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Arréglalo, no lo tires

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No hace mucho me tropecé con un programa de televisión en el que se entrevistó a un matrimonio que llevaba 60 años casado. Sin duda fueron elegidos porque eran noticia. Se salían de lo vulgar y corriente. Es la vieja regla de que es noticia que un hombre muerda a un perro, porque lo contrario no es reseñable.

Nada más empezar, la periodista les hizo la pregunta del millón:
– «Tal y como está el ambiente, ¿cuál ha sido su secreto para lograr la proeza de vivir juntos una década por encima de las bodas de oro?»
En la respuesta de la curiosa pareja no había ningún gesto de extrañeza y tampoco deseaban dar lecciones a nadie. Todo el rato mantuvieron una serenidad llamativa, mientras uno matizaba al otro alguno de sus argumentos.

Sin la menor jactancia, no se veían como unos supermanes sino como el resultado de una época. Sin el mínimo autobombo, ni mérito personal alguno. El marido tomó la palabra:
«Cuando nos casamos, la vida era distinta a la de hoy. Le pondré un ejemplo muy concreto: por ser circunstancias de relativa escasez, rara era la familia que no llevaba los zapatos a que les pusieran medias suelas. El mayor de mis hijos, en cuanto pudo, heredó un traje mío, dado la vuelta, aunque los ojales fueran al lado contrario. En casa se hacia el jabón con aceite usado, algo de sosa y ceniza.

Es frecuente que al salir del supermercado con un carro de la compra hasta arriba, le pregunte a mi mujer: ‘¿cuáles de los productos que van ahí llevábamos cuando íbamos solo con un capazo?’ Y mil detalles más que podría aportar»

La periodista detuvo su perorata y preguntó:
– «¿Y qué tiene que ver todo esto con sus sesenta años de matrimonio?»
– «Muy sencillo, nosotros vivíamos en otra cultura que se concretaba en algo que se respiraba en el ambiente. Cuando algo se deterioraba, intentábamos arreglarlo, pero no lo desechábamos y nos comprábamos algo nuevo».

Aquí intervino su mujer para puntualizar:
– «Bueno, tú tenías un ‘geniecito’ inaguantable* que ahora se ha amortiguado porque te faltan las fuerzas».
– «De acuerdo, pero a mí no se me ocurrió jamás detenerme a pensar que una solución era ‘dejarte’. Procuraba buscar mis trucos para volverte a contentar. Y así hemos puesto medias suelas a muchos zapatos*
«Esa cultura se nos introdujo por osmosis. Ahora cuando ha pasado un año por una blusa, se tira y se compra otra. Ese es el problema: desechamos cosas importantes, como el matrimonio, porque cualquier desgarro nos induce a probar fortuna con otra persona nueva».

Me dejó impresionado el argumento.
Recordé entonces el episodio vivido con un viejo amigo y compañero de carrera. Después de muchos años nos encontramos por casualidad. Después de los saludos de rigor, se empeñó en llevarme a su casa.

Cogimos a la mujer por sorpresa con sus cuatro niños, pero acostumbrada a trabajar fuera y dentro de casa, persona lista y dispuesta, se fue a la cocina a preparar algo.
En ese intervalo, se me ocurrió decirle a mi amigo: «¡Qué feliz te veo con esa mujer y esos cuatro niños!» Bajando el tono de voz me contestó: «Si yo te contara* Mira, al tercer día del viaje de novios, mirándome al espejo me dije: ‘Imbécil, te has equivocado’. Pero inmediatamente pensé: ‘El que la hace la paga’. Y empezamos a poner ‘parches’.

Sin duda teníamos muy pocos datos sobre la vida ordinaria y continuada en nuestra nueva situación. ¡A eso hay que adaptarse! Aquí me tienes con una felicidad que nunca soñé mientras me afeitaba delante del espejo aquella mañana».

Espero de la benevolencia del lector para que no me incluya en el apartado de fósiles. Me siento muy a gusto en el avance conseguido en todos los órdenes y cualquier tiempo pasado no fue mejor. Hay que tener suficiente flexibilidad para cambiar lo que hay que cambiar en temas accidentales y propios de una etapa -que es mucho- para conservar y reparar lo sustancial. El quid está en identificar lo uno de lo otro.

Son dos historietas reales que tampoco se remontan al mioceno. Es la conclusión de que cuando una cosa no funciona hay que arreglarla. En ambas se pone de pie que más que progresar estamos retrocediendo. Estamos con la moda de que nos presenten muchos platos en la carta del restaurante, pero al final nos quedamos con hambre; sinceramente me gustan las comidas cortas de platos y sazonarlas a mi gusto.

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