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José Antonio Luengo: «La mejor lección es vivir el mal momento y sobreponerse»

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Ser joven, a veces, no es fácil, y tarde o temprano todos necesitamos que nos miren de otra forma con una mirada cómplice, comprensiva y empática. Para profundizar sobre los problemas que afectan hoy a los adolescentes, hablamos con José Antonio Luengo, decano del Colegio Oficial de Psicología de Madrid y psicólogo de la Unidad de convivencia y contra el Acoso Escolar, de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid, que acaba de publicar El dolor adolescente (Plataforma Editorial).

Este libro nos introduce en el complejo mundo de la salud mental de los jóvenes, en los desórdenes, los desajustes y los trastornos psicológicos con los que conviven cada día en un mundo que idolatra la felicidad y la perfección.

Vivimos en una sociedad algodonosa, marcada por la sobreprotección, ¿qué precio están pagando nuestros hijos al no haber integrado el dolor en sus vidas?
El modelo educativo imperante en la educación de los hijos considera la dificultad y la adversidad como un obstáculo en su bienestar psicológico. Y esta perspectiva, viene a suponer, precisamente, un inconveniente en su desarrollo, lastrado por experiencias que pretenden ocultar el malestar y aislar de la frustración. Generalizar siempre es complejo y, seguramente, no todos nos identifiquemos con este paradigma. No obstante, la tendencia desde hace ya muchos años muestra de manera evidente este halo sobreprotector que pretende esconder la contrariedad y el conflicto para «evitar» la zozobra, la incomodidad y el dolor. Proteger a nuestros hijos e hijas supone, más bien al contrario, hacerles ver que no todo nos saldrá bien, que habrá cosas que no nos gustarán, que puede que seamos nunca «los primeros»…

Proteger a nuestros hijos supone enseñarles a afrontar lo complejo, saber levantarse tras la adversidad. Y aprender de la experiencia.

En nuestro entorno, desgraciadamente, hay muchos niños, niñas y adolescentes que apenas tienen de nada; y que viven en situaciones socialmente muy desfavorecidas. Y, paradójicamente, existe, sin embargo, una infancia que vive en el «tener» fácil. Muchas cosas, todo muy rápido, con prisa; mejor ahora que luego, mejor más que menos… Mejor ganar que perder. El equilibrio es fundamental para ayudarles a construir una adecuada lectura de la realidad. Y enseñarles a responder de forma adaptativa y solidaria con el que menos tiene y puede. Y una última consideración. No culpabilicemos a padres y madres de todo. No es justo. Como organización social tenemos mucho que mejorar. Entre otras cosas, facilitar la compleja, muy compleja tarea, hoy, de ser precisamente eso, padre o madre.

¿Cómo deberían asimilar correctamente las experiencias dolorosas?
El dolor y el sufrimiento está presente en nuestras vidas desde que nacemos. Y, poco a poco, las experiencias del daño, la pena o el desconsuelo van apareciendo en diferentes modos y escenarios. La vida, en general, nos pone ante circunstancias difíciles casi cada día desde que somos pequeños. Cuanta más autonomía mostramos y más relaciones interpersonales vamos experimentando, más complejo se torna nuestro mundo. Hemos de aprender a ser y estar en un entorno que ya «no parece estar hecho exclusivamente para nosotros». Atrás van quedando los cuidados de la infancia, y sobreviene, muchas veces de golpe, la controversia y la sensación de que no sabemos, no podemos… Y aparece la frustración como un hecho incontestable. «Esto no lo quiero», «no me gusta», «quiero esto… Y lo quiero ya».

Ayudarles a comprender que el mundo en el que vivimos y vamos a vivir es complejo y que vamos a tener que experimentar muchos momentos de dolor y tristeza, incluso de sufrimiento, es imprescindible.

Se trata de «aprovechar» cada situación natural de desconsuelo para saber acompañar y, por supuesto, consolar, pero sin nublar la realidad, sin esconder la emoción, el daño, la aflicción. Y saber medir nuestras reacciones. Especialmente en las situaciones de conflicto. Evidenciando que no siempre llevaremos razón, que no siempre nos «saldremos» con la nuestra. Enseñar a afrontar, a enfrentar la dificultad, a soportar, a dar la cara a nuestra caída. Y levantarnos con humildad para ser mejores. Mejores personas. Y hemos de hacerlo estando a su lado, pero, insisto, sin esconder, sij tapar, sin encubrir. Estando a su lado. Tranquilizando. Sin demasiadas «charlas» o «lecciones». La mejor lección es vivir el mal momento y sobreponerse.

