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Besos de niño

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No hace mucho, esta Navidad, me han rondado por la cabeza unas palabras que aprendí siendo muy pequeño y que se asoman con frecuencia a mis recuerdos infantiles. Era una época en la que se conservaba la costumbre de ejercitar la «memoria» desde muy pronto.

¿Se me permite un comentario jocoso? ¡Qué maniáticos, padres y profesores, que se empeñaban en torturar a las pobres criaturas para desarrollar una de las potencias más esenciales para la vida humana! ¡Basta de bromas! Sigamos.

Apenas aprendí a leer cuando aprendí una notable colección de poesías. Una de ellas me sigue repicando en la imaginación a pesar de las décadas transcurridas porque me parece escrita para hoy. Recuerdo que su autor era Gabriel y Galán, aunque no reconozco la pieza completa. Solo me quedan los últimos versos: que se calle ese sabio parlante/ porque los males del mundo afligido/ no se curan con esos discursos engolados y fríos/ se curan con besos/ con besos de niño.

A estas alturas va a resultar que despreciamos un remedio tan próximo y asequible. Es ostensible que hay menos niños y escasos besos.

Besos de niño

Ya se entiende que no me refiero a ese «besuqueo», utilizado a veces como ungüento que todo lo cura o a quitapesares de mimoso. No. Es el que sale del corazón a la boca para comérselo a besos. El que brota al saltar la primera sonrisa en la cuna, o el que responde al estreno de ese «papa» y «mama» en sus labios.

Dejemos los besos «utilitarios». Vamos a mirar, a contemplar a un niño sin buscar otra cosa que extasiar el alma y soltar la espita de la ternura. No existe nada más hermoso en la naturaleza que un crio abriéndose a la experiencia de la vida en cada uno de sus movimientos.

En ese amanecer a su existencia hay mucho que mirar y que aprender. ¿Qué un niño llora..,? Ya lo sé. Pero al momento se ha distraído con otra cosa y asoman sus ojos tan brillantes como antes. Ni guardan malos recuerdos ni se oscurecen con negros presagios. Viven el momento presente. ¡Cuánto nos enseñan! Sus penas son pasajeras, sus rabietas fugaces.

Con mucha frecuencia «gastamos» el tiempo para lograr que coman, que no rompan cosas, que aprendan a lavarse, que no peguen a su hermano, que no chillen*Todo eso está muy bien si no queremos propiciar un salvaje en ciernes. Insisto, ha de ser así para que desde muy pequeño tenga noción de que existen «limites» y reglas de juego para ellos y los que les rodean. De ninguna manera pienso que hay que dejarles hacer lo que les «brota». Lo que quisiera destacar en este comentario de hoy es que a los niños hay que dedicarles momentos en los que se nos derrita la mente y el corazón. Que tenemos en casa obras de arte más esplendidas que las que atesora un museo.

Hay que «reservar» tiempo para contemplarlos. Saber lo que nos dicen y nos enseñan aunque no sepan hablar. Un niño es una cátedra donde se enseña la más genuina humanidad.

Soy muy consciente de que he descrito un panorama idílico. Tampoco este escribidor está en Babia pues tiene cinco hijos y catorce nietos, algunos de ellos viva reencarnación de Atila. Lo que desearía recordar hoy es que cuando un matrimonio mira a sus hijos con «embeleso», necesariamente, terminaran ellos mismos dándose un beso porque allí hay sangre de su sangre, vida de su vida. ¿No sería una buena medicina para curar muchos males que nos amargan la vida a los mayores?

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