Hasta hace unos cuantos años se pensaba que la memoria de los niños comenzaba a desarrollarse a la par que el lenguaje. En el momento en que el niño disponía de sus primeras palabras, ya era capaz de guardar, etiquetar y organizar objetos, hechos, fenómenos… Ahora, en cambio, sabemos que existen diferentes tipos de memoria algunas de la cuales no necesitan como requisito indispensable el dominio del lenguaje.
Numerosos estudios psicológicos perinatales sobre la memoria del bebé han demostrado a lo largo de los últimos años que los bebés, con tan sólo ocho días de vida, son capaces de reconocer la voz de su propia madre. ¿Cómo es posible? Pues sencillamente gracias a cada uno de esos sentidos (olfato, oído, tacto…) que, ya desde antes de nacer, le permitían escuchar la voz de su mamá, sentir el placer de chuparse el dedo…
Varios tipos de memoria: el misterio del cerebro infantil
Pero para entender el mecanismo cerebral de nuestro pequeño es necesario tener presente que existen varios tipos de memoria que ya desde los primeros momentos de la vida son capaces de desarrollar los bebés.La primera de ellas es la memoria de reconocimiento. Esta podría ser considerada como la más sencilla de todas y es la que permite a nuestro hijo reconocer a las personas que le rodean, los lugares en los que se encuentra, los objetos familiares… Gracias a esta memoria, por ejemplo, los pequeños de corta edad son capaces de sonreír ante una cara amiga o de pedir (mediante gestos, llanto…) ese sonajero que tanto les gusta.
El otro tipo de memoria a la que hacíamos referencia es la denominada memoria de evocación. Gracias a ella, los seres humanos podemos recordar hechos, situaciones, personas en cualquier momento de nuestra vida e, incluso, con el paso del tiempo. La mayoría de los expertos afirman que esta capacidad de recordar es exclusiva del hombre y que no existen análisis que permitan determinar que los animales sean capaces de «recordar» un fenómeno o un hecho en concreto.Hasta hace unos años, incluso, tampoco se consideraba que los bebés pudiesen recordar pues se ligaba la memoria de evocación a la aparición y desarrollo del lenguaje.
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Simbolización y lenguaje
Según esta teoría, por tanto, los bebés no serían capaces de evocar hasta el mismo momento en que comenzasen a utilizar por primera vez las palabras, de nombrar aquello que no tienen en ese mismo instante delante de sí mismos. Es decir, alrededor del primer cumpleaños de nuestro hijo.Hoy en día, en cambio, se sabe que un niño de diez meses puede llegar a encontrar su osito de peluche si lo escondimos cerca del pequeño pocos momentos antes.
A partir del primer año de vida de los niños, eso sí, la capacidad de recordar los objetos se desarrolla a una velocidad tal que, los pequeños son capaces, incluso, de buscar su sonajero por sí mismos a pesar de que haya pasado un periodo de tiempo considerable desde que lo tuvieron delante la última vez.
Esto no quiere decir, claro está, que el lenguaje no tenga su importancia en lo que a la memoria infantil se refiere. A él se encuentran ligados fenómenos tan importantes para el desarrollo intelectual de los niños como es la capacidad de simbolización; una capacidad que permite, visualizar mentalmente cualquier objeto por el simple hecho de nombrarlo.
La capacidad de imitación de los bebés
A los nueve meses, además, un bebé puede llevar a cabo otra pequeña hazaña memorística igual de importante: se trata de la imitación.La capacidad de imitación es otro tipo de memoria que permite a los niños reproducir las acciones de los demás inmediatamente después de haberlas observado. Este es el caso, por ejemplo, de aquellos niños que comienzan a dar «palmitas» o a girar las manos al son de los «cinco lobitos» a la vez que sus padres.
Asimismo, y para gran sorpresa de los adultos, los niños de esta edad comienzan a mover objetos o tocar botones si antes observaron como papá y mamá hacían lo mismo.Al igual que ocurre con la memoria de evocación, basta tan sólo unos meses (de los nueve a los doce meses de vida) para que los niños pasen de la «imitación inmediata» a una «imitación mucho más retardada».
Con un año, por ejemplo, nuestro hijo nos maravillará con su habilidad para toquetear el mando a distancia si nos vio hacerlo a nosotros mismos unos días antes o, por qué no, con su singular estilo para tocar un timbre tal y como hicimos ayer mientras jugábamos con él.
Irene Gutiérrez
Asesoramiento: Lucía Herrero. Psicóloga y orientadora familiar
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