Cuando queremos que nuestros hijos nos cuenten sus cosas, muchas veces y sin darnos cuenta comenzamos a hacerles preguntas y terminamos atosigándoles, de manera que se cierran en banda y nos dicen eso de ¡es que lo quieres saber todo! ante la frustración de sus padres. Pero, ¿cómo evitar someterles al tercer grado si la conversación no nace de ellos?
La adolescencia es una etapa siempre calificada de difícil. Un estadio en que se deja de ser niño y no se alcanza a ser adulto. Una búsqueda de identidad y de independencia. Según el psicólogo clínico y pedagogo Javier Urra, «es el momento de la vida en que no se entiende cómo nos ven los mayores. Se solicita puntualmente la presencia del adulto y en ocasiones se rehuye de él. En otras, se enfrenta al mismo».
¿Hasta donde tengo que saber de su vida?
Tenemos que estar enterados de lo qué piensa, con quién va, cuáles son sus dudas, problemas y aspiraciones. Pero como todo en la vida, no existe una fórmula mágica. Lo primero, hay que trabajar la confianza de nuestro hijo. Debemos fiarnos de él, (y si no decirle por qué), confiar en que va a obrar bien, de que no se va a meter en líos, de que va a rectificar si ha cometido un error (que habrá muchos), y de que no engaña.
Si hay sinceridad por su parte y por la nuestra, si podemos hablar mutuamente sin descalificar, sin «sofocones», estaremos en el camino correcto de la confianza mutua. Para ello, debemos dar un paso mayor que el simple respeto: apreciar a nuestro hijo por ser quien es, por las cosas buenas que intenta hacer y que consigue.
Hay que conocer sus ideas, sus gustos, lo que piensa de tal o cual cosa, no con la intención de alarmarse, sino por el simple e importante hecho de que somos sus padres y educadores. Queremos sacar de ellos lo mejor de sí mismos. Conocer a sus amigos y amigas, incluso a sus padres, es fundamental. Cómo piensan ellos, cómo piensas tu, hasta que punto influyen o anhelan ser como sus amigos.
Una actitud siempre de comprensión mutua y empatía
«No te comprendo, hijo, no te entiendo, no se ni lo que quieres» «Es que no me comprendes nada mamá, es que no me entiendes papá». Estas son típicas frases que se dan en las conversaciones entre padres e hijos adolescentes. Por eso, en el punto medio está la virtud: actitud de comprensión mutua y de empatía. Los padres debemos clarificar con nuestro hijo que ideas negativas para su desarrollo le están influyendo y mantener conversaciones al respecto.
Nuestro hijo debe sentirse tranquilo al contarnos algo que le pasa o le preocupa, debe percibir que confiamos en él.
Esto no significa que haga lo que él quiere, porque necesita pautas para que consiga ser una persona integrada y no fracturada.
Además, es fundamental que revisemos nosotros, los padres, lo que me está preocupando de nuestro hijo, lo que me produce ansiedad y miedo, y transmitirle con sencillez, lo que más o menos me inquieta, pero sin que note un excesivo nerviosismo.
Introvertido o extrovertido: ¿qué nos ayuda más?
Es que es demasiado introvertido
Tiene sus ventajas, porque será más reflexivo. Pero hazle ver que se enriquecerá si contrasta sus pensamientos con el mundo exterior y que los conflictos se solucionan cuando uno los comparte. Y que mejor manera, que compartirlos con sus padres.
Con mi hijo es fácil, porque es extrovertido
Está actitud será siempre positiva, siempre y cuando no pierda de vista que necesita también de interioridad, reflexionar sobre las pautas y consejos que le vais dando como padres, proponerse unos objetivos. No debe convertirse en una persona vacía de contenido, superficial e impulsiva.
Marta Casas. Licenciada en Pedagogía y Orientadora Familiar del Gabinete Nagore.
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