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El negativismo de los 2 años: ¡no, no y no!

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Como un monito repetidor, antes casi de aprender a hablar, nuestro diablillo de año y medio ya domina a la perfección el desesperante y retador vocablo «NO». Quizá porque también a nosotros nos gusta recurrir amenudo a él, nos resulta especialmente exasperante que nuestro hijo lo utilice como arma ante cualquier propuesta… ¿Qué podemos contestarle?

Alrededor del año y medio o los dos años, los niños suelen cogerle gusto a mover la cabeza para contestar con un rotundo y contundente «no» a muchas de las cosas que les pedimos o proponemos. Este negativismo, que no tiene mayor importancia, es tan sólo el reflejo de una etapa de confusión.

Ante un mundo lleno de opciones y de cosas nuevas que amenazan constantemente su seguridad, el niño/a reacciona diciendo «no» hasta a aquello que le gusta. Lo único que tiene claro es que no quiere que lo aparten del entorno que le es familiar.

Esta actitud, que es causa de que a menudo se contradiga incluso a sí mismo, tiene un sentido más evolutivo que emocional. Es el reflejo de la transición de un estado presocial a otro socializado.

¡Toma noes! Así se expresa el negativismo de los 2 años

Sin embargo, tampoco hay que ir demasiado lejos para buscar explicaciones sencillas. Si lo primero que aprende el niño a decir es «no»… ¿no será porque es lo que más nos oye? Su creciente autonomía motriz hace que el niño se convierta en un verdadero peligro desde que empieza a andar, y esto nos obliga a estar constantemente cortándole sus iniciativas… ¿por qué no va a hacer él lo mismo con las nuestras?

Otra razón que debemos considerar es la picaresca de nuestro angelito. No cabe duda de que muchas veces no sabe lo que dice… pero otras muchas trata tan sólo de medir hasta donde llegan nuestra paciencia y nuestra resistencia ante la amenaza de una pataleta o berrinche.
Si nuestro hijo se encuentra en esta etapa, sin embargo, no hay razón para magnificar lo que es tan sólo un problema transitorio. Pero sí debemos evitar reacciones que puedan agravarlo.

¿Pelear para vencer?

Aunque la actitud de nuestro hijo sea realmente retadora, no debemos olvidar que cualquiera de nuestras reacciones tendrá su particular trascendencia en el mundo que ahora él está descubriendo.

Calibra si realmente nos interesa librar la batalla. Si aceptamos y entramos a discutir, no podemos correr el riesgo de que el pequeño logre imponer su voluntad sobre la paterna. Ceder en una cuestión de autoridad es un primer paso para forjar a un adolescente rebelde y tirano. Más nos valdrá tener una escala de órdenes inapelables y otras más flexibles, con el fin de no utilizar demasiado la vía de la imposición.

No debemos abusar de los enfrentamientos directos como: «te vas a la cama porque lo digo yo y has de obedecer», y limitarlos a aquellos casos en los que estamos dispuestos a triunfar.

Las cosas claras ante el negativismo de los 2 años

Otro tema en el que debemos poner empeño para no dejarnos llevar por fuertes tentaciones: ser sinceros con el niño y dejarle claro siempre cuales son las cosas que no admiten discusión en casa.

Cuando queramos que haga algo «inapelable» como irse a la cama, no podemos darle opción a obedecer con preguntas como «¿Quieres ir a la cama?» o «Te llevo a la cama ¿Vale?». Cuando no hay opciones, no es justo que le hablemos como si éstas existieran.

Otra forma solapada de engaño es emplear el siempre útil «después». A menos que sea cierto que luego -una vez coma o cuando se haya bañado- vamos a permitirle seguir con ese juego, no debemos engañarle con esta vieja fórmula. Quizá hoy no tenga consecuencias, pero nuestro hijo necesitará en breve sentir que confía en nosotros, y estos detalles se lo impedirán.

La necesidad de implicarnos

Lo que está claro es que, si por las malas existe el riesgo de que el niño se plante, por las buenas -eso si, con mucha habilidad y paciencia- el peligro disminuye.

El ansia de cariño y atención del niño es tan grande que podemos lograr que haga cualquier cosa si le sabemos conducir a ella, mostrando interés por lo que hace y debe interrumpir, implicándonos activamente y desviando su atención del juego que tiene entre manos en ese momento al «otro» juego -comer, acostarse, vestirse- que nosotros queremos jugar.

Aunque sea un juergas, y no le guste ir a dormir, buscando su colaboración -«¡Vamos a enseñarle al osito cómo ordenar el cuarto: los coches aquí, abrir la cama, doblar el jersey… ahora vamos a explicarle como preparar la bañera»- quizá podamos lograr que encuentre el gustillo al proceso diario de ordenar cuarto-baño-pijama-cena-dormitorio.

Si yo te entiendo…

Lo cortés no quita lo valiente, dice con toda razón un dicho popular… también nosotros deberíamos tener en cuenta que oír a cada momento «no toques eso» «por ahí no pases «, «No», «¡NO!» acaba desesperando a cualquiera. Por pequeño que sea el niño, ha de ser la mar de incómodo que continuamente le impidan seguir sus aventuras y exploraciones. ¿Quién no se rebelaría ante tanta autoridad?

Aunque cada día haya que improvisar, es posible encontrar un camino agradable para algo que -debemos reconocerlo- no lo es: irse a dormir justo cuando ya están papá y mamá en casa y la cosa está más divertida. Es bueno que entienda cuál es su obligación y la cumpla, pero debemos entender que no le resulte agradable.

Pequeño independiente

El negativismo y descaro de nuestro hijo también tiene su parte buena: son un primer síntoma de carácter y deseo de autonomía. Aún hay mucho que inculcarle, pero no está de más que vaya aprendiendo a defender sus posiciones.

Por esta razón, si al final no obedeció, tendremos cuidado de reñir o castigar su desobediencia, pero no su capacidad de valorar o decidir. Expresiones como «tú no eres quién para decir si te vas o no» o «me da igual si quieres como si no: te vas y callas» son verdaderas bombas de relojería a largo plazo.

Rocío Serrano
Asesoramiento: Lucía Herrero. Psicóloga y orientadora familiar

Más información en el libro:

– No tengas miedo a decir no, de Osvaldo Poli. Editorial Palabra.

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