La inseguridad ante la incertidumbre o no saber qué hacer o cómo reaccionar ante sensaciones nuevas forman parte del desarrollo del adolescente, una etapa llena de cambios a nivel físico e intelectual. Precisamente son estos cambios los que suelen producir un gran desconcierto en los adolescentes.
Adolescencia viene de la palabra latina «adolescere», que significa: crecer, desarrollarse. Los padres debemos servir de guías a los adolescentes en este momento crucial para sus vidas.
Los principales cambios en el adolescente
1. Aparición de los primeros complejos
El adolescente comienza a notar una serie de cambios físicos tales como: un rápido crecimiento, cambios en el tono de voz, los derivados de la progresiva maduración sexual, etc. Cuando alguno de éstos no se produce a la velocidad adecuada -por ejemplo, un chico que se queda de los más pequeños de la clase-, puede derivar en un complejo. Pero si supiera que en unos meses dará el estirón al igual que sus amigos, probablemente no sufriría tanto; la incertidumbre, unida a las posibles burlas de hermanos y compañeros. Esto puede llevarle a encontrarse en una situación dolorosa, que dependiendo de cada hijo, exteriorizará o la sufrirá en silencio.
Lo mismo que respecto a la estatura, podéis aplicarlo a cualquier otro cambio físico que se dé a un ritmo excesivamente rápido o con retraso. El desarrollo del adolescente no se produce en todos a la vez, ni de forma armónica, de ahí que sea frecuente que no se gusten a sí mismos y se sientan inseguros. En el caso de las chicas esta situación se agudiza, por ejemplo, respecto a la belleza, el tipo que cambia, la calidad del cutis, etc., que cobran especial relevancia para ellas y les hace sufrir más.
2. Búsqueda de más autonomía
Al mismo tiempo, se producen los cambios psíquicos. El adolescente empieza a sentir la necesidad de alcanzar una independencia respecto de sus padres y a ser aceptado en un grupo de amigos. Esa situación, de por sí normal, puede venir acompañada de una confusión entre libertad e independencia y, obviamente, no son equiparables ambos términos. La auténtica libertad consiste en tener un mayor ámbito de autonomía en la toma de decisiones, acompañada de la correspondiente responsabilidad.
En la práctica, el adolescente se puede equivocar al pedir una autonomía excesiva o de una manera destemplada. Esta situación debería abordarse mediante una conversación entre padres e hijos, en la que ambas partes escuchan, pero nunca tendría que convertirse en una discusión que acabase de mala forma. El adolescente «negocia por naturaleza» casi todas las situaciones y, además, su modo de reclamar suele ser impetuoso: lo pide «ya, ahora y de golpe.» Los padres, con mano izquierda, iréis poco a poco, devolviendo a los hijos la libertad que les corresponde y que durante su infancia habéis gestionado vosotros.
3. Les cuestan más las tareas intelectuales
Con la adolescencia también comienzan los cambios intelectuales y el desarrollo de la abstracción. Así, es normal que los estudiantes que han ido aprobando apoyándose en la memoria pero sin aplicar el razonamiento, se encuentren con que la gramática o los problemas de física se les vuelvan más complicados de resolver. Además, al adolescente le cuesta dedicar tiempo al estudio pues está permanentemente cansado para el esfuerzo intelectual, se distrae con más facilidad, a lo que se puede sumar el descontrol con el móvil, el Tuenti, el Messenger, etc.
Justo cuando la vida académica se complica más, algunos adolescentes pueden encontrarse con que tienen que ejercitar unas habilidades a las que no están acostumbrados; palpan las limitaciones de su inteligencia, su voluntad o la imaginación, que se va con facilidad hacia situaciones más atractivas. De aquí pueden venir las tentaciones de trampear con los exámenes, mentir para ocultar un fracaso, discusiones y castigos en casa por los malos resultados, etc.
Aunque son complicadas las situaciones anteriores, más difícil es tratar con los hijos que cumplen satisfactoriamente con las exigencias escolares y «exigen» a cambio libertad absoluta en el resto de las facetas de su vida: «Yo cumplo con mis obligaciones, con lo cual puedo hacer lo que quiero». Ante esto, es bueno recordarle que no está más que cumpliendo con su obligación, como hacemos el resto de las personas y pensar juntos en qué otras facetas de su vida tendrá que poner un mayor empeño por mejorar. La libertad y la confianza se ganan poco a poco y no se regalan de golpe por ser buenos estudiantes.
José Manuel Mañú. Profesor, escritor y coach en Educación