La privacidad ha pasado a un segundo plano y el derecho a la intimidad no es algo por lo que se luche. En el escenario actual gana quien tenga más seguidores. Los ‘likes‘ o los ‘me gusta’ parecen la mejor recompensa a las acciones de los jóvenes. Hay quienes lo comparan con la obtención de puntos en las tragaperras, antaño tan populares. ¿Son acaso nuestros jóvenes pequeños adictos a la ludopatía de la red social?
Actualmente, los jóvenes comparten imágenes y comentarios a través de plataformas como Instagram por los que reciben a cambio la aprobación de sus seguidores. Tienen la posibilidad de abrirse una cuenta privada de acceso restringido para los no-followers (no seguidores), es decir, de hacerla exclusivamente visible para sus amigos y conocidos; o bien, la opción de un perfil público abierto a cualquiera.
El solo uso de esta red social ha establecido una criba no escrita que ha llevado a la transformación del concepto de belleza. Existe asimismo una normativa de uso convencionalmente aceptada por la que ya se considera un abuso subir más de una fotografía diaria.
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La transmisión en directo de su día a día
Por eso, ante la cada vez más frecuente necesidad de los jóvenes de retrasmitir en directo su día a día, han surgido otras plataformas como Snapchat, en la que se comparten fotografías y vídeos con caducidad a las 24 horas, para los que se escoge un tiempo de visualización. De alguna forma, Instagram se reserva ahora a las grandes imágenes y Snapchat al seguimiento continuado de la rutina del joven.
Aunque no hay quien se libre del uso extendido de las nuevas tecnologías, lo cierto es que el colectivo más susceptible a los posibles efectos colaterales de estas es el de los menores de 30 años. Como dice la psicóloga Elena Villa, lo habitual es que para empezar a utilizar las redes sociales, los menores tengan más de 13 años. Eso sería lo ideal pero la realidad es que hay muchos menores que se inician antes en este universo paralelo.
Al margen, claro está, de que la edad que marcan como mínima las redes sociales para registrarse son los 13 o los 14 años. Como este requisito es especialmente fácil de eludir, al final lo que resulta siempre más efectivo es el control parental. Villa sostiene en este sentido que es «fundamental la labor de los padres en la educación a los adolescentes para que realicen un buen uso de las redes sociales».
Controlar sin prohibir
Pero ¿cómo controlamos las horas que nuestros hijos invierten en la publicación o visualización de contenidos en las distintas plataformas ahora disponibles? Muchas veces ni siquiera sabemos cuántos perfiles tienen. Facebook o Instagram quizá nos suenen pero ¿y Pinterest? ¿Y Snapchat?
Y ¿qué hay de ASK? Esta última es una red social que está poniéndose muy de moda. Consiste en hacer y responder preguntas de libre lectura. Todos los usuarios ven las respuestas, pero la formulación de preguntas puede llevarse a cabo de forma anónima. Esto lo que hace es acentuar el riesgo al que se expone el usario cuando responde a las preguntas que se le formulan, que además suelen estar relacionadas con aspectos de su vida privada. Lo cierto es que hay muchos aspectos que como padres se nos escapan.
Según esta psicóloga, ante el evidente desconocimiento que tenemos los padres de las herramientas que nuestros hijos emplean, la solución pasa por establecer con ellos un diálogo. Para Villa «no es buena solución prohibirles el uso de las redes sociales porque esto les va a alejar de su grupo de iguales. Todos los niños tienen un perfil y este no deja de ser para ellos la forma de comunicación alternativa al contacto presencial más habitual. Además, por experiencia en otros campos, sabemos que, en esta etapa, toda prohibición convierte el objeto vedado en más atractivo. Terminarán por usarlas a nuestras espaldas, lo que incrementa en gran medida los daños que se derivan de un empleo inadecuado».
Sin embargo, no solo es fundamental que los padres ejerzan un control sobre las redes sociales a las que están inscritos sus hijos sino que además deben enseñarles cuáles son los peligros que estas esconden.
Elisa García Faya
Asesoramiento: Elena Villa, psicóloga
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