Aunque parezca imposible desde las primeras semanas de un bebé, y entre los 0 y los 2 años, se puede inculcar a los niños el hábito de la espera. Lo importante no es tanto enseñarles a que sean pacientes sino tratar de establecer rutinas ordenadas que les ayudarán en su desarrollo y que, de paso, harán más sencilla la vida al resto de las personas de su entorno.
Cuando un bebé acaba de llegar a casa, la primera impresión que los padres tienen tras varias noches de duermevela suele ser que su vida jamás volverá a tener orden. El caos se apodera de tal manera de los horarios de la familia en su conjunto que resulta tan imposible como frustrante tratar de planificar tiempos preciosos para cualquier actividad. Sin embargo, aunque en esas primeras semanas parezca una novela de ciencia ficción, es posible enseñar a los hijos a esperar.
La clave es sencilla: al inculcarles desde la cuna unos horarios bien definidos, se consigue un hábito de conductas que hará mucho más llevaderos esos momentos en los que fomentaremos su paciencia.
El sueño, la piedra angular
Un niño bien dormido es un niño feliz. Solo por eso, merece la pena esforzarse por conseguir ciertos hábitos en las rutinas de sueño de los bebés que se perpetuarán cuando, pasados los primeros meses, empiecen a consolidar sus ritmos de sueño y vigilia. Pero si es bueno tomar conciencia de que el primer beneficiado en el orden en el sueño es el propio bebé, también lo es aceptar que durante los primeros meses de vida las rutinas son muy difíciles de mantener y están sujetas a multitud de factores que hacen saltar por los aires los ritmos habituales.
Hay muchas teorías respecto a cómo hacer dormir bien a los niños. Pero todas coinciden en que los bebés necesitan un número de horas de sueño muy superior a las que hacen falta a los adultos. Y cuando no han descansado lo suficiente, nada funciona. Están irascibles y eso provoca que duerman peor, que les cueste más conciliar el sueño. Tienen hambre, pero están tan cansados que comen mal y no sacian su apetito. Acaban por entrar en un círculo vicioso que no solo altera sus biorritmos sino los del resto de la familia.
Numerosos estudios han encontrado una relación directa entre la falta de sueño de los bebés y un carácter difícil o un comportamiento irritable. Para el doctor Diego García Borreguero, presidente de la Sociedad Española del Sueño, hay tres objetivos básicos para los padres: sincronizar los ritmos del bebé con el día y la noche, conseguir horarios regulares en las distintas rutinas, enseñar a los bebés a conciliar solos el sueño desde la etapa de la cuna.
Las comidas en orden, más saludables
En los primeros meses de vida, cuando la leche es el único alimento que recibe el bebé, los ritmos de comida suelen estar entre las dos y las cuatro horas, con ligeras variaciones. Algunos médicos recomiendan la alimentación ‘a demanda’, es decir, cuando el bebé lo pida, y otros aconsejan esperar un poco entre toma y toma. Sea como fuere, pasadas las primeras semanas, casi todos los bebés acaban por establecer sus ritmos de comportamiento propios.
Si los padres analizan las horas a las que los bebés comen, surge de manera natural un comportamiento específico. Si mantenemos esos ritmos en la alimentación, conseguiremos rutinas exitosas en otros ámbitos. Son muchos los factores que hay que tener en cuenta. El número de comidas difiere en función de elementos tales como la necesidad de líquidos, la actividad o la enfermedad.
Poco a poco, a medida que los bebés van pasando a la alimentación con cuchara, se pueden adecuar los ritmos de las cinco comidas diarias de tal manera que se repartan bien en el tiempo de vigilia. La importancia del orden en las comidas va más allá del desarrollo de la paciencia. También resulta clave para garantizar un menú equilibrado, mejor calibrado, con un reparto más racional de los diferentes tipos de nutrientes.
Además, al tener que esperar determinadas horas entre una toma y otra, tendrán hambre suficiente. Los niños que, desde muy pequeños, aprenden que se puede ‘picar’ entre horas y consiguen una galleta de vez en cuando, llegan con menos hambre a la siguiente comida y empeoran su alimentación porque suplen con hidratos de carbono de absorción lenta que sacian el apetito, las necesidades reales de nutrientes.
Cuando el niño va creciendo y se pueden coordinar sus horarios con los del resto de los miembros de la familia, las esperas para la comida se hacen mucho más llevaderas. La recompensa no es el plato, sino el compartir un momento juntos. Sin embargo, si los ritmos de alimentación no están acompasados con los de sueño, los niños muy pequeños suelen negarse a comer porque el cansancio prima sobre el hambre.
Para tu bebé, cada cosa a su tiempo
Algunos de los hábitos que tratamos de desarrollar en los bebés van destinados a hacer más sencillas las siguientes actividades. Por eso es tan importante el orden en esos tiempos que median entre las comidas y los ratos de sueño. Así, un rato de actividad diaria en la mañana les ayudará a desarrollar su potencial psicomotor y, al mismo tiempo, les está abriendo el apetito para el almuerzo. Jugar con ellos en la tarde sirve para potenciar el apego, pero también para mantener su interés en un momento en el que empiezan a estar cansados y corremos el riesgo de que caigan en una profunda siesta fuera de horas y se salten alguna comida. La costumbre de bañarlos antes de dormir tiene el beneficio de que los tranquiliza y los predispone para el sueño.
Todos estos acontecimientos que se van enlazando en la vida de los bebés y niños pequeños no sirven para que tomen conciencia del tiempo. Faltan aún muchos años para que entiendan esta idea tan abstracta. Sin embargo, desde los primeros años los niños son capaces de entender que hay prelaciones en los acontecimientos. Eso les ayuda a gestionar sus expectativas. Un niño no entiende la diferencia entre las siete de la tarde y las nueve de la noche, pero sí es capaz de asimilar que primero jugamos, luego cenamos, después nos bañamos y tras el baño siempre toca dormir.
Esperar en las cosas pequeñas
A medida que los niños crecen, sobre todo a partir del año cuando adquieren autonomía suficiente y su capacidad de comunicación les permite pedir lo que desean, ya podemos empezar a fomentar su paciencia con pequeñas esperas, a veces obligadas, otras intencionadas. Por ejemplo, si piden un vaso de agua y no están al borde de la deshidratación, podemos solicitar de ellos un momento de espera. Como no entienden lo que significa «un momento», debemos acotarlo de manera clara. Por ejemplo, les invitaremos a esperar hasta que acabemos con aquello que estamos haciendo. Así podrán visualizar el momento en el que van a ser atendidos.
Si somos constantes en las costumbres, les estaremos inculcando unos hábitos que fructificarán en la útil virtud del orden. Pero para conseguirlo debemos ser consecuentes con los criterios establecidos. Si hemos decidido que la televisión solo se ve en un momento concreto del día, es importante que mantengamos esa rutina. Romperla implica romper, al mismo tiempo, el esquema de sus horarios, además de la sujeción a las normas.
Esto no implica que tengamos que ser cuadriculados en el estricto cumplimiento de cada actividad. Habrá innumerables ocasiones que requieran salirse del guion preestablecido: una visita de un familiar, una enfermedad, un imprevisto, un viaje… Lo importante en estos casos es intentar volver a la rutina tan pronto como sea posible y poner el énfasis en la causa de la excepcionalidad de los horarios. Aunque aún son pequeños para razonar, poco a poco irán entendiendo en qué circunstancias están permitidos determinados comportamientos.
Victoria Molina
Asesoramiento:Diego García Borreguero, presidente de la Sociedad Española del Sueño
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