Es una típica ‘charla de parque’: «Pues mi hijo a los seis meses ya gateaba», «¿Y todavía no habla nada? ¿Qué os ha dicho el pediatra?», «Ya debería dormir toda la noche del tirón»… La escala de tiempo de evolución en los bebés y niños pequeños difiere en cada caso. Aunque es bueno tener unas pautas generales para detectar posibles problemas, se corre el riesgo de que los padres sean presa del estrés porque sus hijos no han conseguido ser ‘los primeros’ en su desarrollo.
Cada vez más, en educación, se escuchan frases del tipo: «cada niño es un mundo», «cada uno tiene su ritmo», «somos seres únicos e irrepetibles», etc. Esto lleva a entender que cada niño tiene un ritmo de desarrollo específico y que es importante conocer dicho ritmo y hacer todo lo posible por ayudar a su desarrollo y evolución.
Existe una edad a la que la mayoría de los niños suelen caminar, una a la que suele salirles el primer diente, o a la que comienzan a decir su primera palabra, etc.
Estos patrones invitan a pensar que todos los niños deben cumplirlos y que van a crecer de ese modo. Es cierto que, a pesar de que cada niño tiene una evolución propia, el ser humano tiende, de manera general y en una mayoría, a cumplir unos patrones determinados que hacen que en cada edad suelan tener determinados desarrollos en cada una de las áreas de evolución: emocional, cognitiva, conductual, académica, física, etc.
Por lo tanto, muchos padres viven pensando que sus hijos van a evolucionar dentro de esos ritmos y esperan que así sea. En el momento en el que, en algún aspecto determinado, no se cumple con esos patrones estándares que se han creado aparecen preocupaciones y nerviosismo.
Angustias emocionales frecuentes en los padres
Entre las angustias emocionales, que suelen repercutir directamente en los niños, cabe destacar las siguientes:
– Angustia previa: muchos padres viven constantemente pensando en que su hijo debe lograr un objetivo determinado, debe aprender a hacer algo específico, etc. Consiste en estar constantemente con la presión de pensar que su hijo debe hacer sin dejar que el tiempo vaya marcando su camino. Se vive con demasiado adelanto cada momento sin saber vivir el momento propio y cada circunstancia.
– Presión a los hijos. El pensar que ya debería ser capaz de andar o de escribir, o que le toca aprender a controlar el esfínter, entre otras muchas habilidades, genera en los niños un gran nerviosismo y tensión si todavía no están preparados para ello. Piensan que nos pueden estar fallando ya que esperamos algo de ellos que no son capaces de realizar. Esta presión suele provocar bloqueos y ralentizar más aún la evolución del niño.
– Infravaloración de ciertas conductas de los hijos por esperar otras determinadas: muchos padres esperan de los hijos ciertos estereotipos porque socialmente estén más desarrollados o de moda. Creen que sus hijos también deben actuar de un modo determinado o esperar de ellos un interés por ciertos aspectos. Esto provoca limitaciones en los niños porque, en muchas ocasiones pueden tener interés por otros aspectos cuyas capacidades y habilidades son mayores pero, al no ser valoradas por los padres, quedan latentes. En vez de hacerles brillar al máximo de sus capacidades, se les limita. Lo importante no solo es que no lleguen a lograr un desarrollo máximo sino que su felicidad también puede verse limitada.
– Comparaciones: suele decirse que las comparaciones son inevitables. Especialmente cuando se tiene más de un hijo. Los padres tienden a comparar las conductas de unos con otros. Para esta edad el mayor ya caminaba, esté ya debería caminar, etc. Sin darnos cuenta, estamos generando etiquetas que suponen un condicionante emocional.
– Luchar constantemente porque sea el número 1 y pensar que tu hijo debe ser el primero o el mejor: hay padres que consideran que sus hijos son los mejores y no les permiten no llegar a ser el número uno ni cometer fallos que incluso les ayudaría a mejorar y a adquirir independencia pero que no son tolerados.
Cómo no ser un padre obsesionado por los logros de su bebé
Tener un conocimiento muy exhaustivo de cada uno de nuestros hijos y saber cuáles son sus puntos fuertes y débiles ayuda a no dejarse llevar exclusivamente por los sentimientos sino a tener objetividad sobre cómo son de cara a poder ayudarles a crecer y superarse, así como potenciar sus capacidades.
Saber aceptar a cada hijo como es y no querer cambiar lo que no se puede cambiar ni camuflar aquello que no gusta debe ser una máxima. Muchos padres viven en una falta de realidad porque creen que sus hijos son de un modo determinado y no les aceptan realmente cómo son. Desde que son pequeños es importante aceptarlos y reconocerlos por el bien propio y el de los niños.
Además, debemos hacer conscientes a nuestros hijos de sus potencialidades y debilidades y ayudarles a tener un conocimiento sobre sí mismos lo más real posible. No solo es importante que los padres conozcan a los hijos sino que, además, deben ayudar a que sus hijos se vayan conociendo a sí mismos.
Acompañarles en su crecimiento y darles pautas para poder superarse es una práctica que no debemos abandonar nunca. Siempre acompañarles, pero sin sustituirles. Hay que darles la oportunidad de que sean ellos quienes lo realicen aunque les pueda suponer un esfuerzo mayor o incluso pensar que puedan llegar a cometer error o equivocarse.
Debemos enseñarles que confundirse, errar y saber levantar la cabeza sin rendirse ni hundirse emocionalmente nos hace fuertes.
Por otro lado, arles herramientas para saber salir adelante ante las dificultades y no debilitarse, les hará crecer y superarse a sí mismos.
Además, conviene no hablar con otros padres sobre lo que nuestros hijos hacen y los otros no o al contrario: esta pauta cuesta mucho llevarla a cabo a los padres. Algunos pares presumen en exceso, otros critican a sus hijos. Y por último, hay que tener un especial cuidado en hacerlo delante de los hijos porque pueden sentir cómo se habla de manera más frecuente de uno de ellos en comparación con el resto o incluso percibir impresiones de los padres no positivas o que no sepan darles una buena interpretación.
Si tenemos en cuenta estas pautas, lograremos ayudar a nuestros hijos en su crecimiento y sobre todo podremos asegurar su felicidad y la nuestra. Por el contrario, estar constantemente preocupados por lo que deberían hacer y no hacen genera una angustia importante sobre los padres y, como consecuencia, sobre los propios hijos.
María Campo. Asesora Pedagógica de NClic
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