El colecho es una práctica poco conocida en la sociedad occidental, aunque poco a poco se empieza a hablar más de ella, así como a valorar los beneficios que supone para el bebé. Llamamos colecho a compartir de forma habitual la cama con el bebé (o utilizar una cuna de colecho, que se anexiona a la cama de los padres), durante parte de la noche o toda ella.
Que una madre y su bebé lactante duerman juntos es la estrategia nocturna más universal y antigua de la humanidad. Es un comportamiento innato de nuestra especie, probablemente diseñado por la naturaleza para conseguir la máxima supervivencia y bienestar de nuestras crías.
De hecho, sólo en unas cuantas culturas (las llamadas occidentales o industrializadas) los bebés duermen completamente alejados de sus madres. En el resto del mundo el colecho es lo habitual.
Las sociedades modernas y el colecho
A lo largo de la historia, la mortalidad infantil ha sido siempre elevada. Los bebés morían de muchas maneras y en muchos lugares, incluyendo en la cama de los padres. Aunque ya se sabía que influían factores como el alcohol, en algunas sociedades se achacó al aplastamiento por parte de la madre y comenzaron a utilizarse cunas para que el bebé durmiese cerca de, pero no con, la madre.
Con la aparición de la Salud Pública y el desarrollo de la medicina moderna, la mortalidad infantil disminuyó drásticamente; esto coincidió en occidente con el aumento de la prosperidad y del tamaño de las casas (incluyendo habitación aparte para el bebé), así como con la aparición de la fórmula comercial para alimentar a los bebés. Sin embargo, a mediados del siglo XX se vivió una auténtica epidemia de muertes infantiles inexplicables (llamadas «muerte súbita del lactante»(MSL) o «muerte de cuna»)* a pesar de que los bebés estaban alejados del «peligro» que suponía dormir con sus madres.
Ahora conocemos los factores de esta tragedia occidental: madres que fuman durante y después del embarazo, bebés acostados boca-abajo, alimentación artificial con biberón y bebé muy alejado de su madre, que por tanto no puede detectar cambios en la respiración o en la temperatura de su bebé. Conociendo estos factores podemos intervenir para modificarlos.
Hay dos grandes movimientos que se ocupan del tema «dónde ha de dormir el bebé»: el movimiento para la seguridad y la prevención de la muerte infantil, y el movimiento de promoción de la lactancia, el vínculo y el desarrollo mental óptimo del bebé. Ambos buscan lo mejor para el bebé, pero debido a diversas polémicas a veces parecen contrarios. Vamos a intentar desentrañar en qué punto nos encontramos.
¿Es bueno dormir con el bebé?
El cerebro del bebé cuando nace sólo está al 25% de su potencial. El bebé humano espera y necesita contacto físico íntimo y frecuente, principalmente con su madre. Lo necesita para alimentarse y para una maduración idónea de sus sistemas inmune, termorregulador y cardiorrespiratorio. De hecho, el bebé está diseñado para funcionar de forma óptima en el contexto de una relación cercana en la cual la madre que lo amamanta puede compensar su vulnerabilidad neuroinmunológica. Su respiración se acompasa con la de su madre y ambos duermen de forma más ligera (por tanto el bebé no caerá en un sueño excesivamente profundo que le puede causar dificultades a su cerebro inmaduro, y la madre estará más atenta a cualquier signo de peligro en él).
Compartir la cama con el bebé ayuda a que las madres amamanten más veces y durante más tiempo. De la misma manera, las madres que amamantan tienden a dormir con sus bebés. Ambos comportamientos van asociados. En otras palabras, sí, es bueno que el bebé duerma muy cerca de la madre ya en la misma cama o en una cuna de colecho.
Cuando duerme conmigo se despierta más veces
La noción de que dormir «de un tirón» (de forma continua e interrumpida durante toda la noche) es bueno para un bebé, es falsa. Esta noción tan extendida explica por qué tantos bebés aparentemente tienen problemas de sueño. Los bebés no tienen problemas de sueño, los tenemos sus padres debido a un modelo cultural que crea falsas expectativas y que no tiene nada que ver con el patrón de sueño fisiológico (es decir, normal) de un bebé.
La lactancia materna frecuente y la interacción con la madre, también nocturna, son necesarios para un desarrollo cerebral óptimo. Si nos explicasen a todos que lo normal, lo bueno (puesto que es como está diseñado) es que el bebé se despierte y amamante con frecuencia durante la noche, al menos su primer año de vida, no pensaríamos que a nuestro niño le pasa algo cuando se comporta así. El diseño original del ser humano no contempla que éste se alimente con fórmula ni que duerma bocabajo separado de su madre ni que ésta no responda a su llanto. Los niños criados con fórmula duermen más horas seguidas, pero precisamente están menos sanos y tienen más riesgo de MSL.
Carmela Baeza. Médico de Familia. Sexóloga. Centro de Atención a la Familia Raíces.
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