Nada más sorprendente que ser el padre de un adolescente. Cinco de la tarde, cuando Laura, de 15 años, vuelve de clase y va soltando encima del sofá los libros, el jersey, las llaves y una multitud más de objetos que constituyen la parafernalia de un adolescente. Le decimos lo que ya le hemos dicho durante varios años: «¿Por qué no dejas todo eso en tu habitación, cariño?». Explosión, «esto parece un cuartel», gruñidos, «no ves que vengo agotada», portazo… Y nos quedamos con una expresión de abierta sorpresa pintada en el rostro… «¿Qué le pasa?».
Pero todos los argumentos que se nos habían pasado por la cabeza para explicar esa actitud se derrumban cuando, a los pocos minutos, sale de su cuarto con una revista en la mano y nos abraza: «Mira, ya está el último disco en la calle de The Extremous… ¡Bien!». Y, al abalanzarse sobre el teléfono para contárselo a su amiga -a la que acaba de dejar hace «sólo» media hora-, se vuelve: «Papuchi guapo, me ayudarás a comprar el disco, ¿verdad?».
Una montaña rusa de emociones
Los adolescentes no son ajenos a estas variaciones. Al igual que los que le observamos desde fuera, ellos mismos aprecian que su carácter sube y baja como una montaña rusa: igual pueden estar felices una mañana, como enormemente tristes por la tarde, o al día siguiente. A esta edad, no resulta especialmente fácil que su comportamiento siga una línea clara y precisa, ya que eso supone autocontrol. Y justamente es lo que más le cuesta ahora que tiene las emociones a flor de piel.
Para conseguir una estabilidad en los sentimientos, nuestro hijo además de control propio, necesita seguridad en sí mismo. Y si por algo se caracteriza esta etapa es por los cambios y la desorientación que éstos conllevan para los hijos. No «saben» lo que realmente sienten: un día, afecto por ese amigo y al siguiente, un odio amargo; un día, se divierten en clase con sus compañeros y al siguiente, puede haberse convertido en una tortura.
Comprender el volcán de las emociones de los adolescentes
Como afirma un experto (Perdoncini) acerca del joven adolescente: «Para comprenderle es preciso conocer todo el volcán que se fragua dentro de él. Para ayudarle, es necesario proceder con tacto suficiente para que no se dé cuenta. Para inspirarle seguridad, es obligado llevarle a la convicción de que, por sí mismo, es capaz de enjuiciar cualquier situación. Y con especial empeño se ha de evitar que recaigan sobre él culpas innecesarias, pues ya tiene bastante con su atormentado mundo interior como para que vayamos a complicárselo más con naderías».
La personalidad del adolescente, como un volcán, puede estallar en cualquier momento y esta es la razón de sus cambios de ánimo, de sus subidas y bajones. Ciertamente, existen casos que son de médico y, de hecho, muchas clínicas psiquiátricas tiene con frecuencia estudiantes jóvenes. Cuando las fluctuaciones de ánimo y las manifestaciones son exacerbadas hay que acudir con prontitud a un especialista por si se trata de una enfermedad o desequilibrio mental.
Llega el bajón
En los momentos de bajón, los adolescentes se dedican, sobre todo, a pensar, dejando vagar la mente en mil cosas y en nada al mismo tiempo: «no hago nada bien», «si pudiera, me iría a…», etc. Si han sufrido alguna contrariedad le darán mil vueltas, observándola desde todos los ángulos y a veces inventándolos nuevos. Tienen en la cabeza, como grabada, una foto de sí mismos sin defectos, como les gustaría ser en realidad. Y cuando la miran y se comparan, se deprimen. Sin embargo, cuando se encuentran pletóricos piensan que son el de la foto.
Los bajones suelen darse después de afrontar alguna adversidad, del tipo que sea: una mala nota, una llamada de atención en clase, el periodo, una bronca en casa, un malentendido con algún amigo, etc. La mayoría de las veces son consecuencia de las circunstancias que van surgiendo.
En las horas o los días «bajos», la actuación más inteligente es evitar las situaciones de crispación pasando por alto algunas correcciones que, desde luego, hay que hacer. Evidentemente, esto no siempre es posible ya que, sobre todo cuando se encuentra delante algún hermano pequeño, es necesario dejar bien claro dónde está lo bien hecho y lo mal hecho.
Ignacio Iturbe
Asesoramiento: Santiago Herráiz. Licenciado en Derecho, ha dedicado su actividad a iniciativas pedagógicas y de asesoramiento familiar en distintos centros educativos
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