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Libertad de los jóvenes en verano, ¿dónde poner el límite?

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Imponer límites en el verano es imprescindible para los adolescentes.
Imponer límites en el verano es imprescindible para los adolescentes. – ISTOCK

Se acabó el curso escolar y llega el tiempo libre para los más pequeños. Las rutinas se difuminan y las responsabilidades se rebajan, tras muchos meses de dedicación a las labores escolares es el momento de pasarlo bien. Por decirlo de algún modo, la libertad de los niños crece, sin embargo, no hay que olvidarse de los límites ya que de no existir estos la situación podría desmadrarse demasiado.

Pero, ¿dónde poner el límite? ¿Qué cosas deben permitirse y cuáles no? Tampoco hay que olvidarse de que el verano también debe asegurar el descanso de los más pequeños de la casa para permitirles recuperar pilas y fuerzas gastadas durante el curso escolar. Desde el Ilustre Colegio de Piscología de Andalucía Oriental se brindan varios consejos a los padres con el fin de saber dónde establecer la frontera entre la diversión y la responsabilidad durante las vacaciones estivales.

La responsabilidad de los padres

Aunque suene paradójico, los padres deben ser los primeros en asumir responsabilidades de cara a sus hijos al inicio del verano. Esta debe ser la de imponer los límites entre lo permitido y lo que no, y, por supuesto, de recordar las responsabilidades. Ningún niño ni adolescente, de motu propio, decide llevar a cabo tareas en una época de descansa.

¿La clave? Organización, la disciplina debe ser la clave y representar algunas de las labores que deben seguir ejerciéndose en verano. Por ejemplo: recoger la habitación, colocar su ropa, etc. Dentro de esta lista también deben estar las labores de repaso para no perder el ritmo de trabajo intelectual y que representarán otras de las obligaciones de los hijos.

La misión de los padres es la de marcar estas tareas y dejarles claro cuáles son sus «deberes«, a pesar de estar de vacaciones. Cumplirlas deberá ir emparejado con la posibilidad de realizar las actividades dedicadas al ocio, como por ejemplo ir a la piscina con sus amigos o quedar con los mismos para ir al cine junto a los mismos o realizar otro tipo de prácticas divertidas.

Por lo tanto, los padres deben encontrar el equilibrio de manera que cada día el niño tenga tiempo para: labores domésticas (recoger la mesa, ordenar su habitación, ir a comprar el pan…), tareas escolares (hacer ejercicios a modo de repaso una hora y media al día) y ocio (estar con sus amigos, tiempo en familia o ver la tele). Esta última debe aparecer en tercer lugar para asegurar que se cumple con las otras dos, que son aquellas que puede que le resulten más costosas de llevar a cabo.

Cómo poner límites

Desde la Asociación de Padres y Madres del Colegio Público Vázquez de Mella-Bayonne se brindan los siguientes consejos para poder evitar errores a la hora de establecer límites:

– Permisividad. Es imposible educar sin intervenir. El niño, cuando nace, no tiene conciencia de lo que es bueno ni de lo que es malo. Los adultos somos los que hemos de decirle lo que está bien o lo que está mal. Los niños necesitan referentes y límites para crecer seguros y felices.

– Ceder después de decir «no». Una vez que los padres han decidido actuar, la primera regla que se debe respetar es la del «no». El no es innegociable. Este suele ser el error más frecuente y el que más daño hace a los niños. Cuando los padres vayan a decir «no» a los hijos, es necesario que previamente lo piensen bien, porque desacredita desdecirse y dar marcha atrás. Los niños son muy hábiles en parodiar gestos para producir compasión o bien obtener el perdón de sus padres.

– Tratamiento del «sí». El «sí» se puede negociar. Si usted piensa que el niño puede ver la televisión esa tarde, negocie con él qué programa y cuánto rato.

– Abusar del autoritarismo. Es el polo opuesto de la permisividad. El intento de que el niño haga todo los que los padres quieren tiene como consecuencias la anulación de la iniciativa y personalidad de sus hijos. El autoritarismo sólo persigue la obediencia ciega, haciendo a los hijos sumisos y sin capacidad de autodominio.

– Falta de coherencia. En diferentes momentos hemos dicho que los niños han de tener referentes y límites estables. Las reacciones de los padres tienen que estar siempre dentro de una misma línea de coherencia ante los mismos hechos. Nuestro estado de ánimo ha de influir lo menos posible en la importancia que se da a los hechos.

– Gritar y perder el control. A veces es difícil mantener el autocontrol necesario ante determinados hechos y los padres sucumbimos más de lo que quisiéramos en mayor o menor medida. Perder el control supone un abuso de la fuerza que conlleva una humillación y un deterioro de la autoestima para el niño.

Damián Montero

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