Los adolescentes necesitan reafirmar su independencia respecto a sus progenitores. Se encuentran en la última etapa antes de convertirse en personas adultas, para lo cual antes deben lograr un equilibrio entre libertad y responsabilidad. Por esto mismo, los padres les debemos corregir y guiar, a pesar de que en ocasiones sientan que les seguimos tratando como a niños.
En busca de su independencia
Es algo normal, natural e incluso necesario que los adolescentes sientan una fuerte inclinación a afirmar su independencia respecto de los padres. Antes o después tienen que llegar a serlo y esta etapa de su vida, entre los doce y los diecisiete años, es el tiempo de preparación para dar ese gran paso.
Las tensiones o tiranteces que surgen entonces entre padres e hijos adolescentes tienen su origen en la falta de equilibrio entre la libertad (la búsqueda de su independencia) y la responsabilidad. Por esto debemos hacer hincapié en que asuman sus responsabilidades. No es nada fácil, pero tampoco es imposible. Por principio, la mayoría de los adolescentes quieren de verdad ser mayores, pero necesitan aprender lo que esto significa.
Locura pasajera e incertidumbre
En ocasiones escuchamos esta frase: «vivir con un adolescente es como compartir tu hogar con una persona que sufre de una ligera locura pasajera» y podríamos decir que no es del todo inexacto. Las hormonas que circulan por el cuerpo en crecimiento de un adolescente son poderosos reactivos químicos. Como muchas otras sustancias bioquímicas, algunas veces producen efectos psicosomáticos secundarios, que provocan fuertes cambios de temperamento (del júbilo vertiginoso a la tristeza, y al revés) y arrebatos de comportamiento semi-irracional. En resumen, su comportamiento muchas veces es impredecible y alocado, como si de niños pequeños se tratase.
La clave que hay que recordar es la siguiente: no tomarlo nunca como algo personal. Es difícil, porque parecen «irracionales» y nosotros -adultos- reaccionamos naturalmente con enfado o irritación ante la descortesía y la rudeza de sus modales. Pero es importante cultivar una perspectiva un tanto distante (sin llegar a parecer que nos despreocupamos de los hijos) y permanecer tan serenos e impertérritos como nos sea posible, capeando las provocaciones con paciencia y ecuanimidad. Las discusiones a gritos no resuelven nada.
Para pensar
-Uno de los argumentos utilizados por los hijos para echarnos en cara que les seguimos tratando como a niños es esa supuesta falta de confianza en ellos, en su honradez. Por esto, debemos explicarles con claridad que son dos cosas bien distintas el confiar en su integridad y el desconfiar de su criterio, que está por formar.
-Podemos cogerle en una pequeña o no tan pequeña mentira: no entregar las notas para que no sepamos que ha suspendido, comprobar que fue a una discoteca cuando nos dijo que iba a merendar a casa de un amigo, decir que estaba estudiando cuando en realidad estaba conectad@ al chat, etc. En lugar de enfadarnos como cuando era pequeño, puede ser efectivo decirle: «Tú mismo nos demuestras que todavía no podemos tratarte como a un adulto, porque son los niños los que mienten a sus padres. Tú decides cuando empezarás a comportarte como el adulto que dices ser».
-Puede ocurrir que cuando nos acuse un hijo de que le tratamos como a un niño tenga algo de razón. Es recomendable que, antes de enfadarnos, examinemos si le estamos sobreprotegiendo y no le dejamos hacer cosas propias de su edad: salir con los amigos con un horario distinto al de los hermanos pequeños, hacer gestiones que pueda resolver por sí mismo, dejarle que se mueva en trasporte público, que compre su ropa aunque se equivoque, pues todas estas cosas también le enseñan y le ayudan a madurar.
-Es bueno tener presente que a medida que avanzan en su adolescencia deben aprender a gestionar su libertad para que alcancen su madurez. Esto supone que deben equivocarse y que debemos dar «una de cal y otra de arena«. Si les coartamos al cien por cien todas sus iniciativas, pueden ponerse en contra nuestra por costumbre y obtendremos el resultado contrario al perseguido.