Cuidar el aspecto personal es mucho más que ir a la moda; es quererse a uno mismo, es querer mostrar cómo somos por dentro, es darle importancia al reflejo que provocamos en otros. Pero si lo que nos importa es tan sólo la fachada exterior, quizá tengamos que hacer guerra a la vanidad. Hay que buscar un equilibrio sensato, para seguir la moda sin ser esclavo de ella.
La necesidad que tienen los adolescentes de reforzar su identidad a través de la ropa que llevan puesta, en un momento de transición en el que todo su universo está construyéndose poco a poco, se revela como un motivo de peso que les mueve al consumo. Aunque «una identidad construida a partir de la posesión y exhibición de productos de consumo no constituye una verdadera identidad personal, sino una especie de máscara que sirve para salir del paso y actuar socialmente, pero que revela una pobreza personal muy llamativa», afirman Idoia Portilla y Elena Izco, en su estudio Los adolescentes españoles y las marcas de ropa. Por tanto, no se trata de afirmar que el consumo no refuerza la identidad de los adolescentes, sino más bien que lo hace en una dirección que podría resultar equivocada.
Presumido vanidoso y presumido atractivo
Es bueno acudir al diccionario de la Real Academia para atinar en el significado de las palabras y así utilizarlas con precisión. Allí se habla del presumido en dos sentidos: tanto como la persona vana, jactanciosa, orgullosa y que tiene alto concepto de sí misma; como de la que se compone o arregla mucho. Pero también utiliza como sinónimo de presumido a la persona coqueta, esmerada en su arreglo personal y en todo cuanto pueda hacerla parecer atractiva.
La primera idea nos acerca al vanidoso, a aquel que tiene vanidad y la muestra; y la vanidad hace referencia a la arrogancia, la presunción, el envanecimiento o a lo insustancial. La segunda hace referencia al concepto de la persona atractiva, que es aquella que por su físico despierta interés y agrado en las demás. Aquí es donde debemos marcar la diferencia en nuestros hijos: ¿se arreglan para agradar a los demás o tan sólo para gustarse a sí mismos?
Seguir la moda sin esclavizarse
Podríamos decir que ser presumido en sentido positivo supone cultivar el gusto estético. Asimismo, requiere de esa fortaleza que obliga a pararse un tiempo para examinar el propio aspecto personal y ver si es o no adecuado. Por tanto, se puede afirmar que es un modo de tener en cuenta a los demás, al esforzarnos por resultar agradables a la vista: llevar el pelo limpio, la ropa planchada, oler bien, etc.
Los padres debemos enseñar a los hijos a combinar bien los colores, averiguar lo que sienta mejor por la constitución física de cada uno, lo que es más apropiado en cada circunstancia de la vida, etc. Requiere inculcar en los hijos ese esfuerzo por conocerse y sacarse el mayor partido.
Este gusto estético y este criterio bien formado a la hora de vestir se cultiva desde pequeños enseñando a los hijos a vestir de manera apropiada en cada situación: con ropa de deporte para hacer ejercicio, con el uniforme limpio y planchado para acudir al colegio, con ropa digna aunque más usada para estar en casa, de sport para salir con los amigos, con zapatos y camisa (no cualquier camiseta y zapatillas de deporte) para una celebración más importante -como reuniones familiares o acudir a misa-, etc. Con cariño y firmeza debemos ir marcando esas normas de conducta, que enseñan también el saber estar a través «del saber vestir y arreglarse», teniendo en cuenta la elegancia y que hay algunas prendas que nunca pasan de moda.
Cuando el centro de gravedad es uno mismo
Pero muy distinto es el chico o la chica que centra todo su mundo en sí mismo, el que «se agota en su propia contemplación» y se regocija ante el espejo al contemplar orgulloso su apariencia. Así, el vanidoso se arregla tan sólo para destacar, para estar mejor que el compañero o el amigo, para fardar con las marcas de moda, para lucir tipo o moreno estival -enseñando, quizá, más de lo debido por delante o por detrás-, en definitiva, para sentirse superior a los demás o hacer sentir inferior a un compañero de clase o de la pandilla.
La vanidad va ligada al culto al cuerpo: el vanidoso no se viste para agradar a quienes le rodean, sino para que le miren; no hace deporte porque le guste y sea bueno para la salud, sino para lucir un «músculo» más espectacular que el resto de los veraneantes de la playa. Es quererse de modo desordenado y superficial. Es quedarse en el escaparate sin entrar a ver lo que hay en el interior de la persona.
Esto puede llevar a otras actitudes como el desprecio por los demás, el consumismo desmedido, la falta de criterio estético al no sentirse bien vestido si no se lleva ropa de marca, a pasar horas y horas delante del espejo contemplándose, a entristecerse sin medida cuando se engorda unos kilos o se amanece con un granito traicionero en la cara. También puede conducir a un mal reparto del tiempo, dedicando excesivas horas a ir de compras o a acicalarse, a una obsesión desmedida por ir siempre a la moda, etc.
Ana Aznar
Asesoramiento: Alfonso Aguiló Pastrana. Presidente de CECE
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