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¿Conoces a sus amigos?

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Es un hecho que los adolescentes desde siempre han querido salir en grupo y que éste tiene su personalidad constituida por sus deseos y sus metas, que van desde ser amigos, satisfacer unas necesidades psicológicas, compartir miedos y dificultades o no sentirse solos.

¿A qué edad debemos dejarles?

Entre los 12 y los 14 nuestros hijos luchan de una manera clara por ir con sus amigos (sin la familia) a ver alguna película, a tomar algo, a practicar algún deporte, a divertirse y a hacer planes con ellos. A la hora de decidir si les dejamos o no, tendremos que valorar la madurez del niño, con quién va y dónde. En general, no debemos ni forzar ni impedir por principio, sino ir midiendo y compaginando las normas de la familia y las tensiones que se generen. Es importante que los padres tengamos muy claros los criterios, por ejemplo, el permiso para salir hasta determinadas horas será progresivo y sabiendo muy bien qué plan van a hacer y exactamente con quién.

Siempre es una buena ayuda conocer a los padres de los amigos de nuestros hijos, para poder triangular con ellos y desactivar el famoso «A todos los demás les dejan».

¿Y si no nos gusta su grupo?

Las pandillas no se improvisan, desde pequeños debemos ir viendo el tipo de amigos que tienen. Pero a medida que crecen, aparecen nuevos amigos o desaparecen otros que lo eran desde siempre. Con la llegada de otros chicos y chicas a su grupo, es bueno hablar con los hijos y ayudarles a reflexionar si éstos «tiran» del grupo hacia arriba o les animan, por el contrario, a hacer cosas poco recomendables. Debemos animarles a que no dejen de lado los criterios aprendidos hasta el momento en casa, por un «aborregamiento» frente al resto.

Puede que algunos chavales nos gusten menos de lo esperado, pero debemos ser sinceros en nuestros juicios. Hay razones objetivas que nos indican que nos les convienen: por sus malos hábitos nocturnos, porque sabemos que consumen drogas, porque son niños que mienten a sus familias con asiduidad para acudir a planes prohibidos, porque suelen hacer pellas, etc. Otras razones son más subjetivas y quizá debamos pasarlas por alto: porque no nos gusta su manera de vestir, porque lleva un piercing, porque una madre nos ha «advertido» que es del grupo de los «frikis» de clase, etc.

En cualquier caso, nunca debemos hablarles mal de sus amigos, aunque sí deben tener claro cuando no aprobamos ciertas actitudes de éstos. Si es necesario, en ocasiones tendremos que prohibirles acudir a citas o fiestas en las que con seguridad se pondrán en circunstancias comprometedoras para ellos. La pregunta ante la nueva pandilla tendría que ser: «Tu pandilla: ¿Te diluye, aborrega, somete y te plantea incógnitas?, o ¿te enriquece, reafirma, libera y soluciona problemas?». En la respuesta descubriremos juntos si vamos bien encaminados.

Para pensar…

-En cuanto vuestro hijo comience con la movida, debéis reforzar la educación para que sea él mismo y, si es el único que no va, no hace y no compra…, pues no pasa nada.

Hablad sobre la diversidad de ser hombre o mujer: debe comprender que «el ambiente» no actúa igual sobre un chico que sobre una chica. No desconfiamos de ellos, sino de la actitud del entorno frente a éstos: los riesgos que asume una adolescente sola por la noche, nunca serán los mismos que los de un chaval.

-¿Vuestro hijo cree que el alcohol, la droga o el sexo… son elementos de diversión? Según sus respuestas, estaréis en condiciones de darle mayor o menor libertad a la hora de salir.-¿Se ha planteado cómo actuaría si se encontrara con grupos de chicos violentos? Debéis aconsejarle que no se haga «el gallito» y que una retirada a tiempo siempre es más inteligente.

-Si estrena pandilla y el comportamiento en casa cambia podréis valorar si le está ayudando, o no, a mejorar en virtudes como: generosidad, solidaridad, alegría, optimismo y deportividad. Este es un buen termómetro para saber si le convienen los nuevos amigos.

El objetivo es la mejora personal de los hijos, por lo tanto, es necesario conocer a los otros padres y hablar con ellos, porque indirectamente son agentes educativos o deseducativos de nuestros adolescentes.

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