La estimulación infantil en el agua es una técnica que sirve para trabajar el aparato psicomotor del niño. Tu hijo toma contacto con el medio acuático, pierde el miedo al agua pero con respeto y se relaciona e interactúa con otros niños y sus padres.
Además, es muy útil en esta época del año porque se acerca el verano y con él, las piscinas y el mar, esos grandes desconocidos para los más pequeños.Esta actividad debe realizarse con un método didáctico basado en la «pedagogía del éxito» y pretende poner a los bebés en contacto con el medio acuático, preparándolos, entre otras cosas, para la llegada del verano ya que, gracias al contacto permanente en el agua con la madre, o con el padre, el pequeño consigue habituarse al agua, superar los miedos, desarrollarse física y mentalmente y disfrutar de un contacto familiar más profundo y enriquecedor.
Así, los papás pueden afrontar el período estival con la tranquilidad de que las piscinas y las olas del mar no van a ser un inconveniente, ni unas temibles desconocidas para los peques que, además, harán sus primeros pinitos como grandes nadadores.
Independencia en el agua, comienza la autonomía
Entre 1 y 2 años, los niños comienzan a explorar el entorno y aumentan su seguridad e independencia. A esta edad, los pequeños cuentan ya con un incipiente desplazamiento autónomo, que es el gateo y la marcha.
Con estos avances en tierra firme, se trata ahora de enseñar a los bebés a moverse libremente en el agua (con unos churritos y mochilas), en posición vertical, haciendo pedaleo con las piernas como si caminasen o corriesen, dándoles así la posibilidad de potenciar aún más sus piernecitas y descubrir el agua de una manera distinta.
Aunque los padres les siguen acompañando y ayudando, los niños ya no son tan dependientes de ellos, haciendo pequeños desplazamientos, giros, chapoteos, etc.
Con el agua descubren un mundo distinto, que cuenta con sus propias seguridades e inseguridades, que los bebés deben descubrir. Además, es una época de separación del pequeño de sus padres, que debe hacerse poco a poco y adaptándose a sus necesidades psicológicas. Comienzan a introducirse normas y pequeñas directrices para que el agua sea al mismo tiempo divertida y segura.
La verticalidad que van adquiriendo les ofrece nuevas dimensiones de las cosas, favorece el establecimiento de las coordenadas oculo-manuales y el desarrollo de la manipulación fina, nos facilita las interacciones adulto-niño y niño-niño y, por último, favorece el reflejo de la marcha en un principio inconsciente y posteriormente intencionado.
Maduración de las habilidades adquiridas
Entre los dos y cuatro años los niños se encuentran en una nueva fase de su evolución, en la que debemos tener en cuenta que ya se manejan perfectamente en el agua e incluso que algunos lo hacen sin medios de flotación auxiliares, moviéndose como peces en el agua y comenzando a sincronizan sus brazos y piernas, realizando grandes desplazamientos.
Además, entre otras cosas, ya son capaces de llevar a cabo largos y profundos buceos sin problema alguno, controlando perfectamente su respiración y su cuerpo. Saltan desde el bordillo ellos solos, con inmersiones combinadas y salidas a la superficie con total naturalidad.
A partir de ahora, los pequeños disfrutan de manera exagerada del agua, de su entorno y de todo lo que han aprendido con ella y ya no hay quien los pare: son auténticos tritones y sirenas.
En estos momentos, será cuando se introduzcan nuevas actividades según sea cada niño, enfocadas a aprender a nadar, con nuevos conceptos como la horizontalidad y la flotabilidad independiente, que aprenden rápido y ejecutan con gran entusiasmo.
Ellos respetan las normas y van entendiendo los peligros del agua, aunque esto último siempre se les deberá recordar frecuentemente por su propio bien.
A partir de los tres años, son aún más expertos, ya que afinan los movimientos, la velocidad, la precisión y la fuerza.
Es el momento de perfeccionar su coordinación de brazos y piernas y de mejorar su equilibrio. Todo ello lo realizan además, trabajando en un clima de seguridad y confianza, reforzando su autoestima y la relación con los demás adultos y niños.
No hay dos niños iguales
En general, todos los niños se adaptan de una manera positiva al medio acuático, pero hay que tener en cuenta que cada uno ha tenido unas experiencias previas, en ocasiones buenas y en otras no, y eso es muy importante a la hora de su adaptación al agua, al entorno, a los otros niños y al profesional que dirija la actividad. No todos los niños evolucionan de la misma manera. Depende mucho de su carácter, de su relación psico-afectiva con sus padres y de su adaptabilidad a los cambios que se efectúan en su vida general.
No hay dos niños iguales y no hay dos evoluciones iguales. No se les puede ni se les debe exigir lo mismo a todos. Cada niño tiene su evolución y hay que respetarla siempre, nunca se debe forzar. El aprendizaje debe de ser positivo y lúdico, si queremos que su relación con el medio acuático sea favorable.
Por último, es importante destacar que no porque el niño vaya creciendo implica que necesite menos a sus padres, sino que éstos deben acompañarlo en sus descubrimientos y adquisiciones de nuevas habilidades, reforzando así la autoestima del pequeño y el vínculo afectivo padres-niño.
Mónica Campa
Asesoramiento: Laura Cruz. Fisioterapeuta de Valle36
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