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Le han roto el corazón: ¿por qué parece que se le acabe el mundo?

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Los desamores y vaivenes relacionales se convierten a diario en una pesadilla para muchas familias con adolescentes. ¿Por qué parece que se les acabe el mundo? ¿Por qué pueden creer que nunca más van a encontrar a nadie? ¿Qué hay en la raíz de ese desconsuelo? ¿Se puede hacer algo para ayudarlas entre tanto drama? Estas escenas de la cotidianeidad adolescente se producen por las características de las relaciones y la forma en la que se siente lo que pasa con ellas en esta etapa.

Todavía son jóvenes y tienen mucha vida por delante, ¿por qué lloran como si no hubiese un mañana cuando les han roto el corazón? Esta es una de las situaciones que más inquieta y desorienta a las personas adultas de las familias con adolescentes. Ha roto una relación que había durado unos pocos meses. Una amiga que no le convenía nada ha dejado de llamarla. La persona que le gusta la ha rechazado. Estas y otras situaciones del día a día adolescente tienen el poder de desestabilizarlas y sumirlas en un estado emocional frágil que, a menudo, las empuja a tomar decisiones arriesgadas.

Me ha dejado mi pareja. No puedo concentrarme. No estudio para el examen del martes. Me pongo nerviosa durante el examen. Lo suspendo. Hay bronca en casa. Me he sentido traicionada por mi amiga. Dejo de ir con el grupo. Conozco a otro grupo. El nuevo grupo fuma. Empiezo a fumar para encajar. En casa se enteran. Hay bronca en casa. Me atrevo a decirle que me gusta. Me rechaza. Hace burla de ello ante el grupo. Salgo corriendo con la moto a toda castaña. Me ponen una multa por exceso de velocidad. Hay bronca en casa. Todas son historias reales.

Claves para entender su drama emocional

Como adultas nos preguntamos: ¿Cómo una situación así puede empujarlas a tomar decisiones que las ponen en riesgo? La respuesta es simple, que no sencilla: no pueden evitar sentir lo que sienten ni hacer lo que hacen cuando sienten lo que sienten. La parte de nuestro cerebro que nos permite controlar lo que hacemos se está desarrollando a un nivel muy profundo y no llega a tiempo de frenar a las emociones.

En otras palabras, las emociones van más rápido que su capacidad para regularlas.

Muchas veces les decimos que estén tranquilas, que no es para tanto, que ya encontrarán a otra persona que las valore y las quiera como merecen. Les decimos que aquella amiga no era buena para ellas, que hacía cosas que no estaban bien y que ellas merecen estar con personas más sanas. Les transmitimos que lo que les pasa no es excusa para actuar como lo hacen. Que no deberían sentir lo que sienten. Que no deberían darle tanta importancia a «esas cosas». Pero lo cierto es que «esas cosas» son de lo más importante en esta etapa y pegarles una bronca no va a resolver lo que les pasa, no va a hacer que aprendan o cambien.

En este momento de su ciclo vital empiezan a proyectarse socialmente, a construir su autoestima, su identidad y todo eso lo hacen en contacto con sus iguales. Es un momento de gran fragilidad y todo lo que les pasa con las personas con las que se relacionan es de extrema importancia y tiene el potencial de impactar en su desarrollo. Por ese motivo es tan necesario que las personas adultas que estamos a su alrededor las ayudemos a relacionarse mejor y a integrar las experiencias que van viviendo con sus amistades.

Soy quien soy porque formo parte de algo

Si a todo eso le sumamos las características de las relaciones en esta etapa y la intensidad emocional que no pueden evitar, entenderemos por qué una ruptura, una traición, una situación incómoda, entre otras muchas circunstancias, pueden llegar a ser momentos devastadores y descompensar su día a día. Las relaciones de intimidad en esta etapa se basan en la construcción de la identidad y no en la confianza, como en la vida adulta.

Son relaciones inestables que pueden pasar de un extremo a otro en un abrir y cerrar de ojos.

Las personas adolescentes se relacionan en función de la proyección autoconsciente y egocéntrica que hacen de ellas mismas con las demás. Esto puede sonar fatal, pero no es más que el camino natural en la formación de nuestro yo. Este camino pasa por la necesidad de formar parte de algo, de sentir que somos queridas y valoradas por ser como somos.Yo soy quien soy porque formo parte de algo. Nuestras relaciones en esta etapa se nutren de esa grupalidad. Además, son relaciones cultivadas en la inmediatez, todo debe ser ahora, y suceden siempre en presente porque tienen muchas dificultades para entender el tiempo como lo hacemos las adultas. Esto último también hace que les cueste equilibrar el tiempo de ocio y de estudio.

Por todo lo anterior, cuando algo falla en su sistema social, aumenta enormemente su malestar emocional, su frágil estructura se desmorona y pueden llegar a sentir, pensar y/o verbalizar que «siempre» les dolerá de esa forma, que «nunca» encontrarán a nadie como esa persona, que «nunca» podrán volver a confiar en «nadie», que «nadie» las querrá como son, etc. Su estado de ánimo se desploma y ahí es donde las personas adultas que las acompañamos podemos hacer mucho.

¿Cómo ayudar? Desactiva los ‘nuncas, siempres y nadies’

Para ayudarlas con este cocktail emocional es muy importante centrarnos en desactivar los «nuncas», «siempres» y «nadies». Es vital enviar el mensaje de que toda esta situación algún día se acabará, pero antes hay que ayudarlas a sostenerla. Debemos recoger su dolor, validar sus emociones y decirles que las entendemos, que es muy duro, que es «una putada», un rollo, un despropósito (puedes utilizar la expresión que más vaya contigo).

Es importantísimo darles un espacio, escucharlas sin intervenir, sin decirles cosas como: «eres muy joven, ya encontrarás a otra persona», «no es para tanto, verás cómo con el tiempo se te pasa» y cosas por el estilo. Podemos preguntarles si necesitan alguna cosa o si podemos hacer algo por ellas. Si nos lo permiten, podemos darles alternativas para desahogarse (escribir un diario, bailar, caminar, tocar un instrumento, hacer deporte, gritar en la playa, en el bosque…).

Las ayudamos si les preparamos su comida favorita, una merienda rica, les traemos unos pañuelos, las abrazamos sin decir nada, les llevamos un trozo de chocolate, o lo que sea que sepamos que les guste y que les suele ir bien. El objetivo es aportar a su bienestar y reducir los focos de estrés mientras están aprendiendo a regular las emociones que les ha generado la pérdida, la experiencia que han vivido.

Si les dejamos su espacio pueden encontrarse con su intimidad y aprender a regular lo que sienten solas, aunque no debemos irnos demasiado lejos. Conviene hacer hincapié en que algún día la tristeza desaparecerá o dejará de ser tan intensa y lo vivirán diferente. Nada puede evitarles el dolor, pero nuestro acompañamiento puede ayudarlas a pasarlo de la mejor manera posible y a extraer valiosos aprendizajes para su vida adulta.

Sara Desirée Ruiz. Educadora social especializada en adolescencia
Instagram: @adolescencia.sara.desiree.ruiz
Twitter: @SaraDesireeRuiz

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