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El origen del ‘me apetece’ en la adolescencia

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La maduración cerebral está muy relacionada con la afectividad, sobre todo, en la adolescencia. La afectividad es un estado de base. Representa la forma que tiene cada uno de percibir la realidad. Es lo que nos singulariza, nos diferencia de los demás y nos hace más humanos.

La afectividad de cada persona es importante y necesaria: es un complemento a las facultades superiores, y un refuerzo de sus capacidades. Permite sentir la dicha de hacer lo correcto y nos ayuda a querer a los demás.

Cada persona es única y singular y su afectividad también es específica suya. Unas personas son más emotivas que otras, más sensibles o menos, más cariñosas o menos, más activas o menos… etc. Y eso define el carácter personal que se va configurando en este momento tan importante de la vida.

Pero, en la adolescencia, el sustrato anatómico de la afectividad y de las demás capacidades se encuentra en pleno cambio y ajuste. Por eso es frecuente la exaltación de sentimientos y la inestabilidad afectiva y emocional. Todavía no controlan bien los sentimientos y estados de ánimo, incluso a veces no saben cómo sentirse y presentan muchos altibajos emocionales.

Todo les influye de un modo aparentemente exagerado.

En estas edades se va perfilando su afectividad. El cerebro «más emocional», el sistema límbico, esta hiperfuncionante, porque se encuentra en proceso de maduración, estimulado por el ascenso de hormonas sexuales en sangre. Y tiene que formar conexiones con otras áreas más racionales. En especial con el córtex cerebral y, en concreto, con la corteza prefrontal. Esta zona es la que se encarga más del pensamiento analítico y crítico, del autocontrol personal y control de impulsos, de la voluntad, la empatía, el juicio, la planificación, la toma de decisiones y otras funciones ejecutivas. Lo más específico de la persona.

Sinapsis viejas y nuevas

Todo su cerebro está desarrollándose y en pleno cambio. Se realiza una gran poda sináptica y se reestructura. No es de extrañar que se sientan confusos en ocasiones ya que desaparecen sinapsis que tenían en edades anteriores.

Lo primero en madurar son las zonas más básicas, pero vitales; luego la zona más emocional y conexiones a otras zonas; y lo último en hacerlo es la corteza frontal. Todavía no se han establecido las sinapsis necesarias, ni el recubrimiento de axones para que el impulso se transmita más eficientemente. Tampoco la conexión de la zona emocional con la más racional, que pone un punto de pensamiento y razones en sus actuaciones. Ayuda a la hora de racionalizar las emociones y ponderar las «respuestas emocionales», para no responder sin más, como si se tratara de un acto reflejo, o un estímulo condicionado en los animales.

Por eso, lo más frecuente en esta etapa es su inestabilidad afectiva y emocional. Pero, de este modo van aprendiendo a controlar los sentimientos. Les gustan las emociones fuertes, probarlo todo, el riesgo… porque valoran mucho la recompensa emocional que les produce. En cambio, a veces no saben comprender a los demás, ni mostrar empatía, y tienen que ir ensayando en ello, a la par que van madurando.

El origen del ‘me apetece’

Son todo emociones vividas al máximo, sin un control que racionalice y modere sus vivencias. Lo mismo están efusivos, como se hunden en el más profundo abismo por algo aparentemente insignificante. Dan primacía a las emociones sobre lo racional porque las ven excitantes y con mucho colorido.

Les atraen enormemente y les «compensa» la sensación placentera mediada por algunos neurotransmisores, entre ellos, la dopamina.

Por eso se dejan llevar por estímulos e impulsos, del «me apetece» y lo instintivo, y no tanto de lo lógico y razonable, en parte por ese desajuste cerebral. Esto es lo que nos choca tantas veces, pero, debemos conocerlos bien y ser conscientes de estos cambios para fomentar desde un segundo plano que reflexionen antes de pasar a la acción, que aprendan a tomar decisiones. Darles muchas oportunidades para que se vayan entrenando.

Su cerebro está aprendiendo a manejarse y tienen que ir ejercitándose en pensar antes de actuar. Por eso es bueno darles espacios de silencio y dejar caer, como de pasada, una buena pregunta para ayudarles a reflexionar. Incluso que concreten respuestas ante posibles situaciones que se puedan encontrar antes de que les pillen por sorpresa y no sepan conducirse.

El comportamiento adolescente, e incluso el de algunas personas poco maduras, está guiado sobre todo por emociones y, en muchas ocasiones, es poco racional. Les resulta difícil integrar pensamiento y afectividad; cabeza y corazón. No ponderan antes las cosas, y pueden caer en un emotivismo exagerado, en parte por esos cambios cerebrales. Y todos los «ismos» despersonalizan.

Cuando solo se tienen como referencia los sentimientos, y no el pensamiento y las razones que iluminan el actuar, se va instaurando un relativismo, que confunde porque pierden el contacto con la realidad objetiva. No todo vale y no todo da igual. Debemos ser su contrapunto y ayudarles a pensar por cuenta propia.

Educar para el amor

La clave de la educación de la afectividad de nuestros hijos es ser conscientes -y saber trasmitirlo- de que nacemos para aprender a amar. Para amar y ser amados. Es como nuestra «meta» en la vida. Y todos los demás aspectos de la educación deben desarrollarse entorno a ello, para crecer y mejorar como personas. Y de ello depende la plenitud personal, el sentido de la vida, y como consecuencia, la felicidad de cada uno.

Educar para el amor se traduce en educar su afectividad y, por tanto, dar criterios claros sobre la sexualidad. Enmarcarla en su contexto adecuado, en el que cobra toda su grandeza y belleza. Ambos aspectos están muy relacionados, pero cada uno es distinto. Educar la afectividad tiene mucho que ver con el corazón.

Lo que hay que repetirles desde pequeños

– Una persona vale infinito.
– La vida es un regalo maravilloso: agradecimiento.
– Estamos aquí para aprender a amar. (Por eso educar es enseñar a amar).
– El cuerpo es un tesoro que hay que custodiar.
– Los besos valen mucho: no se dan a cualquiera. Pensar antes.
– Un amigo es muy valioso.
– La familia es lo mejor que tenemos y se puede hablar de todo porque nos quieren.  – Preguntar lo que no se entiende, pedir ayuda.
– «Siempre se puede dar algo bueno a los demás, aunque solo sea bondad», Ana Frank.
– Las diferencias sexuales están por algo y son una maravilla. Sirven para complementarse, para expresar la unión y el cariño entre dos personas que se han prometido quererse, incluso para hacer crecer y madurar ese amor, y, para dar vida. Algo tan grande y trascendente, que es un «regalo» y una responsabilidad, no un juego caprichoso.

Se trata de tener un orden en las cosas que te afectan, o quieres que te afecten. Y la sexualidad forma parte del ser personal y afecta a todas sus dimensiones. Ser mujer o varón son las dos formas de ser persona que se complementan y son recíprocas. El hombre está diseñado para la mujer y la mujer para el hombre. Cada uno ayuda al otro a lograr lo mejor de él, de ella, en cuanto persona singularísima que es. Y en ello encuentra sentido y su mejor realización.

Y esto lo transmitimos con las situaciones del día a día, sin proponérnoslo, con nuestro ejemplo y coherencia, con el trato afectuoso en familia y, sobre todo, por la forma en que nos tratamos los padres. Debemos dar un sentido profundo y rico a estos grandes temas. Hacerles ver los porqués y «para qué», aprovechando las ocasiones, y, a veces, con pequeñas conversaciones confidentes con los hijos, llenas de cariño y confianza, de uno a uno.

Mª José Calvo. Médico de Familia

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