La responsabilidad es la disposición habitual de asumir las consecuencias de las propias decisiones, respondiendo de ellas en todo momento. Pero, para que la responsabilidad exista son necesarios, al menos, dos requisitos: en primer lugar, libertad porque para que exista responsabilidad las acciones han de ser realizadas libremente. Y en segundo lugar, la norma: desde la que se puedan juzgar los hechos realizados.
La adolescencia es una etapa de cambios y de transición hacia la maduración propia del adulto. Para evitar responsabilidades ante los demás, es frecuente echar la culpa a otro, o bien decir «Soy libre y hago lo que me da la gana», queriendo expresar que no rindo cuentas de mi comportamiento ante nadie. Obviamente la libertad humana no funciona así.
Para quitarse responsabilidad ante la propia conciencia, un recurso habitual es evitar reflexionar: aturdir la cabeza hasta que no pueda pensar. Otro sistema es decir «Yo paso de todo» o «Ningún asunto me importa». Pero la conciencia intentará protestar ante esta dejadez.
Errores al enseñar responsabilidad
Un error frecuente es exigirles a nuestros hijos comportamientos que no «les hemos explicado» previamente. Así, por ejemplo, podemos prohibirle a un hijo que vea la televisión entre semana «Porque soy tu padre y aquí se hace lo que yo digo».
Lógicamente, en la primera oportunidad que se encuentre solo, no dudará en poner su serie favorita, pues ya se siente mayor y su razonamiento será: «La veo porque me da la gana». Si por el contrario, le explicamos que si llega del colegio y antes de la cena tan solo cuenta, en el mejor de los casos, con tres horas para hacer sus deberes -en la ESO llevan bastantes tareas para casa- y dedica un tercio a ver la televisión, más un rato para hablar por teléfono con los amigos, otro para merendar, unos minutos para organizar la tarea, etc., etc., le quedará una hora escasa por lo que, probablemente, no logrará terminar a tiempo.
Consejos para enseñar responsabilidad a los adolescentes
– El castigo continuo no ayuda a desarrollar la responsabilidad, pues al final se acostumbran a ellos. Sólo aumentan sus sentimientos de culpa, inseguridad o rebeldía. Dejan de hacer un acto únicamente para evitar el castigo; una vez desaparezca éste, no tendrá problema en actuar de igual modo.
– Los castigos sólo son útiles si van encaminados a solucionar las consecuencias de un acto.
– Más tarde, con autoridad positiva debemos dialogar con ellos para ayudarles a reflexionar tanto para impedir que el acto negativo se repita, como para solucionar las consecuencias del mismo.
– Debemos valorar el trabajo y el esfuerzo de los hijos ante cualquier actividad. Los mejores elogios para construir el sentido de la responsabilidad son: «Qué orgulloso debes estar con esto; qué bien te ha quedado; qué responsable; qué bien cuidas a tu hermana,».
– Tenemos que educar en la libertad, pero poniendo límites y diciéndoles claramente lo que no se puede hacer y el porqué. Según van creciendo, hay que consensuar con los hijos unas normas y las consecuencias de su incumplimiento.
– El adolescente debe marcarse sus propias metas. Por ejemplo, que se haga un horario «real» del tiempo que necesita para estudiar y en qué asignatura debe esforzarse más. Nosotros podemos asesorarle cuando ya lo tenga hecho, pero sin decirle lo que debe hacer.
Marina Berrio
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