarles a potenciar sus habilidades predominantes, fomentando así su autoestima.

Por otro lado, es crucial en este aprendizaje animar a los niños a fijarse objetivos a través de los cuales podrán experimentar el valor del logro de lo alcanzado y aprender a superarse día a día. Es conveniente que en el entorno, como por ejemplo en la clase del niño, estos logros individuales sean percibidos como elementos que contribuyen al bienestar de todos. Asimismo, hacerles entender que la vida son ciclos y cambios constantes a los que deben enfrentarse de la manera más positiva posible, les permitirá comprender que la desesperación y frustración que pueden llegar a sentir a raíz de determinadas situaciones es una fase transitoria y completamente normal.

Más allá de la enseñanza de conocimientos y estudios, los centros escolares desempañan un rol crucial en el cultivo de la resiliencia y del bienestar de los alumnos. Enseñarles a cuidarse y valorarse por lo que son es esencial para su correcto desarrollo cognitivo y social, ya que repercutirá a lo largo de toda su vida. Y, sin duda, se convertirá en un pilar fundamental para su futuro bienestar, incluso más importante que los resultados académicos.

Clara Benacerraf. Psicóloga del International College Spain (ICS).

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