El caos emocional de la adolescencia causa el gusto por el riesgo, la necesidad de experimentar novedades y la impulsividad, que tienen su sentido natural en la necesidad del conocimiento propio y de los demás para lograr autonomía personal. El peligro del riesgo en los adolecentes reside en su propio cerebro, en la manera de gestionar las situaciones peligrosas y su rápida respuesta emocional.
¿Por qué producen placer las situaciones peligrosas?
Hay acciones temerarias que carecerían de explicación si no fuera porque es innato el placer por el peligro. Los comportamientos audaces se reflejan en el cerebro en una concentración aumentada de dopamina, un neurotransmisor que sitúa en una especie de estado de embriaguez. En momentos de riesgo aumenta y eleva la sobrevaloración de las posibilidades de tal forma que se siente el impulso de volver a buscar esas situaciones. La recompensa emocional por vivir aventuras ha hecho avanzar al hombre. A lo largo de la historia de la humanidad los que arriesgan han sacado gran partido a la vida.
No todas las personas sienten la misma fascinación por el riesgo; en los genes hay peculiaridades que definen el temperamento. Las personas arriesgadas tienen bajo nivel de la proteína -monoamina oxidasa- que degrada la dopamina, lo que más fácilmente buscan en el riesgo que los niveles de esta molécula suban al máximo. Por el contrario, las personas apocadas la degradan pronto y experimentan menos el impulso a comportamientos de riesgo.
El valor de arriesgar para las personas
1. El riesgo y los niños. Los niños con las situaciones de juego en las que arriesgan y con la búsqueda de peligros ponen a prueba sus límites físicos. Disfrutan con la emoción positiva de peligro de subirse a las alturas, la velocidad, las volteretas, esconderse, perderse, etc., lo que les ayuda a superar miedos, y a superarse a sí mismos.
Durante la infancia la forma de razonar no va al meollo de las cuestiones. Aprenden por repetición literal, basándose en el conocimiento de detalles que recopilan de modo rutinario y memorización. Tienen que aprender por experiencia propia a valorar los riesgos y lo hacen bien. La sobreprotección familiar no ayuda. Es cierto que a veces se meten, sin advertirlo, en situaciones de verdadero peligro de las que hay que sacarles, pero el daño físico de los golpes y caídas es un gran maestro de vida.
2. El riesgo y los adultos. Con la madurez aparece el segundo estilo de razonamiento que depende sobre todo de la intuición y permite entrar rápidamente a lo nuclear de las cuestiones, filtrando lo esencial y dejando aparte los detalles que despistan. En la vida adulta se toman las decisiones desde la propia experiencia, las emociones, la educación y su propia concepción del mundo. Cuando una situación entraña riesgos para la salud o la vida, las personas maduras no se ponen a deliberar sobre el grado de riesgo y la magnitud de los beneficios. Deciden rápido, y a no ser que estén atados por la adicción del juego, no exponen la vida o la salud en una apuesta.
Los adolescentes ante situaciones de riesgo
La etapa de la adolescencia tiene la tarea de unir el componente de la razón analítico y deliberativo lento con el rápido componente emotivo e intuitivo. Razones de la cabeza y razones del corazón se mezclan cuando hablamos del mito del adolescente invulnerable.
1. Un aprendizaje nada fácil. Los primeros cambios que se producen en el cerebro adolescente ocurren en el sistema de recompensa. El sistema se desajusta porque desaparecen el 30% de los receptores para la dopamina, por lo que requieren estímulos muy fuertes para liberar la mayor cantidad de esta sustancia.
2. La gran respuesta emocional y la pobre capacidad de dilatar en el tiempo la satisfacción de los deseos, hacen muy fuerte la tentación de buscar la recompensa inmediata.as experiencias de la infancia no les bastan y les aburren actividades con las que antes del adiós a la infancia disfrutaban; empiezan a asumir nuevos retos y adquiere primacía la amistad con los de su edad.
En paralelo, el cerebro se capacita para el pensamiento intuitivo, global, y la capacidad de juicio. La eficacia del funcionamiento cerebral requiere tiempo para alcanzar los nudos de conexión de los cables y permitir la sincronización de la velocidad de los flujos de información que constituyen el circuito del control cognitivo-emocional.
De forma que la adolescencia es el momento en que se producen las elecciones menos acertadas como sexualidad precoz y dependencia de drogas. Y, precisamente por la inestabilidad propia del proceso de maduración, en esta etapa las experiencias tempranas atípicas afectan muy intensamente a la estructuración del cableado cerebral.
Natalia López Moratalla. Catedrática de Biología y Biomedicina molecular.
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