Hay quien piensa que la enseñanza es algo que comienza cuando el niño empieza a notar su propia consciencia. Sin embargo, este desarrollo puede iniciarse desde la primera infancia, a edades muy tempranas. Un ejemplo es la educación emocional, que puede iniciarse en la etapa de los 0 a los 3 años, tal y como señala la psicóloga Begoña Ibarrola, quien indica que esta evolución supone grandes pasos en la preparación para una vida autónoma y plena.
De hecho, Ibarrola anima a los padres a apostar por la educación emocional dada la clara conexión entre el desarrollo cognitivo,y social. «Hablar de desarrollo emocional de niños y niñas es impensable sin hablar de desarrollo emocional de padres y madres, en primer término; en segundo término, pero no menos importante, de todod el mundo de relación y de cultura afectiva al que la criatura tiene acceso y del que recibe significados desde que nace», concluye la psicóloga.
Desarrollo emocional en la primera infancia
Ibarrola explica que la educación de las emociones empieza en la cuna, incluso antes de nacer. Antes de llegar a este mundo el bebé está indefenso y totalmente dependiente de su entorno, de él recibe ayuda para cubrir sus necesidades básicas. Entre estas, merece la pena destacar las siguientes:
– La protección de los peligros contra la vida y la salud.
– Los cuidados básicos como la alimentación, higiene, sueño, etc.
– El establecimiento de vínculos afectivos con algunos adultos.
– La exploración de su entorno físico y social.
– El juego, con objetos y personas.
La capacidad para responder emocionalmente ya está presente en los recién nacidos y la primera señal de conducta emotiva es la excitación que demuestran ante una estimulación. Sin embargo estas contestaciones no están tan definidas como para que los padres puedan identificarlas. En esta etapa las réplicas se diferencian entre placer y desagrado, estas se pueden obtener modificando la posición del bebé produciendo ruidos fuertes y repentino como el llanto.
En definitiva, la interacción del bebé con el mundo exterior dista mucho de ser pasiva. Es decir, los niños en los primeros meses de vida ya forman parte de su entorno de manera activa, mostrando un tono emocional distinta en función de los estímulos con los que interactúa. Los tres primeros meses el llanto y el grito suelen ser las respuestas habituales para que sean una descarga emocional, hasta convertirse en elementos de comunicación intencionales.
Los siguientes meses
A partir de los 4 o 5 meses aparece la rabia y el disgusto, respondiendo cada vez más a las caras y a la voz de las personas de su alrededor. A las diez semanas son capaces de reconocer rostros de alegría, tristeza y enfado, al tiempo que las imitan. A partir de los 6 o 7 meses reaccionan ante lo desconocido con cierta tensión y miedo. Dado que a esta edad ya es capaz de retener en la memoria objetos y personas, se alegará al ver a «conocidos» y con terror ante «extraños».
El miedo y la ansiedad ante la separación será más o menos acusada según el conocimiento que tenga el niño de la persona que cuida de él (padres, hermanos, tíos, abuelos, etc.), y en especial de la calidad de este vínculo establecido con el adulto a su cargo, siendo el miedo y el estrés más acusados cuando menos desarrollado esté el apego. El terror depende de la evaluación que el pequeño realice de la situación, incluyendo tanto factores indivicuales como contextuales.
A partir de los 8 meses empiezan a tener cierto sentido para la broma. De esta manera demuestran ciertos comportamientos graciosos en presencia de los adultos para causar la diversión, una muy común son las acciones que se les han prohibido para juga a ver qué reacción causan. Por ejemplo, harán ademán de dar algo y retirar de manera súbita lo que ofrecen.
Damián Montero
Te puede interesar:
– Actividades para desarrollar la empatía de los niños
– Cómo educar la inteligencia emocional
– Las 10 peores frases que los padres podemos decir a los hijos