¡Lo tienen todos menos yo…! ¡Soy el único que…! Son algunas de las frases propias de los adolescentes cuando empiezan a pedir en casa un smartphone, una tableta o cualquier otro dispositivo tecnológico. Según, reciente estudio, el 89 por ciento de los adolescentes tiene un smartphone antes de los 13 años, y muchos padres consideran que es demasiado pronto.
Por un lado, es posible que nuestro hijo adolescente sea demasiado joven para tener a su libre disposición tanta tecnología, que además no va a hacer más que despistarlo de sus estudios. Pero por otro lado, sobre todo si nuestro hijo empieza a aplicar la psicología del disco rayado y todos los días y a todas horas repite y repite su aplastante argumento… «¡Soy el único que…!», nuestra seguridad puede sentirse resquebrajada.
Lo importante es que no nos encontremos actuando plegándonos a sus deseos, únicamente porque no tenemos argumentos de peso para explicarles que en nuestra familia las cosas se hacen de una determinada manera y ésta no tiene por qué coincidir con la del resto de las familias de sus amigos o compañeros.
Una decisión ponderada entre los padres
Antes de entrar a debatir con nuestro adolescente es conveniente que padre y madre nos sentemos, y si es necesario con lápiz y papel, vayamos recorriendo argumentos y razones a favor y en contra de conceder al chaval lo que nos pide. Puede, en el fondo ser una petición razonable, pero desde luego no parece muy constructivo acceder a ella por la simple razón de «todos lo tienen».
Estos pueden ser algunos puntos de reflexión. No tienen por qué ser los únicos, ni los más importantes. Y, sobre todo, no olvidemos que es fundamental tener siempre presente nuestro proyecto educativo (del padre y de la madre) para nuestros hijos.
1. Facilitan las tareas diarias y su correcto manejo aumenta las posibilidades laborales. Hay una idea de base que hemos de transmitir a los chavales y que nos ayudará a centrar la cuestión: la tecnología se crea fundamentalmente para facilitar el trabajo al hombre, no para esclavizarlo. Es obvio, el ordenador, la Red y los teléfonos móviles han supuesto en nuestra generación una revolución industrial comparable a la de los Siglos XVIII y XIX. No ha hecho falta que pasen 100 años para que tomemos conciencia de lo que estas nuevas tecnologías han supuesto para nuestra vida diaria, familiar y laboral, a semejanza de lo que la máquina de vapor y las máquinas de la industria textil supusieron en aquellos siglos.
2. La necesidad. Es puro sentido común. Hay chavales que por circunstancias personales y familiares a partir de los 10 años necesitan disponer de una copia de las llaves de su casa y por el mismo motivo de un móvil.
3. La edad, de por sí, no es un criterio de garantía de buen uso. Piensa en la capacitación para conducir un coche. Por el simple hecho de cumplir 18 años no estás legitimado para hacerlo. Has de acreditar -ante expertos y después de un más o menos largo periodo de clases y prácticas supervisadas por un profesor con una titulación oficial- que estás perfectamente capacitado para lanzarte a la jungla del asfalto al mando de un automóvil.
De la misma manera, tener 13, 14 ó 50 años no es una razón de peso para disponer de tecnología a nuestro alcance con total libertad. Si decidimos que realmente nuestro hijo necesita un smartphone o un ordenador no podemos ser tan inconscientes de regalárselo y desentendernos. Y muchos pensamos: «¡Pero qué le voy a enseñar yo a él, o a ella, de estos cacharros!». Pues la respuesta es fácil: tienes la obligación de enseñarle lo más importante, que ni sabe ni es fácil que lo aprenda por sí mismo: ¡a utilizarlo correctamente!
4. La economía familiar. ¿Quién paga los gastos del uso del móvil, de la tarifa plana, de un nuevo juego…? Y aquí sí que cada familia tiene que aprender a incorporar a sus adolescentes, poco a poco, en la gestión de la economía doméstica. Es una de las herramientas más educativas y cotidianas de que disponemos los padres y una de las que más ignoramos. No nos puede dar vergüenza hablar con nuestros hijos de dinero. Ni negarles todo con el argumento de que no lo hay, ni darles lo que sea sin hacerles conscientes del verdadero valor de las cosas. Hay tantas formas de encarar el tema como familias. Unos dan paga, otros no, unos piden a los hijos que hagan pequeños trabajos para cubrir sus gastos personales, otros «subvencionan» los gastos hasta que se van de casa… Lo que no podemos ignorar es que el sentido de la responsabilidad y valores, tan importantes como la austeridad y la generosidad, se transmiten y se viven con estas oportunidades, ya que un adolescente nos va a dar pocas más para ponerlos en práctica.
5. Posibilidad de que con su Ipod, su Netbook, o su Blackberry se aísle del entorno. Es un problema de educación. Seguimos siendo un espejo para ellos, y si nosotros no estamos permanentemente enganchados a nuestro Iphone, al WhatsApp, twiteando, o hablando por teléfono es más que probable que sigan prefiriendo una charla con sus padres, porque descubrirán que es realmente cuando ¡SON ÚNICOS!
Claves para acercar posturas respecto al uso de la tecnología
– Vuelve a vuestro proyecto educativo. Ante cualquier nuevo reto o situación que nos plantee nuestro hijo adolescente tenemos que volver siempre a nuestro proyecto educativo. Nuestras decisiones no pueden estar basadas en su insistencia, ni en nuestro temor.
– Debemos estar al día. Es más que probable que nunca alcancemos su grado de maestría con las nuevas tecnologías, pero eso no quiere decir que no podamos llegar a ser cualificados amateurs.
– No olvides que parte de las señas de identidad de los adolescentes de hoy pasan por tener un Ipod-Touch, o una Blackberry, de la misma manera que en nuestra adolescencia lo era tener un Vespino.
– Explícales que no estás en contra de la tecnología, pero somos nosotros como padres los que decidimos el momento de dárselas, al igual que hacemos con otros aspectos de su vida.
– Mantén charlas sosegadas y amenas con tu hijo. Él te enseña tecnología punta, nosotros seguimos enseñándole de la vida. Es importante que interioricen que no les damos ciertas cosas porque no podamos, sino porque no le convienen en ese momento para su formación como persona.
Mª Jesús Sancho. Psicóloga. Máster en Matrimonio y Familia por la Universidad de Navarra
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