Todos sabemos que la adolescencia se caracteriza por la rebeldía, por el «Dime qué plan hay que me opongo». Pero esta actitud no debe hacer que renunciemos a continuar con nuestra labor educativa, quizá tan sólo tengamos que cambiar la forma de hacerlo. Tan importante será continuar exigiéndoles, como aprender el arte de saber exigir a un adolescente.
El verdadero problema de la adolescencia no es qué debe hacer nuestro hijo/a para ser menos adolescente, sino qué debemos hacer nosotros para ayudarle a vivir mejor dicha etapa. Lógicamente tenemos que seguir educando en estos años difíciles y para ello se requerirá en casa un ambiente sereno, positivo, de apertura y de diálogo; hablar acerca de todo, no sólo sobre el colegio y las malas notas, o sobre el permanentemente desorden de su habitación. ¿Es un problema la adolescencia? Más bien estamos frente a una nueva etapa en la debemos derrochar grandes cantidades de paciencia, afecto, simpatía, ejemplo y ayuda.
¿En qué y por qué debemos cambiar los padres?
Los padres debemos cambiar respecto a nuestra relación con nuestros hijos adolescentes porque es el punto de partida sobre el cual edificar todo lo demás. Tendremos que esforzarnos en conocer a los hijos con la inteligencia del corazón: día a día, dentro de cada etapa del desarrollo y en particular durante la adolescencia, adoptar la actitud de quien quiere llegar al descubrimiento de los propios hijos sin contentarse con una mirada superficial y sin dar nada por descontado. No es un conocimiento intelectual, sino del corazón que manifiesta así, en la relación con los hijos, una exigente comprensión. Pero, ¿en qué cosas?
Fundamentalmente en cuatro aspectos:
1. En el modo de exigir y de hacer que nos obedezcan.
2. En las cosas que debemos exigirles, en cuándo hacerlo y cómo.
3. En el modo de escuchar y de conocer sus razones.
4. En el modo de explicar nuestros síes y sobre todo, nuestros noes.
¿Cómo podemos conocerlos mejor?
Durante el periodo atormentado de la adolescencia, para conocerlos bien -y sobre todo por dentro- es necesario:» Observarlos sistemáticamente, padre y madre por separado, para luego poner en común juntos lo que cada uno ha descubierto y el modo de exigirles más apropiado.
– Conocer las características de la etapa evolutiva en la que se encuentran nuestros hijos.
– Conocer bien las manifestaciones de su carácter.
– Conocer bien sus intereses y sus deseos.
– Conocer bien sus debilidades.
Escuchar el doble de lo que hablamos
Como bien explica el dicho popular «El hombre tiene dos orejas y una boca para escuchar el doble de lo que habla». Y es precisamente en las relaciones con nuestros adolescentes cuando llega a ser fundamental lograr el arte de la escucha: solamente escuchando es cómo podemos conocer lo que llevan dentro. Conoceremos los pensamientos y las ideas que se van formando sobre los temas de actualidad y los criterios que utilizan en cada circunstancia nueva que se les presenta delante.
Escuchar y escuchar con el corazón significa que nos debe importar más él que la respuesta que nos dará, o el contenido de aquello que dirá. Debemos «desear saber» no por nosotros, no para controlar, sino por él, para entenderlo, para ayudarlo y también para exigirle y para corregirle.
El don de la oportunidad
Existen algunas características de nuestro hablar, de nuestro modo de decir las cosas, que pueden favorecer la buena relación con los hijos, abonando el camino para que acepten nuestras exigencias, al comprender que se encaminan a su propio bien. Así, nuestro hablar:
– Debe ser amable, sin herir, sin ironías, optimista y animante.
– Persuasivo, sabiendo cómo entrar con cada hijo.
– Nada de sermones asépticos y antipáticos, ni mucho menos interminables.
– Oportuno: teniendo en cuenta las circunstancias de lugar y tiempo, no corregir cuando se está enfadado o lo está él, para evitar decir cosas de las cuales luego haya que arrepentirse (amenazas, insultos, etc.).
– Sabio para no corregir a los mayores delante de los más pequeños.
– Coherente, es decir, no corregir hoy sí y mañana no: nuestro hijo no entenderá entonces nada, le faltará toda certeza educativa por parte de los padres, de la cual tiene necesidad todavía.
– Respetuoso para no contradecir al otro cónyuge delante de los hijos y menos cuando éste no se encuentre presente.
– Condimentado por una visión positiva de las cosas y de las personas.
Ana Aznar
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