Este verano no será normal. Y no solo porque las playas estarán extrañamente compartimentadas en cuadrantes unifamiliares ni porque las piscinas tengan turnos de acceso como la pescadería, o porque muchas familias no puedan plantearse más vacaciones que las del pueblo o ni siquiera esas.
Este verano no será normal porque hemos aprendido mucho en cien días de cuarentena, cien días de incertidumbre, cien días que nos demostraron por un lado nuestra fragilidad y por otro, la fortaleza de nuestros lazos familiares. Este verano no será normal, pero eso no significa que sea peor. Simplemente será distinto.
No voy a caer en el tópico de afirmar que salimos más fuertes del coronavirus, ni que salimos mejores, ni más unidos. En cada casa, en cada familia, esta tragedia (porque 43.000 muertos más que el año pasado son una tragedia con nombres y apellidos, con o sin prueba PCR), se ha vivido de distinta manera.
Aprender a disfrutar de lo sencillo este verano
Unos muy de cerca, otros con el dolor ajeno. Unos con muchas dificultades, otros solo con un puñado de contrariedades. Y todo lo que hemos vivido simplemente nos hace distintos en la medida en que estos meses tan diferentes nos habrán marcado, aunque solo sea un poco, para siempre.
Pero hay un valor común, un valor que, a fuerza de repetirse hogar tras hogar, muestra que es la marca que nos va a quedar a todos después de esta incierta primavera (toda la primavera) y del precario verano y el desconocido otoño que nos acechan: hemos aprendido a disfrutar de lo sencillo.
Por eso, este verano tan diferente va a tener algo especial: valoraremos cada detalle como único porque estos meses nos han permitido centrar la mirada en las personas, poner el acento en el amor de la familia, destacar los ratos de alegría compartida, aprender a ser austeros a marchas forzadas. Y ha funcionado. Toca disfrutar de lo sencillo, en familia, en verano, más que nunca.
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