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Rivalidad entre hermanos adolescentes: ¡no aguanto a mi hermano!

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La rivalidad y el amor van unidos. Ambas cosas son positivas y ejercen el papel de agentes socializadores, sobre todo el amor. Entre los hermanos son normales los celos, pues viven juntos y lo comparten todo, empezando por el afecto de los padres.

Este afecto es el que más cuesta compartir, porque parece que si lo compartimos, lo perdemos. Los niños pequeños lo defienden con uñas y dientes, o lo que es lo mismo, con arrebatos celosos que buscan preservar a todo trance la exclusividad del amor.

Son muy frecuentes los celos entre hermanos y presentan una gran variedad de formas y grados. Por eso, tenemos que estar atentos a las relaciones fraternas, no pensar que son «cosas de hermanos» y que no pasa nada. Hemos de tener en cuenta que, cuando se da una excesiva rivalidad entre nuestros hijos, siempre hay una víctima, sea porque tiene celos o porque sufre las consecuencias de su hermano celoso.

Debemos observar, aunque con algo de independencia, las relaciones fraternas, y no desentendernos diciendo que son «cosas de críos», y actuar si lo consideramos pertinente. Cuando los padres no saben detectar estas situaciones y no las solucionan bien, los celos, que nacen en la infancia, pueden perdurar hasta la adolescencia o resurgir en esa etapa vital en la que se desestabiliza la autoestima y se incrementa la rivalidad.

Hermanos que se pelean por tonterías

Antes que nada, debemos diferenciar entre el desencadenante de los celos y el motivo que los provoca. Muchos padres los confunden, por ejemplo, cuando dicen «se pelean por tonterías». Hay que tener en cuenta que esas «tonterías» no son el motivo o la razón de los celos, sino, en todo caso, lo que desencadena la pelea. Si no somos capaces de detectar los motivos de fondo, no solucionaremos nada, sino que gastaremos energía inútilmente intentando eliminar los desencadenantes.

Los desencadenantes de una pelea entre hermanos pueden ser de lo más insignificante que se pueda pensar: una palabra, una mirada, un juguete, haber llegado primero a tal sitio, haber estado más tiempo en el cuarto de baño, haber tocado mis cosas… Hay que ser capaces de trascender la situación puntual e indagar en los motivos reales (no necesariamente objetivos, porque aquí la objetividad no cuenta, sino la percepción de cada hijo) que impulsan los celos: que un hermano perciba que el otro es el preferido de sus padres o de otros miembros de la familia (abuelos, tíos, hermanos mayores…), que se le exige más, que se le trata de manera diferente, que se siente superado por su hermano, etc. En el fondo siempre late la percepción de una deficiencia afectiva.

Sentirse arropado por los padres

Nosotros decimos que la adolescencia es un segundo nacimiento, en este caso a la vida adulta. En ese trance los padres debemos ejercer de comadronas, o lo que es lo mismo, asistir al parto, ayudar a nacer, generalmente sin intervenciones especiales, sino estando allí para que se sientan arropados. No podemos ser padres hasta los 10 o los 12 años, y cuando llega el chaparrón, batirnos en retirada. En lo que a estos cambios se refiere y a las peleas entre hermanos, los padres también tenemos que adaptarnos a ellos, no esperar siempre a que ellos se adapten a nosotros, aceptar sus formas, poner calma, escuchar.

Muchos padres no se enteran de que sus hijos adolescentes están siendo presa de los celos porque en general, no se enteran de lo que les pasa. En este momento vital hay que estar especialmente atentos, porque la comunicación se hace más difícil en ambas direcciones.

Si ejercemos de comadronas, si estamos ahí, si atendemos a sus comentarios, a la relación entre los hermanos, a cómo habla del otro, si logramos no escandalizarnos por lo que nos dicen y si ellos saben que siempre, pase lo que pase, cuentan con nosotros, podemos detectar éste y muchos otros problemas y, de esta forma, disponer de la oportunidad para seguir educándoles.

Hermanos del mismo sexo

Las peleas, los celos, las envidias son más frecuentes entre hermanos del mismo sexo y de edades próximas. Sin embargo, los celos pueden darse en todas las edades y entre hermanos de diferente sexo. El motivo de los celos dependerá, sobre todo, de la cultura y del ambiente familiar, de la escala de valores que se viva en casa. Si nosotros, por ejemplo, apreciamos mucho la ropa y la forma de vestir, será más normal que un motivo de celos sea éste.

No debemos tampoco olvidar el carácter de nuestro hijo o hija, si tiende a ser violento/a o rencoroso/a. Hay que estar atentos, porque los celos, muchas veces, le provocarán conductas más violentas. También debemos asegurarnos de que las «heridas» hayan quedado bien cerradas. Una situación de celos puede agravarse de tal manera que el hijo no se sienta querido o arropado y busque el afecto que le falta fuera de casa, poniéndose en situaciones de riesgo.

Padres e hijas, madres e hijos

Se ha dicho con frecuencia, o los hijos a veces detectan, que a los padres (varones) se les cae «la baba» con sus hijas y a las madres, con sus hijos. Sin embargo, esto es más bien un tópico, aunque en ocasiones, se perciben cierta condescendencia hacia las chicas por parte del padre y hacia los chicos por parte de la madre. Lo que sí es claro, y preocupante, es, en muchas ocasiones, la poca intervención del padre en la educación de los hijos adolescentes, cuando es el momento vital que más necesitan, tanto ellos como ellas, de la presencia paterna.

Aprende de tu hermano

En la tarea educativa, sobre todo con adolescentes, tenemos que tener muy claro y presente, que las comparaciones entre hermanos es lo más nefasto que se puede hacer. Comentarios como «aprende de tu hermano que es muy obediente, estudiante, responsable».

«Nunca serás igual que tu hermano, menuda diferencia de hijos», sin mala intención por parte de los padres, sino con el propósito de que el hijo se esfuerce más y mejore, lo que pueden causar es que se aticen las ascuas de los celos.

Nunca debemos hacer comparaciones entre los hermanos. Es más, debemos ser celosos de su individualidad en todos los aspectos y respetar su diferente forma de ser, sus distintas cualidades, gustos y preferencias.

Pilar Guembre. Pedagoga 
Carlos Goñi. Profesor de filosofía

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