De acuerdo con estudios recientemente publicados, casi el 30 por ciento de los adolescentes reconoce haberse autolesionado de forma voluntaria al menos una vez en la vida. Esto se traduce en que los casos de autolesiones se han multiplicado por 10 en los últimos 30 años.
Nos encontramos entonces ante un fenómeno emergente que afecta, además, en mayor medida a un sector muy vulnerable de la población como son los adolescentes y que, sin embargo, quizás no llegamos a entender ni sabemos cómo abordar.
Durante unos años, las autolesiones se consideraron un síntoma relacionado con trastornos mentales graves, de modo que quedaban relegadas al ámbito de la psicopatología y del tratamiento psiquiátrico. Sin embargo, en la última temporada estamos asistiendo a un cambio en el perfil de sujetos que recurren a este tipo de comportamientos que se propagan entre la población casi como si se tratara de una moda.
¿Qué puede llevar a alguien a autolesionarse?
Las autolesiones pueden cumplir varias funciones. Por eso a la hora de tratarlas es muy importante un análisis en profundidad de las motivaciones que esconden. Quizás lo que el adolescente busca con mayor frecuencia a través de las autolesiones es una regulación emocional. De sobra es sabido que la adolescencia es, casi por definición, un momento de inestabilidad en donde la rabia, la frustración y la tristeza son las grandes protagonistas del día a día.
El adolescente tiende a sentirse incomprendido por los demás, especialmente por los adultos, insatisfecho consigo mismo y, en muchos casos, excluido o diferente al resto de sus iguales, por diversos motivos. Todo ello genera una sensación de malestar que resulta muy difícil de entender y mucho más de controlar y que, por tanto, lleva casi irremediablemente a buscar una solución que la alivie y que suponga una vía de escape a esa tensión acumulada.
Las autolesiones vienen a conseguir ese efecto convirtiéndose en una manera rápida y eficaz a nivel neurobiológico de aliviar el malestar emocional. Lo más frecuente son cortes realizados en la piel con objetos punzantes, pero también se observan autolesiones en forma de quemaduras, golpes que generan hematomas o erosiones en la piel provocadas por rascado intenso. Todas ellas provocarán de igual modo un alivio inmediato de ese malestar, lo que conseguirá que se perpetúen y terminen en muchos casos por instaurarse como hábito.
Aunque la regulación emocional es uno de los fines más frecuentes, no podemos dejar de considerar otras motivaciones detrás de las autolesiones. En algunos casos, el daño físico busca hacer visible a los demás un daño emocional que no encuentra otro cauce de comunicación. Se convierten, de este modo, en una petición de ayuda ante una situación que genera malestar y no se sabe gestionar.
Por último, en algunos casos, quizás cada vez más frecuentes, las autolesiones se convierten en una forma más de integrarse y ganar la aceptación social del grupo de iguales, con lo que se consigue reducir el sentimiento de exclusión o incomprensión tan característico de esta etapa. A la vez, esto hace que su difusión esté garantizada y que, como ocurre con las modas, afecte cada vez a más adolescentes.
¿Por qué cada vez es más frecuente autolesionarse?
Es precisamente esta motivación de aceptación social lo que ha contribuido al incremento exponencial de casos al que hemos asistido en los últimos años, alimentados, asimismo, por el fenómeno de las redes sociales. En plena era de la comunicación digital, disponemos de todos los medios a nuestro alcance para difundir imágenes y estados emocionales y, de la misma manera, acceder a los de los demás, casi en directo y de manera explícita.
Proliferan -y más entre adolescentes- las redes sociales que funcionan casi como diarios de vida en los que compartir experiencias con los otros usuarios, ya sean positivas o negativas. Algunas se vuelven virales y, como su propio nombre indica, se contagian invadiendo a los demás, que terminan por imitar tanto la experiencia como el afrontamiento disfuncional de la misma.
En los últimos años, se han dado casos que incitan a los jóvenes a la autolesión bajo la etiqueta de «reto», ofreciendo beneficios a nivel emocional y garantizando la aceptación social tan perseguida por esta población. Lo que en un principio resulta atractivo puede, sin embargo, convertirse en un problema para los adolescentes y por supuesto para sus familiares.
Como familia, ¿qué podemos hacer para evitar que se hagan daño a sí mismos?
La gran pregunta que podemos hacernos es cuál es nuestro papel a la hora de prevenir este fenómeno y, en el caso de que se diera, cómo afrontarlo. Teniendo en cuenta que las autolesiones responden a una necesidad de autorregulación emocional, una forma de prevenirlas es conseguir llegar a la adolescencia con habilidades y recursos de regulación emocional propios y alternativos.
En este aspecto, la familia puede cumplir un papel fundamental, ya que las relaciones afectivas entre sus miembros son una fuente de seguridad y regulación emocional que, ya desde los primeros meses de vida, consigue que vayamos interiorizando estrategias fundamentales para el afrontamiento del malestar. Por otro lado, una vez que se detectan las autolesiones, es importante que dentro del núcleo familiar se cree un espacio de comunicación que fomente la expresión emocional y que suponga un alivio inmediato del malestar o genere alternativas para su afrontamiento.
En definitiva, no olvidemos que estamos ante un fenómeno que cada día afecta a más jóvenes y que supone una expresión del malestar que sienten. Como familia tenemos un papel fundamental a la hora de ayudarles a regularlo para que no tengan que volver a recurrir a heridas físicas que alivien el sufrimiento emocional.
Prof. Dra. Carmen Laspra Solís. Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF) Dpto. Psiquiatría y Psicología Médica Clínica Universidad de Navarra (Pamplona y Madrid)
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