¿Qué consecuencias tiene calmar o tapar el dolor físico con medicamentos y el emocional con drogas, incluido el alcohol?
Pues, de forma categórica, habría que decir que no crecer, no madurar. Nublar la realidad representa el principio de la incompetencia, el germen de la inseguridad, de la inestabilidad. Hemos creado un mundo obsesionado con la perfección y la felicidad. Y quebramos con demasiada facilidad cuando éstas parecen escapársenos de las manos. La capacidad para afrontar el malestar y saber convivir con él en el día a día es, sin duda, un indicador de buena salud mental. La medicación es necesaria cuando es necesaria. Pero, si observamos los datos que sitúan a nuestro país como el estado que más consume psicofármacos en el mundo, no creo que necesitemos pensar mucho sobre si hemos o no que rectificar nuestra manera de afrontar los vaivenes y complejidades de la vida.

La escalada de suicidios en los adolescentes y jóvenes es más rápida desde la pandemia, ¿qué recursos necesitan estos jóvenes para no pensar en quitarse la vida?
Todos los que trabajamos con adolescentes estamos preocupados. Es una evidencia. La gran mayoría de nuestros chicos y chicas están bien. Es cierto que están expuestos a influencias de todo tipo que los adultos responsables de su educación no siempre podemos supervisar y controlar. Pero, debo subrayar, la gran mayoría crecerán y responderán a los avatares de la vida de una manera razonable, coherente, adaptativa. Pero tenemos bolsas de poblaciones vulnerables psicológicamente que, en efecto, parece haber hecho «crack» tras el confinamiento (no lo olvidemos) y, sobre todo, los dos primeros años de la pandemia. Brota el dolor y el sufrimiento con facilidad en sus vidas y solicitan más ayuda que antes. Esto es una evidencia.

Coser y remendar esta realidad quebrada no es fácil y es tarea de todos. 

Entre otras cuestiones, necesitamos pensar más y mejor en cómo vivimos, cómo educamos en casa, qué relaciones establecemos, qué vínculos creamos, qué tiempo dedicamos a estar juntos, a conocernos, a generar confianza. Necesitamos también «detener máquinas» en nuestro sistema educativo y reflexionar (y tomar decisiones) sobre la necesidad de incrementar los recursos que contribuyan a hacer de nuestras escuelas lugares seguros para todo el alumnado. Espacios donde la convivencia pacífica y democrática y la prevención y detección de los desajustes emocionales sean realidades en el día a día (con proyectos específicos) y no solo en la letra de los proyectos. Necesitamos más recursos en la orientación educativa y dimensionar de una vez la especialidad de psicología educativa en el sistema. Necesitamos más recursos municipales que contribuyan a generar espacios para el trabajo con nuestros adolescentes y jóvenes. Y necesitamos, por supuesto, además de una mejora sustancial en el número de profesionales que atienden los trastornos psicológicos en los centros de salud mental, implementar de una manera estable y con perspectiva de acción preventiva y comunitaria la figura de los profesionales de psicología en los centros de atención primaria del sistema sanitario.

¿Por qué algunos recurren a las autolesiones? ¿Qué consigue un joven haciéndose daño a sí mismo?
No todas las autolesiones son iguales, ni obedecen a las mismas causas. No obstante, la gran mayoría de las que detectamos en los centros educativos tienen más un componente ansiolítico (de reducción de la ansiedad y el agobio emocional) que autolítico (como intentos de conducta suicida). Ellos, y sobre todo ellas, lo explican muy bien y de manera contundente. Hacerme daño físico me aleja del daño psicológico por unos momentos. Pero, desgraciadamente, no dura mucho. Y aparece la culpa. Y pronto, las ganas de volver a hacerlo. En términos generales, se trata de situaciones bien conocidas por los profesionales y, con el adecuado tratamiento, con buen pronóstico. Hoy en día, la influencia de las redes sociales se está mostrando como un elemento negativo en la medida en que favorece respuestas de imitación. Pero, hemos de insistir; es necesario hacer un buen diagnóstico de cada situación para habilitar el tratamiento adecuado.

