En la difícil tarea de guiar a nuestro hijo adolescente hacia su meta, hacia su proyecto de vida surgen numerosas confrontaciones. Lo habitual en estos años es que se encuentre en un mar de dudas. Los padres, siempre acompañándole, orientándole y escuchándole, debemos hacerle entender que las exigencias que le imponemos no significan «castigo«, sino que van encaminadas a ayudarle a usar sus facultades responsablemente.
Puede que sepan lo que quieren, pero aún «adolecen» de autodominio, dejándose llevar en muchas ocasiones por sus instintos, sentimientos, apetitos, pasiones o por lo último que les ha venido a la cabeza.
Además, que la palabra «no» también expresa cariño. Si a los jóvenes no se les dice que no cuando su bien lo exige, tampoco podrán educar la saludable facultad de negarse a sí mismos. Y sin esta facultad, se pueden encontrar -como les ocurre a muchos- con que en algunos aspectos, su vida está totalmente descontrolada. El poder incontrolado es sinónimo de desastre, no de libertad.
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Sin embargo, un «no» rotundo es negativo en muchas ocasiones, porque no enseña al adolescente a actuar con responsabilidad. Entre lo que ellos demandan y los padres prohibimos, existe un equilibrio. La base esencial para encontrar ese punto intermedio es dialogar padres e hijos, escuchar mutuamente de manera activa y elaborar juntos unas normas claras y sensatas.
Puntos a tener en cuenta:
– Los padres son responsables de sus hijos, lo que les da autoridad. El deseo de los padres no debe ser «mandar por mandar», eso sería autoritarismo. Por su edad, los adolescentes gozan de una cierta libertad de movimientos, pero los padres son los responsables últimos de ellos.
– El mal uso de la libertad puede causar daños. Tanto a su persona (puede verse metido en situaciones desagradables de las que no sabe cómo salir), como a su familia (si no llega a una hora prudente, por ejemplo, los padres sufren innecesariamente).
– Ir contra las costumbres y mentalidades. La sociedad actual se caracteriza por un exceso de permisivismo, es decir, la tendencia a permitir cualquier tipo de conducta siempre que provenga de una decisión libre. Si la decisión de unos padres «choca» con el ambiente y el hijo no la asume y se rebela, primero deberemos comunicarle que esa decisión es por su bien. Le comprenderemos e intentaremos que él nos comprenda a nosotros. Por último, si nuestro hijo no lo entiende, la decisión final es nuestra.
– Escucharle y confiar en él. En algunas ocasiones, después de haberle trasmitido los riesgos que puede correr, debemos confiar en él y permitirle realizar algo que a nosotros no nos gusta demasiado (vestir de una determinada manera siempre que no le veje como persona, ir a una fiesta de amigos que ha conocido en verano, etc.) Será una prueba de que usa bien o no su libertad.
– Ir soltando amarras. Tanto el permisivismo como el autoritarismo, son dos formas negativas de educar a nuestros hijos. Debemos, poco a poco, ir «soltando amarras», darles oportunidades para elegir y ser responsables de sus actos. De esta manera, experimentarán las consecuencias e irán forjando su propio destino.
– Buscar siempre una salida razonable. Si un plan que nos propone nuestro hijo, nos desagrada o vemos más riesgos que ventajas, hay que evitar decir el «no» rotundo y buscar una salida razonable. Ejemplos: ir a una fiesta: preguntar quién va y exigirle una hora de regreso; hacer rafting: preguntarle dónde, cómo, enterarse de los riesgos y tomar precauciones; dormir en casa de un amigo/a: preguntar si están los padres y confirmar, por ejemplo, que se quedan; comprar una moto: ver si es necesario o no, por qué la quiere y entonces, buscar la más segura, etc.
Marta Santín
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