Desde el momento en el que nace, el bebé chupa por reflejo, para encontrar alimento y recuperar esa sensación de seguridad que disfrutó durante los nueve meses que permaneció en el seno de su madre.
Con sus sentidos aún dormidos, el niño comienza a recibir la información necesaria por la boca y pronto comienza a chupar sus dedos, puños y pies. El problema se presenta cuando pasado el año y medio de vida el pequeño continúa con el pequeño vicio de chuparse el dedo y no se muestra dispuesto a abandonarlo por nada del mundo.
Ya desde el año y medio, es aconsejable que vayamos ayudando al niño a reducir el uso del chupete y el pulgar, procurando que solo lo use para quedarse dormido y quitándoselo cuando concilie el sueño. Entre los dos años y los dos años y medio, ya puede ser lo suficientemente maduro para olvidarse de lo bien que sabían ambos.
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Chuparse el dedo: averigua las causas
Si el niño sigue chupándose el dedo después de los dos años y medio, debemos averiguar las causas de su empeño: si no le hacemos mucho caso, o si tiene algún problema físico o de carácter que le hace sentirse especialmente tímido e inseguro, o si se aburre porque no le hemos enseñado a jugar, o si quizá padece algún problema en las encías que no hemos percibido…
Desde el punto de vista científico algunas teorías apuntan a que este pequeño «vicio» que poseen algunos niños puede tener los siguientes orígenes:
1. Es una forma de expresar ansiedad.
2. Se trata de una respuesta de inseguridad y, por tanto, se trata de una conducta consoladora que al niño le reporta una cierta tranquilidad.
3. Simplemente se ha convertido en un mal hábito.
Las consecuencias de chuparse el dedo
Chuparse el dedo no es solamente un hábito infantil. Antes de dejar que pase el tiempo, conviene ponerle remedio a tiempo porque el hábito de chuparse el dedo puede deformar el paladar y también provocar deformaciones en las encías y dientes. Toda la dentadura podría llegar a verse afectada e, incluso la propia musculatura facial y bucal.
La succión continuada y el movimiento del dedo suele provocar el desplazamiento de los incisivos hacia adelante afectando el cierre de la boca (maloclusión) que deja una abertura entre las dos arcadas, superior e inferior, de los dientes. Los odontólogos suelen denominar a este problema «mordida abierta». Cuando los niños llegan a este punto la única solución suelen ser ponerse en manos de un odontopediatra para corregir el problema.
Pero, los problemas no acaban ahí porque la pronunciación de las palabras y el desarrollo del lenguaje también pueden verse afectados. Al introducir el dedo en la boca el movimiento del chupeteo va empujando el paladar hacia arriba y éste va deformando el arco del paladar. Esta deformación se denomina «paladar ojival» y también puede provocar alteraciones en el lenguaje, concretamente dislalia (dificultad de pronunciar algunos sonidos como la /t/, /d/ y /l/).
Cómo ayudar a que deje de chuparse el dedo
Después de lo dicho, es obvio que medidas drásticas y violentas tan tradicionales como empapar los dedos en vinagre o castigar al pequeño no solo no son eficaces sino que suelen provocar el efecto contrario.
Un arma especialmente eficaz para estos casos es la propia imaginación del niño: el cuento del pobre pulgar que siempre estaba acatarrado porque nunca andaba seco, pintar caras en las uñas, organizar un solemne acto de despedida del chupete en el que sea el interesado quien baje a tirarlo a la basura para celebrar su «mayoría de edad», con ágape incluido.
En cualquier caso, nuestra actitud durante este proceso será realmente importante. Pensemos que el problema no es solo de nuestro pequeño sino de toda la familia. No conseguiremos erradicar este molesto hábito diciéndole mil veces al día que no se chupe el dedo y mucho menos ridiculizándole con frases como «pareces un bebé» o «los niños de tu edad ya no se chupan el dedo». Todo lo contrario. Pongámonos durante unos instantes en su lugar. Quizá así nos demos cuenta de lo difícil que puede llegar a resultar abandonar un hábito que tanta seguridad y bienestar proporciona.
María Viejo
Asesoramiento: Lucía Herrero. Psicóloga y orientadora familiar.
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