¿Cómo deberíamos acompañar correctamente los padres a los adolescentes, sobre todo, a los más contestatarios o rebeldes?
Esta es una pregunta compleja, pero es lógico que surja en el debate sobre el que estamos reflexionando. Contestar de manera global siempre es complicado; no obstante, ahí van algunas ideas:

– Ser buenos ejemplos y modelos de vida, de hábitos y rutinas.o Aprovechar los «buenos momentos» para charlar. Hacerlo también de nuestras cosas, de nuestras pequeñas preocupaciones.
– El modelo de «charla» funciona mejor si es breve y constructiva. Si se desarrolla mostrando empatía y comprensión con ellos. Van a equivocarse muchas veces. No son perfectos, aunque de niños pudieran parecérnoslo. Y deben saber que podemos comprender sus errores.
– Evitar tensiones y presiones innecesarias. Saber medir cuándo hacerlo.
– Es necesario ser sincero con ellos, saber perdonar y pedir perdón cuando nos equivocamos. El respeto es fundamental.
– No utilizar las comparaciones como herramienta para argumentar que hay otra manera de hacer las cosas. No les sirve, más bien les angustia. Y no funciona.
– Ser coherentes con los límites que establezcamos. Y saber cumplir con lo que hemos fijado como tal. Y no ceder. No ayuda.
– Y decir adiós a los gritos…

¿Por qué cree que para crecer y madurar hay que pagar una cuota de sufrimiento?
Porque la vida nos va a enfrentar al malestar más pronto que tarde. Y al dolor y al sufrimiento también. Aprender a reconocer las propias emociones y gestionarlas adecuadamente es imprescindible para poder gozar de una razonable buena salud mental. No solo en el futuro, también en el presente. No tolerar la frustración representa un riesgo que no deberíamos correr en ningún caso. La vida es aprendizaje y saber afrontar las dificultades futuras será más fácil si hemos, poco a poco, aprendido hacerlo en nuestro cotidiano día a día. El papel de los adultos es este proceso es incuestionable.

Todos queremos hijos felices, ¿pero cómo explicar a los hijos que la felicidad es otra cosa, no lo que nos están vendiendo?
Sobre esta cuestión hay mucho que decir. En el libro abordo de forma amplia la reflexión sobre la misma. Básicamente, existe un tipo de autoexigencia que parece «obligarnos» a un tipo de felicidad, la que encaja con que todo vaya siempre bien, la búsqueda de lo perfecto, de la incesante sensación de vivir lo «especial». Es cierto que nos están vendiendo este modelo de vida. Desde hace mucho. Y el efecto de este modelo en nuestro niños, niñas y adolescentes a través de las redes sociales no es precisamente favorecedor de una buena salud mental.

¿Se puede educar la fortaleza emocional o cree que se nace vulnerable o fuerte emocionalmente?
Se puede educar. Sin duda. Muchas personas «aprenden» a resistir, desgraciadamente a fuerza de vivir experiencias traumáticas. Pero, con gran parte de nuestra población infantil y adolescente se trata de buscar el equilibrio entre poder vivir con comodidades a nuestro alrededor y hacerlo sabiendo valorarlas siempre. Y, para ello, es necesario educar con nuestro ejemplo y modelo.

¿Crecer en una familia desestructura puede acrecentar el dolor adolescente? ¿Hasta qué punto es determinante la estabilidad familiar?
La estabilidad familiar es un factor de protección. Esto es indudable. Y hemos de valorarla adecuadamente. Muchos niños y adolescentes crecen «fracturados» por un entorno dramáticamente desfavorecido, por diferentes razones: económicas, sociales, culturales… El desarraigo de muchos al tener que vivir en un nuevo país. La sensación de soledad. La falta vínculos afectivos y emocionales estables. En ocasiones, la negligencia en los cuidados. Incluso el maltrato. Todo esto puede ser devastador. Y es obligación de los poderes públicos trabajar para reducir al máximo los efectos terribles de estas situaciones. Solo basta imaginar la vida de muchos pequeños en entornos donde la falta de cuidados es el relato habitual de sus vidas… El dolor esta y estará ahí. Provocando un hondo agujero en el alma.

Marisol Nuevo Espín

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